lunes, 17 de octubre de 2016

Dos noches inolvidables con Wilco


Esta nota puede llevar cualquier título ridículo  y cursi como el de arriba, sí. Pero nunca podrá explicar lo que Wilco hizo en escena el sábado 15 de octubre en el Arena Heineken de Tecnópolis. Tampoco lo vivido la noche anterior.

Disculpen si la mano viene demasiado en primera persona pero es inevitable. Tras el anuncio del debut sudamericano del grupo, el entusiasmo fue tal que decidí embarcarme en la mitad de la gira y ver los shows que Wilco daría en Montevideo y en Buenos Aires. Comprar entradas, sacar pasajes, reservar hotel. El plan era infalible tras dos años sin vacaciones: un paseo de fin de semana con mi novia y nuestra música preferida como banda sonora en un auditorio ideal. El show se presentaba como An evening with Wilco. Era la noche. Era. De tan infalible, falló. Cancelación en Uruguay, por cuestiones de logística que nunca se terminaron de comprender del todo. Devolución parcial del costo de las entradas -continúa el litigio para que la empresa Red UTS y la productora Gaucho, organizadoras del show en La Trastienda de Montevideo, devuelvan el dinero de un servicio no prestado-, resignación, angustia y puteadas. No quedó otra que pasear por Uruguay pero sin Wilco (estuvo divertido igual, claro). Y quedaba el show de Buenos Aires como revancha.

Pero la vuelta del país vecino trajo sorpresas. Una charla con el amigo -desde ahora es amigo y genio y figura- Lautaro Barceló, guitarrista y cantante de El Estrellero, y la bendición definitiva. A sabiendas de su fanatismo por Wilco y luego de hablar de otros temas, le pregunté a Lautaro cómo se sentía previo al show en el Festival BUE, donde compartiría cartel con su banda favorita. Me contó que tenía la posibilidad de conocer a los músicos pero no sabía qué hacer. No se animaba. Les había escrito una carta con recomendaciones para pasear por Buenos Aires -a pedido de la producción del festival- y ellos habían devuelto el favor con una invitación: vos recomendás, vos venís con nosotros. Le insistí para que fuera (si yo fuera vos...). Esa charla sucedió el miércoles, y al otro día, Lautaro rechazó una invitación para cenar con Wilco. Pero el viernes sí se animó, y me lo contó. No resistí la autoinvitación, un poco en chiste y otro poco para ver qué me decía, por supuesto. Al final de la charla me dijo “nos vemos a la noche”.

Y nos vimos a la noche, en la Catedral del Tango. Éramos pocos: Lautaro, Juan Irio -cantante y bajista de El Estrellero-, Lisandro Capdevila, María, una amiga de Lautaro, el hermano de Barceló, mi novia y yo. 

Y John Stirratt, el bajista de esa banda que fuimos a ver a Uruguay.


Había comprendido el temor de Lautaro por conocer a un músico admirado, pero John -quizá sin sospechar que estaba rodeado de gente que ama su música- resultó ser un tipo de lo más amable y copado. Ahora sí, nada podía fallar. Tomamos vino, lo atacamos a preguntas sobre el show, la gira, su familia. Le contamos que la gente los esperaba con ansiedad (la gente: los que estábamos en la mesa). Hablamos del Premio Nobel Bob Dylan, de El Estrellero, de Big Star, de la Selección argentina, de tango, de la ciudad... fue un momento genial e inesperado. Estábamos todos muy contentos y él se mostraba atento, curioso y charlador, también. Al rato llegó Pat Sansone -el hombre que le saca música a una mandarina- con su mujer y la charla prosiguió. Brindamos, les contamos que habíamos ido a Uruguay, pidieron disculpas y las aceptamos porque ¡eran dos Wilco pidiéndonos disculpas! 

Hasta que en un momento fue hora de irse para ellos, saludaron y dijeron adiós. Y nosotros, apenas salieron, marchamos también, entre abrazos de emoción incrédula. No nos sacamos una foto pero qué importa: el momento está grabado. Después de esa noche, si el show estaba más o menos bien, estaríamos felices.

Y el show fue el mejor que muchos de los presentes vimos en nuestras vidas.


Lo dicho a parte del grupo la noche anterior -aquello sobre la ansiedad de la gente- resultó extensivo a miles de personas que colmaron el fantástico microestadio que se erige en el predio de Villa Martelli (uno de los tantos despilfarros del kirchnerismo, je). Algo así como un Luna Park pero que suena bien, y donde un rato antes que Wilco, Juana Molina peló su propuesta inquietante y abrasiva: gustos al margen, es difícil no quedar hipnotizado ante la disposición visual y la retroalimentación sonora de Juana.

Pero Wilco. Había cosas que ya sabíamos de ellos: su discografía es más bien notable y está llena de grandes canciones, sí. Cualquier lista de temas se iba a quedar corta teniendo en cuenta dicha amplitud de repertorio y su consabida heterogeneidad. Ahora, ¿cómo se explica el sonido que resultó de esos seis tipos? ¿Es posible que seis humanos logren perfeccionar y mejorar el audio de un disco con semejante facilidad? 

Por un lado, es innegable que el escenario, un estadio cerrado, ayudó. Aunque es probable que Wilco suene muy bien en un espacio abierto, los escenarios indoor en el BUE sonaron mejor que el escenario principal. Por suerte les tocó adentro.

La suspensión del show uruguayo, según argumentó -de manera confusa- Gaucho Producciones, sucedió por “imprevistos de logística en relación al transporte regional de su (enorme) carga (...). Se hace imposible que pase por Montevideo en tiempo y forma”. (¿No lo sabían de antemano, muchachos?). Ver cómo los tres guitarristas -Jeff Tweedy, el demencial Nels Cline y el comodín de comodines Pat Sansone- cambian su instrumento casi canción tras canción explica un poco cómo la preocupación por el sonido es total, al nivel de un disco. Producción en vivo (y mucho trabajo y ensamble, porque se hace en cuestión de segundos).

La carga es enorme.


Si el disco es la obra estática, el vivo va a ser la obra extática: la banda es enérgica y sutil y desde la presentación del show introduce los climas por donde va a viajar. En solo cuatro canciones deja boquiabierto y desnucado al público: “Random Name Generator” es la apertura cancionera con las guitarras insinuando lo que vendrá, “I Am Trying to Break Your Heart” y su sensibilidad nerviosa y noise demuestra que cuando bajan las revoluciones pueden ser inquietantes, para “Art of Almost” ya te están volando la cabeza y “Misunderstood” es pura dulzura acústica (Stirratt se calza la guitarra de doce cuerdas, Cline la lap-steel guitar, todo está en su lugar: armonía pura). 

Luego mostrarán aun más facetas, como en la jazzy “Hummingbird”, una sorpresa que les sentó sensacional para probarse como banda de bar (una banda de bar que te volaría la peluca, por supuesto); o el repaso por su primer disco, A.M., y la canción americana derecho viejo, “Box full of letters”. Son los mismos seis tipos, mutando de un instante a otro, siempre al servicio de la música. No hay mucho circo ni boludeo, y Tweedy es un frontman más bien parco que esta vez parece estar de excelente humor y algo sorprendido por la respuesta y los coros de la gente. Bueno, al menos a los argentinos (!) nos encanta creernos esto: estaban contentos.

(La lista de temas fue toda una atención para con el público. Siendo esta la primera vez del grupo en el país, Wilco basó su repertorio en tres discos apreciados por los fanáticos -Yankee Hotel Foxtrot, A ghost is born y Being there- y eso se notó. Ojo, los temas de Schmilco y el único de Stars wars no desentonaron para nada con el resto).


Pero continuemos. 

Más allá del lugar, más allá de la logística, más allá del ensayo, el oficio y los stages. Hay una explicación que es la más elemental de todas y la única que cabe para comprender semejante nivel de excelencia. Primero, lo ya dicho: las de Wilco son grandes canciones, y en ellas se rescata una enorme y diversa paleta sonora. La lista de influencias y reminiscencias es interminable y va desde Neil Young y Lennon hasta Big Star, pasando por Television, Sonic Youth, The Band y un etcétera interminable. Wilco es una antena, sí, pero retransmite con frecuencia propia.

Otra: esta formación parece ser el seleccionado perfecto para ejecutar una colección tan vasta y ecléctica. A estas alturas, es la alineación más perdurable en la historia del grupo y resulta lógico: se escuchan todos, cada elemento está donde tiene que estar y porque tiene que estar. Parece sencillo pero es complejo manejar los silencios, los arreglos, los detalles, y eso no deja de sorprender en todo el show. La capacidad de Glenn Kotche para aporrear su batería -con un set de platos preparados que aporta sonidos poco usuales- como un demente, o repetir un beat preciso y dejar que destaquen las guitarras y las teclas. La ductilidad de Sansone para ser un violero de arreglos o guitarrazos, o sentarse a los teclados, o empuñar una acústica, o tocar una maraca que da pequeñísimas pinceladas (pero tiene que estar ahí), o el glockenspiel que lleva la melodía en “I’m always in love”. El tipo es un camaleón: cuando toca la guitarra tiene pose de guitar hero, tras los teclados se retrae. Y así con todos: John Stirratt toca y canta con una facilidad pasmosa, se planta como el ladero de Tweedy -son los únicos miembros originales- pero siempre cerca de Kotche.

¿Alcanza para explicar semejante demostración?

Sigue siendo difícil narrar momentos como “Via Chicago”, donde se superponen dos planos: el de la canción estoica y simple que sostienen a dos voces Stirratt y Tweedy, mientras que detrás de ese halo de belleza, Cline y Kotche producen lo otro, un océano de ruido desquiciado que, sin embargo, no parece perturbar a los cantores. Superposición de caos y lullaby.

Fue tal la euforia del cierre con “Spiders (Kidsmoke)” y “I’m a wheel” -un binomio que funciona por oposición, misterio compulsivo contra arenga rocanrolera- que seguir escuchando música era casi ridículo. La leyenda ya estaba escrita.


Igual se hizo el intento: Flaming Lips palideció ante lo hecho por Wilco y brindó un show muy preocupado por la purpurina y poco por la música, con más baches que la luna -demasiado tiempo perdido- y que nos echó del escenario principal al instante. Había que cerrar el círculo y El Estrellero tocaba a las diez en punto. Vamos para allá a escuchar ese puñado de canciones fantásticas.

Y vaya si el círculo se cerró: cuando entramos al escenario Music Box, la banda recién empezaba y entre el público pudimos divisar a uno de los músicos que nos había dejado sin palabras minutos atrás: John Stirratt escuchaba con atención a sus acompañantes de aquel inolvidable viernes por la noche. Terminó el show de los platenses -en media hora es difícil calentar, pero tuvieron la astucia de enganchar las canciones para ganar tiempo- y ya era suficiente. Nada iba a empardar esas casi dos horas de magia, por lo cual emprendimos la marcha mientras nos cruzábamos a infinidad de amigos que, como nosotros, se agarraban la cabeza y preguntaban “¿cómo hicieron lo que hicieron?”.

Podíamos asegurar que aquella evening with Wilco se convirtió en dos noches inolvidables. En Schmilco hay una canción, “Happiness”, que dice “Happiness depends on who you blame”.

Y sí. Fue culpa de Wilco.


[Fotos de Wilco por Victoria Schwindt]

miércoles, 5 de octubre de 2016

Ruiz-Fontana: Tengo un cielo para vos

Prosigue la charla con Florencia Ruiz y Mono Fontana. En el medio pasó un concierto fantástico, donde su disco Parte sonó completo y en orden. El dúo, además, trajo al presente (bueno, las canciones siempre son presente) un puñado de piezas de Luis Alberto Spinetta. Y hablando de eso empieza esta segunda parte: el repertorio, la escucha -como músico y como oyente-, Lennon, Spinetta, el canto.

Y más aún. El estudio de ambos lados del mostrador: siendo docentes y alumnos. La notación musical (un capítulo que podría titularse "Cómo hacen estos extraterrestres para anotar eso que tocan"). El tango, los planes, los músicos amigos. Y cómo sigue el viaje.

Si se perdieron la primera parte, aquí está. Retomen y terminen acá. Y vayan a verlos, no se encuentra todos los días una propuesta así de convincente y emotiva en la cartelera:

MÁS DE PARTE, LENNON Y SPINETTA
¿Cómo fue la elección del repertorio en Parte?
Mono Fontana: Es lo que venimos tocando, ¿no?
Florencia Ruiz: Sí, es lo que venimos tocando. Con las nuevas estaba medio perdida pero después traté de equilibrar un poco. Yo no tengo mucho ritmo, por eso quise que hubiera alguna canción con un poco más de beats, qué sé yo. No componerla especialmente, sino elegir de las que ya tenía compuestas, para que escuches el disco y no sea siempre lo mismo (porque a la larga somos siempre nosotros dos). Por suerte, él siempre va cambiando, y el piano le aportó una cosa terrible.

¿Ésa fue una decisión de estudio, la de incluir pianos?
FR: Les dijimos “por las dudas afinen, ténganlo pronto por si sale algo”.
MF: Sí, en “Los peces” y “A través de ti”, en esos dos temas me parecía que quedaba bien. Los otros también se podían hacer así, pero esos, como eran temas nuevos y Florencia no los había tocado nunca, capaz les podíamos aportar un color distinto.

¿Qué les sorprende cuando vuelven a escuchar el disco?
MF: Yo lo tengo que escuchar más. Lo escuché con auriculares y no soy de escuchar la música muy fuerte, me debo todavía una escucha muy fuerte, que eso tiene otro efecto. Yo toco así y escucho así (junta los dedos índice y pulgar de su mano para indicar que escucha a un volumen bajo). Pero súper. Y me ayuda a afilar la oreja, porque me hace esforzar más. Entonces, después, tengo un tiempo ganado ahí. La primera vez que escuché el disco entero me pareció que estaba bien parejo y que dentro de lo parejo tenía mucho degradé en los colores. Por ahí me quedó alguna duda con una entrebanda, que sentí o dije “uy, este tendría que haber durado dos segundos más de entrebanda mía”. Por ahí lo escucho otro día y no, pero bueno, estando ahí terminaste y sale el otro tema y el otro y el otro... uno tiene que tener la pausa que a veces no se puede.

Es el riesgo de grabar en una toma, lo que queda, queda.
FR: No se regrabó nada. La única cosa rara que pasó fue en “Susurro”, que tuvimos que cortar una nota porque entre los dos micrófonos hacían no sé qué. En tres cuartos de la canción, más o menos, pero después es todo lo que se tocó.

Y ¿por qué decías lo del volumen, Mono, de escucharlo bien fuerte? No parece ser una música que pida potencia.
MF: Bueno, pero hay música así, acústica que... salvando distancias y todo, yo escuchaba ponele, los Lost tapes de Lennon, que son grabaciones que él hacía con el grabador de la casa, así, y suena más que cualquier disco que yo ponga después. Eso solo, un tipo cantando y tocando, por cómo suena, es una cosa como gigante. En algunas escuchas le decía a Florencia que la voz, conociendo cómo canta, tenía que cubrir más, la escuchaba como que salía muy de ahí y me parece que ella tiene eso. Y eso después, a volumen, es como ver una peli en una pantalla así y en otra así (dibuja con las manos un tamaño chico y uno grande).

Mencionaste a Lennon, y al final de “Viviré” hay una cita a “Mind games”. ¿Cómo surgió incluirla?
MF: Una vez lo hicimos y quedó para siempre. Salió y yo después lo usé, siempre me gustó.
FR: Bueno, hablábamos de emocionarse... eso no hay modo que a mí no me haga llorar. No lo consigo, y mirá que yo sabía que iba a venir eso en algún momento. Me mata, no puedo evitarlo.

¿Esa coda se te apareció en un show, Mono?
MF: Sí, me pasó varias veces. En el show de Luis [Spinetta] de las Bandas Eternas hay un tema que se llama “Las cosas tienen movimiento”, de Fito [Páez]. Entonces bueno, sabía las partes que venían: la primera vez que viene el puente, toco lo que venía. Y hay un momento, cuando va a empezar de nuevo, que justo la cámara me enfoca y se me viene a la cabeza meter un tema de los Beatles. Y dije “a ver...”. Se ve eso, porque yo sé lo que me pasaba a mí. Y toqué “And your bird can sing”, atrás de (tararea las primeras notas del estribillo de “Las cosas tienene movimiento”: “Una voz/ como un sentimiento”- y luego la introducción del tema de los Beatles). Lo que hacen esas dos violas que hay, el final lo sanateé [en el video, a los 3:25, se escucha lo que cuenta el Mono]. Como esto de “Mind games”, a veces es una cosa que no tiene nada que ver, algo de [AlfredHitchcock, cualquier cosa. Si me viene y creo que tiene que ver y suena, lo mando de una.

Y ¿desde la primera vez les gustó?
MF: A mí me encanta, me parece que queda lindo y aparte Lennon y los Beatles son algo que abarca todo.
FR: No sé si alguna vez lo pensaste, pero la canción habla de que en el fondo estás en el aire, ¿viste? Muchas veces me pregunto por la muerte. Obviamente que cuando una persona se va, uno tiene como esa extrañeza de no ver más el cuerpo. Al final está en el aire. Y Lennon, te digo la verdad... yo no sabía que tenía un cariño tan grande hacia Lennon.

Te cayó la ficha ahí.
FR: Ahora, con los años, no sabía. Me parece que Lennon está en todo, es medio como Hugo [Fattoruso], también. Vos decís “no tengo nada que ver con Hugoy al final todos tenemos algo que ver con él, es la música con la que crecimos. Habrá quien ni se dé cuenta y gente que al revés, lo note.
MF: Es algo del patrimonio universal. No es que metí algo de Radiohead, no sé, entra en otro lugar.

¿Escuchás Radiohead?
MF: Más o menos, escucho a veces, pero no es que necesito escuchar a Radiohead así. A veces digo “uh, a ver, por dónde andan”.

¿Tu caso es como el de Florencia, que suele decir que es más la música que estudió o compuso que la que escuchó?  
MF: Yo escucho música, lo que pasa es que necesito meterme un poco más, no puedo con el mp3 y las discografías y toda esa bola. Escucho, sí, pero trato de, mínimamente, escuchar... porque si no, es como leer un libro, hacer así (simula pasar páginas velozmente) y decir “lo leí”.
FR: Si escucho un disco, lo re escucho. Me sé qué tema viene después, me acuerdo del orden, de todo. Una vez fuimos de vacaciones con familias amigas y llevaron como mil discos en el mp3. Terminado el viaje les dije “a ver quién de todos me dice qué disco sonó”. Y nadie respondió. “Bueno, no hinchen más, escuchemos los pájaros” (risas). Me pasa con Luis que me sé todos los temas de sus discos. Rara vez cuando hacemos los shows me decís una canción y no la tengo mucho. Tengo todos.

¿Cuándo cantan una canción de Spinetta también surge ahí?
FR: No sé, la otra vez tocamos “200 años”, que nunca la habíamos tocado [fue parte de la lista de temas en la presentación de Parte]. Justo era 9 de julio, eran 200 años, qué sé yo. Salió y la hicimos.
MF: Nos ponemos de acuerdo, “cuál querés hacer, éste o éste? ¿Probamos aquel?”. A los dos nos gusta cualquiera.
FR: El Mono organiza una juntada por año con los temas de Luis y en mi caso yo estudio un montón, que no sé si estudio así mis temas. Me siento a estudiar. Fue un lugar nuevo al que él me invitó, de cantante, porque ahí no toco nada. No es que no me considerara cantante, siempre me consideré cantante pero es como una cosa más...

Desde afuera te veo como una cantante tremenda.
FR: Pero por ejemplo, yo empecé a estudiar canto hace dos años. Empecé porque tenía que hacer las giras esas en Japón que eran terribles, y tenía miedo de quedarme disfónica o que me pasaran cosas de no estar a la altura. Había entrado en un plan medio profesional y eso no me podía pasar.

Y ¿seguís yendo?
FR: Sí, sigo, es complejo pero sigo. Porque es un entrenamiento, no cantás nada para que la voz esté más fuerte.


ESTUDIAR, ENSEÑAR... Y ANOTAR
Los dos son estudiosos y dan clases. ¿En qué creen que les sirve la docencia?
FR: Mirá, yo siempre pienso esto: “che, yo me voy a drogar, ustedes no se droguen”, una cosa así (risas). Porque yo les explico a los pibes cómo armar una canción o cómo alguien hizo una, qué grado puso, qué acorde puso... y yo nunca en mi vida sé qué acorde usé. Si tengo que cifrar un tema mío no tengo ni idea, yo hago la partitura.

Bueno, pero de alguna manera los escribís.
FR: Sí, pero no es lo mismo, no sé cómo explicarte... es como si yo no entendiera mi propia música. Muchas veces me pasa eso, que me preguntan y tengo que andar mirando. Yo estudié eso y realmente lo puedo comprender, pero si vos me decís “armate todos los no sé cuánto semis”, yo no sé cómo es la posición en la guitarra. Como si tuviera un rechazo a entrar en eso porque para mí componer es estar en otro estado. Estoy ahí, viene la música y no pienso en nada. No estoy pensando, no le pongo mucho pensamiento.

¿Es pura intuición?
FR: Claro, hay otros que piensan más, que dicen “si hice esto, ahora voy a hacer aquello”. No sé, toda mi primera música no conoce estribillos, no me importaba. Me acuerdo que el maestro de composición siempre me decía “es raro porque puede terminar en cualquier lado”. Me han llegado a echar de clases, un maestro que daba “Dos palomitas”, ¿se acuerdan de esa canción? (Tararea la melodía). Había que hacerla para coro y yo la hacía... y él me decía “bueno, vení acá, armame un coro”. Yo llamaba a mis compañeros y todos cantaban lo que yo había escrito. Y claro, es verdad, no tenía ningún acorde perfecto, ¡pero a mí me sonaba así! Yo era chica, tendría diecisiete años, y el tipo me decía “andate a tu casa porque no te aguanto” (risas).

Y ¿en tu caso, Mono, que sos autodidacta? ¿Cómo hacés para anotar todo eso que hacés?
MF: Me anoto todo de una forma muy extraña en una libretita. Tengo unas notaciones que más o menos me hacen acordar, pero si yo se lo doy a alguien, no entiende nada. Es un sistema propio, el Sistema Oscar (risas). Es rarísimo pero lo fui desarrollando precisamente por no saber y tener que anotar las cosas de alguna manera. Es una traba eso, pero bueno, hay otras cosas comunes que sí las anotás. Por lo general, entre mis alumnos hay músicos que tienen un buen oído, con ellos se hace más sencillo que para el que no tiene esa parte. Y bueno, las clases sirven para el alumno y para el maestro, a los dos nos sirven.

¿Por qué pensás que es así? Además vos no das clases de piano o sintetizador, son clases más generales.
MF: Viene de todo, cantantes, bandoneonistas. Si viene alguien que toca bandoneón, posiblemente le pases algo distinto porque por ahí el maestro de bandoneón le enseña más repertorio, entonces ahí tiro otras ideas. Siempre trato de dar ejemplos, vos después profundizás y lo llevás a lo que necesites. No es que le enseñás algo y le decís “esto pasa acá y solamente acá”, no. Porque así, al alumno le hacés ver chiquito.

Tratás de expandir un poco más. Eso es lo que a veces espanta de los conservatorios, que no se te permite correrte un centímetro de ciertos parámetros, lo que contabas recién del profesor que te echaba.
FR: Sí, pero también depende de tu personalidad, no sé, a mí nunca me hizo daño que me echara. Después me puso un siete, que fue la peor nota que tuve. El tipo estaba loco pero tenía cosas copadas. Por ejemplo, él ponía un disco para mostrar un ejemplo -era práctica coral de conjunto- y decía “esto está desafinado”. Y cambiaba el equipo cien veces. Y uno no puede creer que cambiando el equipo cambie la afinación, y sí, cambiaba la afinación. Era milimétrico pero cambiaba. Entonces, vos sos chico y estás al lado de esos locos y también entrás en esas locuras. Yo en el mundo de los chiflados siempre me manejé rebien (risas). De verdad te digo, me cuesta más en el mundo cotidiano.

LOS PLANES
¿Se sienten medio outsiders dentro del mundo de la música o no es para tanto?
MF: Yo me sentiría outsider si todo pasara por la alfombra roja, cuando entran cosas que no tienen nada que ver con la música. En ese caso sí, creo que no tengo nada que ver con lo que quiere una compañía, lo que espera.
FR: Ayer pensaba una cosa que está buena, de coincidencia entre nosotros. Fui a ver a Hugo con Mavi Díaz, y también había otros músicos que nada que ver. Eso de no diferenciar, ¿no? Que podés tener un amigo músico folclorista y uno re punkie, no sé, y otro que toca el bandoneón. No estar cuadrados. Ésa me parece una característica que tenemos en común, que nunca me había dado cuenta y está copada. Ahora, con el disco, me escribieron un montón de músicos diciéndome “quiero el disco, quiero ir”, y te puedo asegurar que el abanico es terrible. No sé, desde Machi hasta [QuiqueSinesi, gente que decís “nada que ver” pero a la vez sí, porque somos todos músicos y es una sola la música. Yo no me veo componiendo vidalas, pero en un momento puede pasar.

Aunque has cantado algún tango.
FR: Sí, eso es un tema familiar, de familia y de abuelos tangueros, esa conexión. Pero veía a todos los que agradezco en el disco y está Liliana [Herrero] que me ayudó y me llamaba, me decía “fijate esto, fijate lo otro”, o Tweety [González] que nos prestó el estudio para remezclar una cosa, que no es mi amigo y no tengo ninguna relación pero por cosas del estudio y calculo que cosas con el Mono y con Villa...
MF: Sí, claro, yo lo conozco, ¡yo le puse Tweety, también!
FR: Por eso, yo no participo de eso. Después, todos los que entraban, Hugo mismo que me decía “dale, yo te voy a acompañar a mezclar”. ¡Sacado! (Risas). Y bueno, el abanico de gente distinta que entre comillas encierra esta música me parece que también es la riqueza, de no estar con eso de “acá tengo que poner este sonido”. Que se le ocurre y lo pone y no está preocupado por si va a vender o no, o si va a gustar o no. Qué sé yo, ojalá que le guste a todo el mundo pero no hay nada pensado para agradar, ¿viste?

Sale así, básicamente.
FR: Creo que esta es una era pensada para agradar, todo está hecho así, todo lindo y... no es todo lindo. A veces pasan cosas que no están tan lindas. A mí me pasa que Villa me dice “che, ¿cuándo vas a hacer una canción pum para arriba?” (Risas). ¡Nunca! No sé si me va a salir. Cuando hice “Helados”, él me dijo que era la mejor canción que había hecho en mi vida. Estaba Julián [su hijo] en la sillita y yo empecé a molestarlo. Le hago el personaje Mamá Tanguera, que lo odia (risas), todo es con tango: “veníiii” (estira la I con sentimiento). Ahí salió esa canción y así como quedó la grabé, él estaba contento porque dice su nombre, era chiquito. Y a Carlos le parecía que estaba buena esa canción porque tenía cierta luminosidad. Porque bueno, nosotros nos reímos mucho, yo soy bastante... me río, me gusta divertirme.

Muchos músicos dicen que componen a partir del sufrimiento o de los malos momentos.
FR: No sé... yo agarro la guitarra y ya me sale ñeee (hace un sonido retorcido), no me sale un Do. En “Los peces” lo puse, era exactamente igual la canción, sólo que arrancaba con otro acorde. Y dije “lo voy a sacar y voy a poner un Do”. Me pareció que estaba el Do y yo no lo veía, a veces pasa eso. Hay cosas de uno que no tienen explicación, ¿por qué a él desde los 13 años le gusta escuchar los fondos? Es su esencia, qué sé yo, ser otra persona me parece una pérdida de energía.

Y no te lleva a ninguna parte.
FR: A mí me parece que no, a otros sí porque ganan plata o prestigio y les parece que está bien. Pero a mí me parece una pérdida de tiempo terrible, no tengo voluntad.

¿Cómo sigue esto? ¿Hay planes?
FR: Sí, nos vamos a Córdoba, que eso es terrible, vamos a ver cómo nos va.
MF: Vamos a mostrar el disco, a tocar en los lugares que se pueda. Ya nos llamaron de Azul y de otros lugares también, y eso a veces genera un movimiento, por ahí te llaman de otro lado “vi que tocaron acá, ¿no quieren venir?”. Porque somos dos, no hay que trasladar una banda. Hoy en día, muchos artistas hacen así, van solos o con la mitad de la banda a los viajes. Y gente que tiene música pum para arriba, ¿eh? Así y todo... así que lo nuestro es esto, es lo que es y podemos movernos un poco mejor.

Después no se sabe qué deparará. Nunca se planeó tanto, ¿o sí?
FR: Creo que nosotros nunca nos planteamos mucho nada, ¿no? De verdad.
MF: Me invitó al show, “Che, ¿podés?”. “Dale, sí”. Nada más.
FR: Me parece que eso es lo que...

Lo que hace que la cosa funcione.
FR: Sí, el otro día me preguntaban “che, pero vos tenés un plan”. Yo nunca tuve ningún plan, a pesar de que soy mujer y las mujeres somos más de planificar. Digo, tengo planes a full“a las once voy a hacer la cama”, ¿entendés? “A tal hora voy a buscar a mi hijo”“voy a tratar de tocar a tal hora”. Organizar el día, cosas así. Ojo, no es que con la música no hay trabajo, ahora fue llevar el disco aquí y allá, hacer notas...

Pero ni siquiera se pensó un futuro disco. A veces los grupos sacan un disco y ya quieren lanzarse a hacer otro.
FR: Me lo decís y ni se me había ocurrido. Hacer un disco con él siempre era un sueño que tenía ahí pero... terrible. Cuando llegó el disco y lo vi, dije “no...”. Estaba nerviosa porque no sabía si lo ponías y escuchabas uno de Los Parchís (risas), esas cosas que suelen pasar. No sé quién me dijo que a Luis le pasó.
MF: Sí, y con un disco de Nito [Mestre] donde tocaba yo. Fue con Artaud, con la primera edición: el lado A estaba bien y en el lado B empezaba tocando yo (risas). Increíble, habían hecho, no sé, dos mil discos de esos.
FR: Y de Privé yo tengo una edición fallada, en la que “La pelicana y el androide” estaba toda shh (imita ruido blanco). ¡Al oeste llegó esa versión! El mundo de las cosas que pueden pasar siempre es muy grande.

*Florencia Ruiz y Mono Fontana siguen presentando Parte. Este viernes 7 de octubre se presentan en Cocina de Culturas (Julio A. Roca 491, Córdoba).

El 22 de octubre tocarán en Estación Provincial (17 y 71, La Plata), el 17 de noviembre en Kirie Music Club (CABA). el 15 de diciembre en Azul y el 16 de diciembre en Tandil (Para más información sobre estas fechas, ingresar a la página de Florencia Ruiz en Facebook).

[Fotos por Federico Caruso]