miércoles, 28 de septiembre de 2016

Florencia Ruiz y Mono Fontana: Música para las estrellas

Que Florencia Ruiz y Juan Carlos Mono Fontana hayan hecho un disco juntos es uno de los grandes sucesos de la música argentina en 2016. Dos músicos de distintas generaciones que, sin embargo, parecían destinados a encontrarse. Ambos con un toque personal, volátil y disruptivo, forjaron su espacio y se ganaron bien ganado su prestigio en base a eso: la música que producen, juntos o separados, es especial, emotiva y única. Llena de preguntas, de misterio. No hay dos Florencias Ruiz, no hay dos Monos Fontanas. (En Europa tampoco se consiguen, ni se gasten).

Esta introducción no es un compendio de adjetivos elogiosos para Flor y el Mono en agradecimiento por la hermosa charla que tuvimos a cuento de la edición de Parte, la obra que resulta tras años de toques y toques. Es exactamente al revés: quisimos hablar con ellos porque lo que hacen conmueve y moviliza, inquieta y sorprende. Por suerte, aceptaron la invitación y no sólo eso: ésta fue la primera entrevista que hicieron juntos.

Entonces, no quedó otra que recorrer toda su historia juntos. Los primeros encuentros y shows, el código genético que sus músicas comparten, qué es eso que en los créditos del disco definen como fondos y cuánto lugar dan a la interpretación. Y más, porque se habló mucho: cómo juegan las emociones para Florencia a la hora de compartir sus canciones con un músico al que admira tanto. Cómo hace Mono lo que hace. Qué veremos en la presentación de Parte, este viernes en la sala Caras y Caretas.

Adéntrense y viajen... que esta es la parte uno, nomás.

EL PRIMER CRUCE
La pregunta es obvia pero inevitable para empezar, ¿cómo se conocieron?
Florencia Ruiz: ¿Te acordás, Mono? Muchas cosas arrancan en la bizarreada... [Fernando] Kabusacki armó una especie de show -no era festival-, un concierto a beneficio de Japón, que justo había sufrido el tsunami con terremoto. Si mal no recuerdo, fue en Casa Brandon, éramos nosotros, Alan Courtis y el mismísimo Kabusacki.
Mono Fontana: Y Ale Franov.
FR: ¡A Ale lo había borrado! Justamente, todas esas personas tenemos una relación con Japón, desde distintos lugares. Y el festival fue un fracaso total, porque vinieron cuatro personas que eran alumnos del Mono. Y bueno, así fue que nos conocimos personalmente, porque yo al Mono lo conozco desde siempre.

Ese día, ¿charlaron algo? Se rieron un poco de la situación, imagino.
FR: Sí, ese día charlamos y tocamos. No sé si nos reímos de la situación, un poco después, quizá. Al toque de eso yo me iba para Japón, es gracioso porque la plata en Japón no tiene nada que ver con la nuestra, calculá que en ese momento el dólar estaba a tres pesos, o algo así. Se habrán juntado dos dólares (risas). Para Japón es comprarte un agua. Pero bueno, los encuentros son lindos, con Kabu yo no soy amiga, con Ale sí, Alan Courtis siempre me gustó lo que hace, lo fui a ver mil veces. Esa fue la última vez que lo vi, ¡hay que mandarle un mail!

Así hiciste con el Mono el siguiente contacto, ¿cierto?
FR: Sí. Un mail no, un mensaje por Facebook.
MF: El día ese de Japón habíamos tocado todos en forma individual y después en un momento se hizo una especie de mitin, Florencia tocó algunas músicas de ella y con Ale tocamos atrás algunas cosas que se pueden orejear.

¿La habías escuchado a ella alguna vez?
MF: No, y me gustó. Me gustó y después...
FR: Yo te di unos discos, me parece. Justo de casualidad tenía, eso fue una suerte.
MF: Sí, después ya escuché mejor. Pero siempre al principio, esa primera impresión para todos sirve. Vos decís “acá sí, acá no” (ríe).
FR: El sonido era malísimo. Igual estuvo rebueno. Bah, no sé, yo no asocio, si bien uno siempre que va a tocar espera que vaya gente por un montón de motivos, también son circunstancias. No sé qué pasó, no me puedo acordar por qué fueron cuatro personas. Realmente me acuerdo del día y algunas cosas, ahora que me decís de Ale me acuerdo de estar riéndome con él porque es una persona muy divertida. Creo que después sí, fuimos a comer con él, o a algún lugar lo llevamos.
MF: For Japan se llamaba el show. Sí, terrible...

Gracias a ese show están hoy acá.
FR: Más vale, por eso te decía. Cuando yo le escribí al Mono estaba en Japón, y me habían dicho de hacer una fecha porque se inauguraba la capilla del Centro Cultural Recoleta, que estaba en desuso hacía años, si quería ir a hacer un show tranquilo. Justo era ese espacio, no sé si ahora se sigue usando porque nunca más fui.

¿Se te ocurrió a partir de ese día en Casa Brandon lo de invitarlo? ¿Pensaste “es el momento, ahora que ya lo conozco”?
FR: En Japón siempre ocurre que tengo más ánimo de hacer cosas. Como voy ahí, pasan cosas, estamos en una gira larga con un montón de amigos... Esos viajes son un poco agotadores, la gira te hace trabajar todo el día, 24 horas, pero me pareció que era una buena oportunidad. Justo habíamos sacado el disco con Villa [se refiere a Carlos Villavicencio, reconocido arreglador y productor que trabajó en su álbum de 2011, Luz de la noche] y era un disco redifícil de tocar. Imposible de tocar, porque si bien él tenía la ilusión de poder tocar eso en vivo, yo no sé cómo se le había ocurrido esa locura, ¿no? Eso nunca se iba a poder tocar.

Y terminaste postergando la presentación de aquel disco para tocar con él, ¿no?
FR: No es que la postergué, no surgía nada. No es que “uy, la voy a postergar”, no aparecía ninguna idea ni nada, un par de años después apareció una idea que en realidad la trajo un amigo. “¿Por qué no disparamos esto, por qué no hacemos aquello?”, y se hizo.

LOS ENSAYOS, LOS FONDOS
¿Cómo fueron las primeras pruebas, los ensayos?
FR: Haciendo. Como dice Carlitos Balá, “el movimiento se demuestra andando”, buscando fechas, haciendo shows. Empezamos a tocar, más o menos, seguido, a veces, según nuestros ritmos familiares (además, el Mono tiene un montón de otros proyectos).
MF: Sí, para el tipo de cosas que yo toco no me tenía que adaptar mucho a la música de Florencia. A ella le gustó eso y entonces es como decir, bueno, algo especial. Tener tus cosas y meterlas ahí, respetando y conociendo más la música que ella hace, las letras, su forma de tocar y de cantar... eso lo aprendí mucho con Spinetta [siempre hay algún desprevenido al que vale aclararle: el Mono tocó en infinidad de discos de Luis Alberto Spinetta, como miembro estable en la última formación de Spinetta Jade y de su banda cuando solista; también en calidad de invitado]. Sin que él me lo enseñe, lo aprendí de tener en cuenta los textos. Es como un cuadro: no ves que está todo adelante, esa perspectiva de hacer una canción, una composición. Uno se guía instintivamente, por lo menos adonde le parece que tiene que ir, incluso con elementos distintos a las cosas que yo he escuchado que hace Florencia. A veces, ella me decía “probá” y yo voy un poco más. Yo pruebo, trato de profundizar siempre un poquito más.

En esos momentos de prueba, ¿había un límite o era eso, ver hasta dónde se llegaba? En el librito del disco hay una palabra muy interesante para lo que hacés, Mono, dice “Mono Fontana, sintetizador y fondos.
MF: Fondos, sí. Eso es una cosa que hago desde chico, más o menos desde los trece años. De incorporar a lo que uno hace, poner sonidos como ahora, que se escucha el ventilador, la gente hablando... traté en ese tiempo de hacerlo con mi cabeza de trece años, después eso fue creciendo y creciendo hasta que ya se formó parte de un vocabulario. El primer recuerdo que tengo de hacer esto, así como puso Florencia, como fondos, fue con el grupo que teníamos con Lito Epumer y Pedro Aznar [se refiere a la formación original de Madre Atómica]. Ponía como fondo de una música que tocaba, no sé, alguien con la viola... yo tenía un recipiente con agua y tiraba unas Redoxón. ¿Sabés lo que son, no? Esas pastillas efervescentes. Y si teníamos un micrófono para los tres era mucho, así que imaginate, eso no se escuchaba, por ahí lo escuchaba el que estaba al lado mío, la primera butaca (risas).

Pero vos lo necesitabas.
MF: Sí, yo estaba como si tuviera los lentes 3D, así, igual. Y empecé a poner cada vez más cosas, y eso después lo empecé a grabar: de casete, no sé. Florencia ahora me regaló un iPad, lo tengo todo ahí. Viene todo de ese mismo lugar, y hay gente a la que le gusta y músicos a los que no, o no les hace nada. Pero a mí me condiciona la forma de tocar, toco de otra manera con eso que sin eso, me da todo un espacio, una cosa que si no la tengo, toco distinto. Y para la música de ella, aunque esté chiquito o sea algo atrás, cuando escucho el disco le aporta algo.
FR: Es tremendo. Bueno, es parte de tu modo, ¿no?

Si la idea era hacer algo juntos, eso tiene que estar.
FR: Además, qué sé yo... no sé cómo decírtelo, yo te tendría que hablar del disco pero en realidad a mí me encanta todo lo que toca el Mono. Lo que más quiero es que pruebe cosas y que la canción se vaya a otro lado. Sería muy limitado que yo pensara una cosa y pedirle, “hacé esto, hacé aquello”. Me parece que no avanzás nunca en nada, ni en la vida, ni en la música. Si hacés un dúo con él... Es circunstancial que justo todas las canciones sean mías, el disco también tiene mucho de frescura, el repertorio y todo, porque surgió un poco ahí.


PARTE, IMPROVISACIÓN Y EMOCIÓN
¿Las canciones nuevas surgieron en ese período de tocar juntos?
FR: Hay dos canciones que yo había hecho para una serie japonesa. Las otras -“A qué”, “Los peces”, “A través de ti” y “Llama”-, sí tienen como, digamos... yo no compongo igual desde que toco con él, a pesar de que sí, vos lo escuchás y decís “es lo mismo”. Yo no me siento la misma persona.

¿En qué pensás que te cambió?
FR: Primero, me parece que al compromiso de compartir con él, humildemente, le pongo todo. Justo me agarraron unos años de maternidad que son un poco difíciles, porque mi hijo es chiquito. Ahora que está creciendo tengo más tiempo. Hoy estoy acá, ponele, si esto hubiera sido el año pasado no estaba acá. Tocar con él y estar más o menos a la altura -aunque nunca estoy a la altura-, eso ya es terrible. Ayer me acerqué a Hugo [se refiere a Hugo Fattoruso, el gran músico uruguayo que se presentó en Buenos Aires el día anterior a esta entrevista, amigo de Florencia] y le dije “no puedo creer lo que escuché”. Y él me dice “pero pará, vos tocás con Mono Fontana, como diciéndome “vos estás con el número uno”. Terrible, lo dijo con una cara, como llorando.

Alguna vez dijo que eras el mejor músico del mundo. ¿Cómo lo tomás, Mono?
MF: Lo pongo en un lugar muy del sentimiento. Es algo lindo, alguien que te demuestra que te quiere, obviamente no en lo literal... que un músico como él te diga una cosa así, es un piropo gigante.
FR: Aparte lo dice desde un lugar... yo estaba con Julián dormido, a upa, y Hugo estaba haciéndole así con la camiseta, como quitándole el sudor. Y además, no es tan piropeador.
MF: Hugo es así para cualquier cosa, muy legítimo. Quiero decir, bancatelá si es así, eso es lo que me gusta, porque es re legítimo.
FR: Varias veces, hablando con él en situaciones hogareñas, me dice que no entiende lo que hace el Mono, que realmente... yo le explicaba que cuando grabamos...

¿No entiende en qué sentido? ¿Cómo hace todo lo que hace?
FR: Esto que me pasó a mí. Nosotros grabamos el disco y por suerte eso se registró en video, se filmó. Y yo mirando el video decía “ah, ¿así hace eso?” (Risas). Porque claro, yo voy escuchando una música pero como estoy concentrada en lo que hago no puedo estar mirándolo. Lo vi como espectadora, lamentablemente uno sólo tiene un lugar.
MF: Lo ves distinto.

Es genial que vos digas eso, ¡que lamentes no poder verlo!
FR: Claro, incluso trato de ir a verlo cuando toca porque me encanta lo que él hace, ¿entendés? Me parece increíble. Y cuando terminamos de grabar el disco, se acercó un amigo, Miguelius y me dijo “yo no puedo creer que una sola persona haga todo eso”. Él es más técnico del audio y estaba impresionado. Y me gustó también mucho toda la mezcla del disco porque me quedaba como “a ver, poné de nuevo eso que hizo ahí”, porque en el devenir del show se te escapa, no podés escuchar todo.

Escuchando Parte pasa eso, que siguen apareciendo cosas. Todo lo que sucede en “Hacia el final”, por ejemplo, da sentido al concepto de fondos. Hay un segundo plano que va apareciendo de a poco. Pareciera que uno, desde el lugar de escucha, nunca terminara de aprender esa cantidad de cosas que suceden. No sé si a vos te pasa también, Florencia, de escuchar algo que tocó él y pensar “¿esto estaba antes o es nuevo”.
FR: Pasa que la escucha es algo muy personal. Yo que soy bastante obse de escuchar, en general estoy escuchando los mismos discos que escuchaba de chica. Y ahora digo “uy, mira, eso no lo escuchaba, aquello tampoco”, como de avivarte, ¿no? Me parece que este es un disco para avivarte durante diez años porque, te digo, lo escuché un montón. Fue el disco mío que más escuché, por cosas técnicas, de estar mezclándolo y qué sé yo. Y no lo podía creer, decía “no puede ser lo que tocó acá”. En dos oportunidades del video yo me pongo a llorar porque no puedo creer...

Vos sos de emocionarte mucho en los shows también. Muchos músicos dicen que están tan concentrados durante el show que no se emocionan en ese momento.
FR: Una vez escuchaba hablar a Edgardo Cardozo en un programa de radio, el de Maxi Diomedi, [Patologías culturales] y él decía -después me lo dijo a mí una vez- que no hay que emocionarse, que la emoción hay que dejársela al otro. Yo, te digo la verdad, estaba renerviosa antes de grabar. Los primeros temas me temblaba la mano, decí que ya estoy vieja (ríe) o estudié y fui a dar muchos exámenes, que tenés que tocar cosas redifíciles. Todo eso me ayudó a hacer un muro un poco más fuerte y por eso, entre comillas, no pifié tanto y pude seguir tocando. Ya en la mitad del disco estoy más concentrada pero “Susurro”, la que toco con la guitarra española -que es la guitarra con la que tengo más relación-, es la que peor toqué. Es increíble, ahí se me caía todo. Estudié guitarra española pero cuando puse la guitarra no podía tocar.

¿Era por la situación del disco en general o por la canción?
FR: Esa canción es una de las que compuse para la serie japonesa, y Japón para mí tiene un lugar muy amoroso, no sé, de un montón de amigos que tratan de que mi música esté sonando ahí. Se juntan y es un grupo, y todos dejan sus casas y sus familias por un mes para estar en un auto girando por todos lados. Está ligado también a Hugo, que también es otro ídolo y que compartimos todo ese mundo y yo... ¡me hace llorar! No es que lo veo como algo bueno, pero qué sé yo, son cosas de la emoción. No sé si está bien, posiblemente no esté bien. Tampoco sé si en el disco se escucha, igual, si ves el video vas notando más cosas. Yo lo testeé eso, le pregunté a varios. Cuando hice el disco con Ariel [Minimal, hicieron juntos Ese impulso superior en 2008] era otra instancia de grabación, nada que ver. Y a la vez hay algo de conexión porque yo llevaba una canción ese día y ese día la grabábamos, no había ensayos ni nada. Ya con el Mono... para mí, él tiene una conexión con lo espiritual terrible.

Ustedes venían tocando hace varios años pero el disco se grabó en una sola sesión, en un día. ¿Se ensayó mucho antes de grabar o se dejó lugar a la improvisación?
MF: No... tenemos una manera de entrar ahí. Si entramos, entramos, si no entramos, bueno. Pero si entramos, entramos a ese lugar. Que no es del ensayo, ¿viste? El ensayo pasa, no es lo mismo cuando vos estás con las personas y vos estás recibiendo eso que viene, que no está en la sala. Eso lo tenemos y creo que los dos vamos con ese espacio ganado.
FR: En mi caso, yo estudié los temas fríamente, quizás ya sé lo que voy a tocar el viernes, voy a tocar eso. En el fondo, de alguna manera, lo tengo que ayudar para que él vuele, por decirlo de alguna manera.

¿Lo sentís así? ¿Qué vos aportás a las canciones la mínima estructura indispensable para que él construya desde ahí?
FR: Sí, por eso tengo que estar bien con el tiempo, con cosas bien técnicas que si no están es un desastre. Tocar bien, cantar bien, esas cosas que hacen que el otro diga “ah, bueno, está bien, qué bueno”.

Y la parte de improvisar quizá correría más por cuenta tuya, Mono.
MF: Claro, sí. Ojo, la improvisación no de la manera en la que a veces se conoce, que improvisación es hacer un solo. No. Va por otro lugar, cosas que vos podés aportar a un color que tiene la armonía, que tiene la letra, que tiene determinado tema en la manera como está cantado. Un montón de cosas que, a la hora de tocar... yo las tengo en cuenta y todas son distintas.

Es decir que en la presentación, la gente no va a escuchar el disco tal como es.
MF: Hay un lugar, tenemos un lugar ahí, hay como un sonido que logramos entre los dos.
FR: Quizá después las notas son otras o él pone otro fondo, no sé, pero yo me quedé recontenta porque fue eso, registrar el trabajo de años. Si hubiésemos hecho otras tomas, hubiera sido otro disco, sin esa frescura. Y veníamos hablando de tocar el disco entero.

Caras y Caretas tiene un sonido que ayuda a su propuesta.
FR: En honor a la verdad, creo que nunca habíamos tocado en un lugar con un sonido de decirte “che, nos escuchamos rebien”. El último show que hicimos, yo venía de tocar en Japón y cuando empezamos a tocar... a veces es medio cachetazo, después me acostumbré. De todos modos, no reniego de ningún lugar donde tocamos ni de nada, porque todo suma y es lo posible para nosotros, lo que nosotros podemos hacer. Y esta sala está pensada para que se suene todo. Tengo un amigo que organiza ahí y cuando se enteró del disco me dijo “por favor, vengan acá, qué bueno que sería”. Y yo le insistí al Mono también... por esto que tiene que ver con escucharnos.


*Florencia Ruiz y Mono Fontana presentan Parte el viernes 30 de septiembre en la Sala Caras y Caretas (Sarmiento 2037). Entradas a la venta en TuEntrada.com (sin costo por servicio escribiendo a zumadiscos@gmail.com hasta el jueves 29).


[Fotos por Federico Caruso, flyer del show por Gogogoch]

martes, 6 de septiembre de 2016

Truenos en suspensión


El primer enigma de una obra, siempre, es el nombre. Y el disco nuevo de Atrás Hay Truenos se llama Bronce. Resultado de la fundición de un metal con otro, como dice el tema-título -“somos metales aleados, no se pueden separar”-, no hay juego olímpico que valga en esta escala de valores metálicos. No se trata del precio -por ahora- sino de la unión. Y “Bronce” la ¿canción?, abre el disco y el juego de preguntas que flotará en el viento.

Este bendito material fue la primera aleación de importancia obtenida por el hombre y se ganó, en la prehistoria, su período de auge, su propia Edad: con el bronce el hombre hizo armas y utensilios varios, esculturas y joyas. También monedas, claro; e instrumentos musicales (platillos, vientos, campanas y un largo etcétera).

Las pulsaciones que nos introducen en el bronce de los Truenos bien podrían tener poca relación con este material, pero... entre martillazos y sonidos oscilantes que emergen desde el más allá puede imaginarse un descubrimiento. El tempo flotante, la invasión de ultrasonidos, esa pugna entre lo que se percute y lo que oscila -vamos a lo técnico: la combinación de rítmica electrónica e instrumentos de percusión, más el mar de teclas que entra y sale, imbricándose- nos da una visión inicial fastuosa y reveladora. El bronce se figura verdaderamente: sinestesia. Y fuga.

Ahí está la clave de Bronce, en la puesta en escena. En las entradas y las salidas. En los efectos, en los planos, en la hipnosis que el grupo cocinó con paciencia en el estudio de grabación durante dos años y que estamos intrigados por ver cómo llevará al vivo. Este Bronce también es una creación humana, una composición brillante y valiosa y una gema de temer, como toda naturaleza manipulada por el hombre. Porque la historia sigue.

Empieza a contarse a partir de una fusión que hermana dos cosas -sin que sepamos cuáles- para siempre. Si nos ponemos minuciosos, todo lo que se presenta desde el minuto cero se descompone en el martillazo final de “Bronce” y su cola de reverb que parece tener respuesta en el comienzo de “Perro”.

El espacio íntimo se hace al exterior en la segunda, donde el protagonista ¡monta un perro abandonado! Y aquello que en un principio era inseparable ahora no está: pasamos, entonces, del dos al uno sin escalas. Ahora el cielo, contrario al inicio, se ve desde afuera. Pero si en el texto la narración se rompe -o mejor dicho, continúa con una ruptura-, en la tímbrica se profundiza. Los sintetizadores devoran todo y en su irregularidad preponderan o dan algo (poco) de protagonismo a la batería y a las guitarras que, tímidas, juegan a las escondidas. Este “Perro” debe ser Laika: espacial y eterna. Un perro que Daniel Melero sacaría a pasear orgulloso.

Si toda la canción es una excusa para el soplo del final, que se desinfla entre un simulacro de conexiones dial up, lo vale.


Lo  cierto es que Atrás Hay Truenos corrió el eje y comprendió que no siempre guitarra es rock: en el ritmo y la superposición de capas parece estar la papa esta vez. Las letras insinúan, y a partir de aquí parecen dar más pistas. El narrador se dirige a otros ojos en “Encuentro”

Entonces somos dos y somos gente, bien. El continuo tecla-secuencia-videojuego sigue su marcha triunfal: hay un hilo, ahora roto por el bombo. Otra vez el final (¿violines? ¿teclas? ¿pedales?, no importa qué) es clave. Cuarenta segundos de retirada tras un deseo que se pregona imposible: lo que importa es el final.

“Cara de mapa” es novedosa sólo en el contexto del disco: el ritmo machacante retrotrae al sonido clásico de AHT y a un modelo más arquetípico de banda de rock (aunque vuelve a combinarse el golpe humano con el sonido electrónico; este último, casi un látigo). Que la cara del otro sea el mapa significa que la memoria sensitiva es la que viaja, ve y recuerda todo aquello que el cuerpo no llega a  albergar porque lo desborda (o lo supera, puede ser una condición emocional o verdaderamente física). Al fin, las guitarras, aunque sutiles, ganan protagonismo. Parece haber un viaje y la sensación de llegada inminente al lugar -el Río negro, o Río Negro, de la siguiente canción- o al objeto ¿deseado?

¿Está esa continuidad en las letras o el viaje sonoro que propone el disco nos conduce a una narración que no es más que textos independientes, materia sin alear?

Es tan placentero el recorrido que en el fondo no importa demasiado. Diseccionado o completo, el viaje es el viaje. Y si no nos bajamos de esa idea de trip completo, la siguiente foto incluye el temor: representado desde el comienzo, suspensivo y elástico, de la mencionada “Río Negro”. Se dice, también:

Rio negro, tengo miedo
De las rutas y el desierto

¿La naturaleza es lo que abruma? ¿O el destino?

En un rayo, en el tiempo
El futuro ya llegó

El futuro que llegó y la inmensidad que no se puede evitar (“me di cuenta que te iba a seguir”, “me di cuenta que te ibas”). Atención: el que se va es el lugar, no la persona. Todo es enigma, en realidad, pero el que extraña se lleva un pedazo y el territorio es el que abandona“Consuelo” es Kubrick cuando empieza y Cure cuando se destapa. Lo que importa es el trasfondo, sea el “consuelo por lo que queda” o lo que resuena atrás de las guitarras (gritos, ruiditos, bocinas) como si hubiera dos charlas en simultáneo.

Aquello que persiste es “Para siempre”, sí (qué hermosa canción, un tratado de paciencia, como si ese “para siempre” borrara toda prisa). De golpe, casi entre máquinas registradoras que hacen clink, caja a lo “Money” de Pink Floyd, el viento, protagonista estelar, es el dueño que lleva al narrador de las orejas. “Euro, el reino de tu amor”, se llama la canción. ¿Qué está pasando acá? ¿Euro? Lo único que lleva ese nombre es la moneda de la comunidad europea. ¿Acaso el viento que nos arrastró hasta aquí es el tiempo que transformó aquella aleación noble en una de las monedas más codiciadas del mundo? ¿Ése era el viaje?

El cielo, que en un principio se contemplaba con vacilación, es dorado -vaya color- y falso. El reino está despojado de tesoros. Rosario Bléfari hace las veces (voces) de viento arrasador y sí, le hacemos caso como si fuera el valor más preciado. Caemos rendidos ante ella.

¿Se va de la naturaleza a la podredumbre humana? ¡¿Euro es mi dueño?! ¿El bronce no sirve para nada?

En el fondo, todo lo sólido se desvanece en el aire: de eso trata el final, una coda que es desahogo en forma de notas tenidas y fluctuantes. Atrás no hay truenos ni de cerca: esto es pura suspensión y podría ser, a eso juega, interminable. El viento del sur hoy es una respiración reverberada y honda, que no tiene precio.

Porque un viaje como éste es invaluable.-

[El arte de tapa es una fotografía de Javier Obando sobre la obra Variables de Ariel MoraLa foto de AHT la tomó Carlos Castel]