jueves, 21 de enero de 2016

Daniel Melero: “Lo original no existe”

Dieciséis años después de Piano, el disco que quebró su trayectoria al medio -clave para la reflexión y el redescubrimiento de sus detractores; el álbum que menos lo representa según sus fanáticos- Daniel Melero vuelve a las teclas con Piano volumen 2, esta vez acompañado por Yul Acri. ¿El hombre señalado como Agente de Cambio Número Uno del rock argentino repitiéndose hasta en el título? Él mismo se encargará de explicarlo en esta entrevista.

Pero no sólo de pianos vive Melero y es entonces donde se anima, como buen conversador, a hablar de la originalidad en el arte y de su lugar como “vanguardista”. Y ahí, cuáles son sus clichés y cuáles sus gambetas. También nos cuenta el fantástico método del que se vale su banda para armar las listas de los shows; da algunas precisiones sobre su disco en colaboración con el babasónico Diego Tuñón; y organiza el que sería su festival perfecto con bandas de la actualidad.

Pues bien, este es Daniel Melero: el hombre que derribando su propio mito lo reconstruye a cada segundo.



¿Por qué Piano volumen 2 en este momento?
Estoy grabando otro disco, empezamos a grabarlo antes de ir a hacer la sesión de Piano volumen 2 y me pareció que la manera de llamar la atención sobre un disco nuevo era volver a hacer algo que fuera recopilatorio. A su vez, los temas que están grabados nosotros los estamos tocando, eventualmente hacemos shows de piano. Y de eso no había un registro, así que por un lado es táctico y por otro lado es querer que quede un registro: como salió bien, se convirtió en un disco. Esa es la situación que se dio.

Cuando fuimos a grabar con la banda nos gustó el estudio y el piano que había. Y la idea me cerró un día estando en otro estudio de grabación, produciendo un disco de Yul, que es justamente el pianista de Piano 2. Y en un descanso, estábamos ahí en el patio y se me ocurrió esto; después lo conversé con Rodrigo Ottaviano, mi manager, y fue todo muy veloz. Fue una minuta, digamos, cómo sucedió todo. A su vez, la grabación está filmada en gran nivel y también va a ser publicada.

¿El video de “Sangre en el volcán” viene de ahí?
Sí, viene de esa filmación y es la toma del álbum, además. Los temas por ahí los volvíamos a tocar pero son una sola toma por lo general. Sí se grabaron muchos pianos después; es muy distinto que el otro disco de piano porque se utiliza el instrumento con un enfoque mucho más violento. Por empezar, este disco no es baladístico. Y tiene otro aspecto sonoro: al tener otro aspecto sonoro, también es otra mi manera de cantar. Igual queda bien ponerle a toda la estrategia Piano volumen 2.

Eso fue extraño, que vos le pusieras “Volumen 2” a un disco.
¡Ya era hora, viste, ya era hora! (Risas). Porque no quiero caer en lo que los demás ven como mi... Mi cliché sería el cambio. Y yo no funciono verdaderamente así, entonces también es una manera de liberarme de eso. Pero la verdad, creo que a la vez se nota tanto que el disco es muy diferente, que quedó como una broma.

No es una continuidad, ni cerca.
No, no, no. Por ahí el “volumen 2” puede ser porque tiene más volumen (risas). Debería ser “volumen 11” como si fuera Spinal Tap (más risas).

Subió el volumen del piano, también el volumen de tu voz...
Sí, también, hubo algunas canciones en que la performance fue violenta, directamente.

¿Y eso con qué creés que tiene que ver?
Con el tipo de pianista. Y fundamentalmente, con el tipo de piano. Es un piano moderno. Los pianos modernos son más estridentes, suena orgánico pero es estridente; el otro era un piano de fines del siglo XIX, entonces sonaba como música romántica de esa época, ¿no? Y también era “romántico” el álbum. Este también, pero tiene canciones más misteriosas como “El ritmatista”, “La reina del enigma” o... Bueno, “Sangre en el volcán” es una canción muy misteriosa. O “El reino de los sueños”: esa es una de mis favoritas, de las que mejor quedó. Piano es un álbum baladístico, se puede escuchar plácidamente; éste reclama, tiene otro tipo de reclamos.

















¿La selección de los temas y sus arreglos cómo fue? Porque hicieron todo muy rápido.
Yuliano, entre una noche y un día hizo... más que arreglos te diría que son orquestaciones, buscó que tuvieran una característica especial para cada canción. Eso me llevó a profundizar en el microfoneo de una manera específica para cada tema. O, por la posibilidad de tener tantos micrófonos, utilizar en algunos temas unos micrófonos y en otros, otros.

¿Y eso lo fuiste decidiendo en el estudio?
Eso lo decidimos días antes, pero de alguna manera también somos víctimas del proceso de hacer. Imaginate, a la velocidad que esto ocurrió también sucedieron eventos que, así como me viste elegir rápidamente qué quiero comer ahora [la nota fue en un bar] también hicimos elecciones de esa clase. ¿Sabés qué pasa? También la gama infinita de posibilidades a veces es peor que restringirse. En este caso, como el juego era “vamos un día al estudio a hacer todo esto” y estaba funcionando; bueno, en el juego hay reglamento y una de las reglas era “no hay lugar para la duda”. Las decisiones son las decisiones. Si no, siempre llegarías tarde (y en general con las decisiones se llega tarde). Acá, si había un reglamento del disco era “ya”. Que tenga calidad, mucha calidad, pero ya. Es fabuloso proponértelo y que salga, que ocurra. Fue muy agotador también, al otro día de hacerlo me di cuenta.

Grabar un día entero y que el disco sea eso, debe conllevar su presión.
Sí, pero más que una presión era liberador también, porque no tenía esa idea de “bueno, esto lo vemos mañana”. No.

Por un lado era “esto tiene que salir bien” y por el otro “bueno, ya está”.
Sí, y tiene que tener valor para ser publicado, porque de otra forma hubiéramos grabado un show en vivo, donde no tendría tanta personalidad cada tema, aunque ya venían siendo más poderosas las canciones que usábamos. Hay muchas que eran muy violentas y ocurrió que no se grabaron, el material prácticamente lo decidió Yul.

¿Él hizo la selección?
Sí, el grueso lo hizo él. Hubo algún tema que se le escapó o que yo sugerí pero la mayoría los eligió él, como generalmente también él y el resto de los artistas que tocan conmigo son los que hacen las listas de los shows. A mí me da más o menos lo mismo.

¿Preferís que el otro proponga? ¿Te sorprenden con sus selecciones?
Me sorprende el orden con que seleccionan, a veces. Yo lo haría bastante distinto. Sobre todo cuando tocás, además del material nuevo que estés haciendo, hay tanto repertorio que de alguna manera el público que me va a ver ya lo conoce... Y me parece que el orden no es tan importante, las canciones se abren paso solas ubicadas en cualquier lugar del show, más allá de nuestras intenciones. Pero me gusta ese juego y es un juego que hacen mirando listas de un artista que quizás no tiene nada que ver. Hay bandas ridículas que eligieron, no me acuerdo... ¿Vos te acordás de alguna lista que se haya usado, Rodrigo? (Le pregunta a su manager).

RO: Sí, en el show de Belushi se usó una lista de los Beatles del año ’65, por ejemplo.

¿Y cómo es el método? ¿Miran las características de las canciones y buscan las equivalencias entre esas canciones y las tuyas?
Sí, sí, miran la lista y dicen “esta equivale a esa” (risas). Pero es absurdo, lo que ven es absurdo. Había una lista de Roxy Music también, pero hubo una de un grupo terrible, como si te dijera Air Supply o algo por el estilo.

Sentiste que te estaban matando ahí.
No, no, ¡si yo ni siquiera sé las canciones de Air Supply! (Risas).

Es muy peculiar. Porque intentan pensar lo que pensó el otro a la hora de armar la lista y quizá fue algo totalmente distinto a lo que se dispara.
(Se ríe). Si tuvo sentido se lo arrancan de cuajo. Es casi un capricho, un juego, un procedimiento sin sentido. ¡Pero da buenos shows! Lo que funciona al final son los temas y cómo se tocan. Igual a mí me gusta ver que juegan a eso, me parece hasta un halago.



Hablando de delegar, cuando salió Piano vos decías que te parecía injusto que llevara solo tu nombre, que Diego Vainer merecía figurar en el título.
Sí, sin dudas. Entonces hicimos también un EP [Dejaré que el tiempo me alcance] y ahí sí está el nombre de él. De todas maneras, en el caso de Piano fue un disco que se editó primero en Chile y lo grabé con un dinero que me habían dado para producir un disco de recopilación con versiones tecno mías, versiones nuevas. Allá se llamaron Uno y Dos y acá se llaman Piano y M (acá salió mucho después). Y en Chile era necesario que estuviera mi nombre porque era un disco de presentación; además yo hice ambos discos con el dinero destinado para uno solo. Piano también lo hicimos rápido, en dos o tres días, veintipico de horas en el estudio. La sesión de Piano volumen 2 duró del mediodía hasta la noche, tarde, nos habremos ido a las 11 y media de la noche. ¡Ya lo vas a ver en la película! (Risas).

¿Y tu rol de cantante para estos discos de piano? Te diste un lugar totalmente distinto al habitual.
Sí, cada vez me dedico más a cantar, si lo pensás, cada vez toco menos.

Como si a partir de Piano hubieras hecho un clic. En Vaquero ya está.
En Vaquero no toco en todo el disco, sólo canté. En Supernatural toco una guitarra acústica y un sintetizador... Sí me encargo de los procedimientos. En Disco es muy importante [Tomás] Barry, para mí él produjo las mejores piezas del álbum. Las redondeó él: “Mirá mirá” y “Dudas”. Los otros temas me encantan y todo pero estos tienen un sonido totalmente genial, que yo nunca hubiera sabido hacerlo.

Hace un tiempo dijiste que querías recargar más en la voz y menos en lo corporal. ¿Lo seguís sosteniendo?
Sí, no tengo dudas. Además me gusta mucho cantar, ser el cantante de músicos que tocan como los que tengo la suerte de tener alrededor, porque tocan de manera muy abstracta, es como que siempre se están fugando de la música. Entonces hay un juego de si voy a ser formal o si me voy con ellos; o si ellos se formalizan y entonces yo me escapo. Y esas son cosas que en los shows se deciden en el momento, porque nosotros ensayamos los temas como una red de contención, por si nos fuimos todos a la mierda (risas). No es que ensayamos un show y después vamos y lo repetimos en todos lados: cada show tiene su propia lista y aparecen temas que no estaban en el anterior, se decide en el día y también durante el show yo decido.

¡Y encima la lista no la armás vos!
No, pero en el momento yo digo “che, éste no, toquemos el que viene después”. Cuando veo que el show se está dando de una manera trabajo sobre eso en el escenario, no estoy respetando lo que creía que iba a ser antes, porque para eso tocás con pistas y yo hace como quince años que no lo hago.



En cuanto a reformulaciones, Piano volumen 2 tiene algunos momentos con un toque caribeño, si se quiere. ¿Eso cómo surgió?
Sí, en “Sangre en el volcán”, “Besar” y “Canciones de moda”. Pero las originales... Por ejemplo, yo siempre pensé que “Sangre en el volcán” era caribeña, después, qué sé yo, como era con tontones electrónicos cuando la grabamos con Los Encargados… Yo siempre la vi así; y con la banda la tocábamos con batería, claro. Estaba intentando hacer algo centroamericano, y después en Conga también: si vos escuchás “Canciones de moda” está repleto de percusión, tumbadoras y bongós. En el caso de “Besar” no, creo que es distinto, es un tema de esos que hago con una guitarra. Pero en “Sangre en el volcán” ahora se nota. Para más, es medio como un tango y a la vez tiene elementos de dub en el piano, los ecos. Quedó un híbrido muy interesante, una nueva especie (risas).

Me sorprende que lo hayas pensado desde siempre ese toque caribeño, quizá uno nunca lo hubiera imaginado hasta escuchar la nueva versión.
Pero bueno, es como lo de las listas, la fuente uno la utiliza fundamentalmente para confundirse (risas). Y también para fundirse, en algún lugar (no en términos de dinero en lo posible, pero también si fuera necesario). Yo cuando compongo pienso en cosas anteriores, en cosas que existen, arranco desde ahí. Desde siempre: creo que lo original no existe para mí.

¿En qué pensás, en algo ajeno o en algo propio, que ya hiciste?
En algo ajeno, escucho una canción que me gusta y toco encima. Pero seguro que mis acordes empiezan a no ser los que eran y después, cuando saco la canción, recuerdo cómo era el tema que estaba componiendo y ya mi recuerdo es fallido. Después lo muestro a los músicos y cada uno lo interpreta de formas distintas y a mí me sirven más que las que yo pensaba. Pero no creo en “lo original”, sí creo que uno intenta ser, no sé, íntegro, genuino. Si publicás, tratar de que sea una composición que te parece buena, interesante, válida, inclusive que contraste con lo que se supone de vos o que siga una línea equis, lo que sea. Pero no creo en la gente que piensa que puede ser original: a lo sumo podés ignorar cosas y creer que sos original.

Pero va a ser más una cuestión de ignorancia tuya que la realidad.
Sí, aparte, qué sé yo. Porque… (Piensa unos segundos) Nadie es tan especial (risas). Formamos parte de una tradición genética nosotros, todos los humanos, entonces es muy engreído creer que uno puede ser un original. Pienso que en algún laboratorio tienen un tipo que es totalmente original, que lo crearon ahí y no tiene forma de hombre (risas).

Es paradójico que esto lo digas vos.
¿Por qué?

Porque siempre fuiste señalado como “lo original, lo nuevo, lo moderno”. Esto también porque se confunde “original” y “moderno”.
Claro, y no tienen nada que ver. La modernidad tiene mucho que ver con implementaciones tecnológicas. Mirá: para mí el arte decae desde la invención de la pintura rupestre, que es lo que nos transformó completamente. Y la tecnología más importante que tenemos es el control del fuego, no son los celulares. O sea, la revolución humana en el arte está en la pintura rupestre, a partir de ahí transmutamos esas ideas, las hacemos representaciones de distintos presentes que vivimos. La vanguardia, si existe la vanguardia... Yo creo que lo que existe siempre es gente que es del presente y a veces el mercado no está listo. Yo no me considero de vanguardia.

Pero sí creés que eso te pasó muchas veces, ser del presente.
Sí, si vos oís el disco de Los Encargados hoy, te das cuenta que no era de vanguardia. Colores santos no era de vanguardia, ¡era de la época! Esas son mentiras. El problema es que hay mucha gente de retaguardia. Y cualquier industria tiende a tratar de tener un status quo, sobre todo estas industrias. Hoy en día es un momento muy interesante porque la industria no sabe qué tipo de industria es, una discográfica es más de management hoy. Entonces es una empresa ¡pero tampoco emprenden! ¿Qué cantidad de grupos nacionales editan las multinacionales hoy? Pasan años y no sacan a nadie. Y si sacan alguno nacional es algo que viene de la tele, y de la televisión nunca bajó a la calle el rock; como máximo, a veces fue al revés. O sea, la tele nunca fue línea. Yo no puedo creer que la gente mire la tele o escuche la mayoría de las radios pensando “eh, ya no pasan música como la de antes”. La música de antes, la que vos creés que es buena, ¡no la pasaban tampoco! Pero tenías la curiosidad de encontrarla por ahí.

Bueno, hay una frase tuya que es tremenda y tiene que ver con esto: “cuando tus amigos empiezan a decir que ya no hay música como la de antes, es el momento en que tenés que cambiar de amigos” (Risas).
¡Sí, sí! Eso pasa a los 23 o 24 años, que la gente tiende a asentarse. Les pasa a los periodistas también, porque hay un lugar donde había una época que eras joven, ibas a shows o a la casa de tipos que estaban haciendo algo, lo que sea. Y en un momento dado tenés un trabajo que cumplir, estás cansado a la noche, tenés familia, y no querés que te vengan a mostrar nada nuevo. Preferís que no ocurra también. Y el mismo sistema del que te burlabas es el sistema al que luego pertenecés.

A muchos músicos les pasa.
Sí, también a los músicos. En general, la gente habla de “en mi época”. ¡A los treinta te dicen “en mi época”! (Risas). Nosotros lo usamos mucho de broma eso, aparte ya no sabemos...

¡Cuál es su época!
En mi caso, mi época... ¡Estoy ansioso porque empiece! (Risas).



Hablando de épocas. Encontré una comparación que hiciste alguna vez y me resultó simpática. Vos viste en vivo a Los Gatos, Almendra, Manal y Vox Dei, juntos en un festival...
(Interrumpe) Sí, ¡que corría alrededor de Spinetta! ¡Y también tocaba Industria Nacional! (Risas).

Y alguna vez dijiste que cuando viste en los ’90 a Carca, Juana la Loca, Babasónicos y Martes Menta, sentiste que era como estar en un show de la magnitud de aquel, con lo que pasaba en el momento.
Claro, claro. Es que hubo un show, creo, en Die Schule.

Claro, y te parecía que representaba lo que sucedía entonces. Hoy, ¿con qué bandas armarías ese show?
Con Luciano Duarte, con Puar, me gustaría que estuviera Guerra de Almohadas. Klauss que toque un poquito entre los grupos (risas). No, Klauss no estoy seguro de que sea para ese show pero sí me parece único. ¡El otro día estaba haciendo la lista y ahora no me acuerdo de nadie! ¡Cuando me hacen estas preguntas no me acuerdo! (Se ríe y piensa). ¡Shaman! Shaman [Herrera] tendría que estar en ese show, Sobrenadar tendría que estar... Ya está, ahí tenés cuatro y tenés más. Hay de más, ¡hay mucho más! Pero en el público tendría que estar Carca (ríe), tendría que ir Leandro Fresco, Diego Tuñón... ¡Ah, y tendría que estar UN, Miguel Castro!

¿Ellos dónde, arriba o abajo del escenario?
¡En los dos lugares! (Risas). A todos nos haría muy bien ver todo eso junto un día, sí. ¿Te imaginás el camarín? Va a ser impresionante en ese show (más risas).

¡Hay que organizarlo, Daniel!
¡No, más trabajo no puedo! El camarín de ese show... Con ese público y esos invitados puede no ir nadie que es un hitazo, va a ser un show igual.

Mencionaste a Tuñón. Con él estás haciendo un disco, ¿cierto?
Estamos terminándolo ya. Hoy iba a ir a grabar las voces...

¡No me digas que no fuiste para venir acá!
(Asiente). Me engañaron, me dijeron que tenía la tarde libre (risas). Pero estamos ahí, muy cerca, prácticamente en un 80% del disco. Es la primera vez que un babasónico va a tener un disco en solitario. Y es un disco extraño, por momentos muy melódico en piano y por momentos muy electrónico-siniestro. El hilo conductor es el proceso que ocurrió en la mente de un novelista, un viaje que él emprende hacia Oriente: a Vietnam, atraviesa el Río Mekong. Ese es el hilo interno del que está hecho el disco, que se va a llamar El camino del opio.

¿De quién fue la idea del viaje?
Creo que la idea del viaje fue mía, pero lo del camino del opio fue idea de Diego. Y con eso solo ya está todo. Después hay temas que él los hizo prácticamente solo y yo los procesé; y hay temas que los hice yo solo y están hechos a partir de pianos que él tocó. Pero todo forma parte de la nube de estar imaginando música juntos, entonces es casi irrelevante a quién se le ocurrió qué... Porque es consecuencia del otro.

[Publicado en indieHearts el 28 de mayo de 2015.
Imágenes tomadas del videoclip de “Sangre en el volcán”]

jueves, 14 de enero de 2016

2015 para escuchar

Otro año que pasa y, para variar, deja una pila de discos que seguiremos escuchando. Esta vez, agrupamos nuestros álbumes favoritos de 2015 por categorías, para guiar un poco más al oyente (todo es bastante arbitrario, como debe ser). Es pertinente aclararlo: esto es lo que una sola persona llegó a escuchar con cierto nivel de profundidad... Discos que recibí en mano de los propios músicos, discos que compré, discos que bajé, discos que escucho en streaming. Pero los escucho como lo que son, por si no se entendió: discos, una obra entera, algo que empieza y termina, con tapa y contratapa, con un sonido particular, con un orden.

Como la buena música perdura, todo aquello que no entró en este resumen aparecerá en este sitio durante 2016 (hubo unos cuantos álbumes que salieron cuando terminaba el año pasado, y otros tantos de artistas que admiro y a los que aún no llegué). El tiempo acomoda todo, pero los 21 discos que más aprecié a lo largo de 2015 fueron estos:



LOS QUE SIEMPRE DAN EN LA TECLA

Como leerán, no es necesario aclarar demasiado la primera categoría. Los siete discos que la conforman son de músicos que hace años son garantía de calidad. Podríamos juntarlos por pares (teniendo en cuenta que hay dos discos con un mismo protagonista): el dueto Valle de Muñecas y Fantasmagoria sería el primero. Dos bandas con más de diez años de trayectoria, varios discos en su haber y un pasado frondoso de sus integrantes. Manza Esain y Gori, songwriters de peso en esta era, otra vez demuestran su poder de fuego: el primero ha conseguido afianzar una banda que entiende sus composiciones a la perfección. Fernando Blanco ya se convirtió en su mejor ladero para sacarle chispas a la guitarra, la base que conforman Lulo Esain y Mariano López Gringauz se entiende de maravillas, y no hay un solo segundo de desperdicio en El final de las primaveras. su cuarto álbum de estudio, el más pulido en producción y canciones: descuellan con pop smithsoniano ("Insomnio"), fogón melancólico ("La cura y el dolor") y urgencia punk ("Una hoja en blanco"). Un disco que confirma las mejores suposiciones: Valle de Muñecas hace rato juega en Primera A.
Se escucha acá: http://goo.gl/WKDMlp

Qué decir de Gori y su criatura. Pasó mucho tiempo entre El río y El mago Mandrax: cinco años en los que el cantor se dedicó más a otros proyectos y Fantasmagoria sufrió mutaciones. Luego de encontrar tres nuevos coequipers y bajo el abrigo de Scatter Records -el mismo sello que alberga a Valle-, El mago... es el disco más extenso y directo de los hombres de negro, aunque a su vez tenga las dos canciones más misteriosas de su discografía: la apertura y el cierre, "La araucaria" y el tema-título. Dos viajes en sí mismos, uno redondo y místico, el otro, arduo y épico. En el medio, canciones que van al grano y dan clase de humildad y sencillez -"Las cosas de verdad", "Mirá bien"- en letra y música.
Se escucha acá: http://goo.gl/4SYtHr

Otro díptico: el de Maxi Prietto y Shaman Herrera. Aunque en verdad sea injusto reducir Los Espíritus, Prietto y Los Pilares de la Creación a estas dos mentes brillantes. Por el lado de Maxi hubo producción con sus dos proyectos mencionados arriba, ambos con resultados brillantes: Charly García decía que le gustaría ser negro, Prietto, Santi Moraes -qué predicador barrial- y los suyos lo llevan a la práctica con groove y espesor. La música de Los Espíritus tiene el humo indispensable y le brota por todos lados: la gente lo nota. Su arribo a El Teatro (Vorterix, bah) es una de las grandes noticias del año rockero y un acto de justicia para una banda que con dos discos ya es una realidad para observar de cerca.
Se escucha acá: http://losespiritus.bandcamp.com/album/gratitud-2

El otro proyecto, enmarcable a lo solista, es aún más oscuro, puro y duro, una banda que suena a otra época y crea un espacio bien reflejado en el arte de tapa: ese bar en blanco y negro con la fábrica enfrente. La formación termina de despejar las dudas, viendo el contrabajo, las teclas, la criolla y la batería austera: con Prietto se blusea a la vieja usanza y con las copas en alto.
Se escucha acá: https://prietto.bandcamp.com/album/prietto

¿Y Shaman? Si Prietto y Moraes son las voces reas, Herrera es el oráculo. Apoyado en una banda versátil, que puede sonar cruda y también supernatural -a propósito, qué nombre tan preciso Los Pilares de la Creación-, el hombre despliega todo su caudal. Charly García, otra vez, dijo que no podía pasar de los primeros dos temas de Nevermind porque eran demasiado buenos. Con Sueño real pasa algo parecido, pero son tres las perlas: entre "La sed" y "Sonríe" -a dúo con el Chango de El Mató- transcurren diez minutos hipnóticos que resumen los climas del disco. Lo que sigue no es menos atrapante: "ahora sé lo que es volar en libertad", canta Shaman. Y es imposible no creerle.
Se escucha acá: http://www.conceptocero.com/shaman/

Completan este combo de infalibles otros dos solistas que calan hondo, la última dupla de esta categoría, Florencia Ruiz y Lucio Mantel. Dos artesanos. El caso de Florencia esta vez es literal, porque su disco 7 cartas invisibles se muestra precioso desde su forma física, un sobre de tela que contiene al mini CD con las siete canciones-misiva. Todo en el disco es chiquito, hogareño, familiar, mientras que la voz oceánica de Ruiz, su poesía y su guitarra limpia -qué guitarrista notable- llevan tal profundidad que esos veinte minutos de duración son, al decir de Spinetta, la eternidad imaginaria. O un universo sanador.
Se escucha (y se ve) acá: https://youtu.be/mJ4ktJ3VMhY

Mantel no se queda atrás y de nuevo muestra sus dotes de orfebre. Se vale de lo acústico para construir un universo tan frágil como mágico. Puede ser dramático ("Péndulo", "Otro sobre el tiempo") o extremadamente cálido ("Es la noche"), arrimarse a colores folclóricos con devoción ("Deshielo", que remite a la "Zamba del grillo" de Yupanqui) o armar juego desde su guitarra en apariencia sencilla ("Luz de día"). Cada elemento emerge en el momento exacto y todo es resuelto con maestría... y una ayudita de sus amigos (Alejandro Terán, Fito Páez, entre otros). Otro disco perfecto.
Se escucha acá: https://goo.gl/CzHwKY



















EL PASO FIRME

Estos cinco álbumes confirman sospechas: un quinteto de grupos que no tiene demasiado que ver entre sí, excepto porque sus producciones de 2015 demuestran que si se esperaba mucho de ellos es porque mucho era lo que había para recibir.

Empecemos por Pels, que peló una obra monumental. Gospels parece un tratado sobre (el fin de) la juventud pero es mucho más. Un disco que demuestra cómo se puede seguir sorprendiendo con una formación clásica de rock si se tienen buenas ideas (y se las desarrolla, claro). Once canciones acabadas al detalle, que destierran toda obviedad compositiva y desandan caminos no tan sencillos, donde siempre se llega a buen puerto. Desde el acorde imposible de piano que da comienzo a la épica "Dormiría" hasta los senderos que se bifurcan en temas que se enroscan y desatan como "Los diablos" o "Limón negro". Y "Viva la pepa", que debería convertirse en la canción por excelencia para bailar drogado y desquiciado. Pasaron muchos años desde su primer disco, Ugo, pero la espera se curó por la gracia con que mastican ese chicle que el mundo sigue estirando: las preguntas irresueltas para ser siempre joven. Un piso altísimo para lo que vendrá.
Se escucha acá: https://pels.bandcamp.com/album/gospels

Mi Amigo Invencible, en verdad, ya podría estar en el listado de arriba. La danza de los principiantes nos presenta a un protagonista algo perdido en el nervio de los tiempos y los códigos de convivencia ("viajé al pasado a solucionar/ lo que había arruinado y lo volví a estropear"; "sé que siempre estuve en otra/ nunca supe cuál es la que va/ te quiero hablar mientras bailás"). Entre la historia a desentrañar que llega desde la palabra -¿las letras deben leerse en orden?, eso parece- y la precisión milimétrica de las canciones -hay sabiduría para acelerar y bajar velocidades, groove y punk a la vez, ¿postpunk?- se arma un viaje con vaivenes anímicos, fantástico y duro. En "Edmundo Año Cero", el protagonista encuentra sus cosas "cargadas de tiempo". El entorno fue arrasado. ¿Cómo se resuelve el dilema? La última frase de la canción lo sugiere: "Hombre caminando". Así procede Mi Amigo Invencible: manejando los tiempos con paciencia y maestría.
Se escucha acá: http://goo.gl/pSB6Ur

Con una dosis de certeza similar pero una dirección menos sinuosa y más obvia -no por eso menos atractiva-, ahí está Una comedia romántica, el novísimo álbum de Valentín y Los Volcanes. Yo le hubiera puesto Una apuesta por la pornografía, pero comprendo que el título no garpaba tanto. Lograr diez canciones así de redondas, asquerosamente melodiosas -¡es un elogio!- y familiares al oído no es tan sencillo como parece, podés quedar como un mero copy and paste en el intento. O como un chanta. La apuesta es brava: limpian las marcas de indieismo -todo está pulido, Jo Goyeneche casi no arrastra su voz ni su erre como antes, produce Tweety González- y apuntan directo al corazón radial, con la melodía como núcleo. No cambiarán el mundo, cambian mi mundo.
Se escucha acá: https://goo.gl/IX1iML

Algo así sucede con Segba y En otro camino, su cuarto disco y el mejor resuelto a la fecha. Hay dos vectores de poder en este cancionero: la llamada puede venir desde la fuerza de la guitarra y el impulso de eso que se suele denominar como la base -el bajo y la batería que... ¡no siempre son la base!-; o bien desde el magnetismo de estribillos como el de "Si me voy": la canción sin versos. Como indica su portada, rutera y con luz de noche, este es un disco de viajes: literales como el del tema-título y su bello aire folklórico; oníricos desde lo que se narra o por sus fugas hacia otras latitudes -el trip oriental de "Distancia horizonte destino" y "Huellas", que se topa con "Kashmir" de Led Zeppelin en su pico-. ¿A quién no le gusta viajar?
Se escucha acá: https://segba.bandcamp.com/album/en-otro-camino

Cierra esta categoría... un álbum debut. ¿Un álbum debut en la categoría El paso firme? Sí, porque es el primer larga duración de Las Armas Bs. As. pero a Ramiro García Morete, uno de los grandes letristas del rock argentino, ya lo conocemos desde mucho antes. Y acá muestra una faceta que apenas se insinuaba en su grupo anterior -los geniales Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete- y en su tenebroso disco solista "El olor de la sangre". Hagan la prueba y empiecen por ahí: algo se sentía de la perversión y el rock and roll de Las Armas, este combo delincuencial que desde la tierra prometida viene a contarnos que dios, las pastillas y las parrillas son la posta en Buenos Aires. El soul de camperas negras, también.
Se escucha acá: https://lasarmasbsas.bandcamp.com/album/vol-i

¿ESTOS DÓNDE VAN?

Las categorías empiezan a desbarrancar. Pero si consideramos que todo lo que antecede puede englobarse dentro de un frondoso bosque al que denominamos "rock", aquí van cuatro producciones con fecha 2015 de difícil catalogamiento. Lejos de ser una crítica, el ¿Estos dónde van? es, además de un chiste, una valoración positiva hacia estos álbumes difíciles de categorizar.

Empezamos por Gastón Urioste, oriental de Uruguay, radicado en Buenos Aires, exparisino. Su disco Últimos soles de verano es madera pura. Trabajadísima. Nótese la selección de colores: Gastón es oboísta (inserte signo de exclamación/admiración gigante) y a ese instrumento de viento, poco utilizado en la música popular, lo pone en primer plano junto a melódicas, armonios, trombones, violoncellos, contrabajos, criollas, y la voz de Victoria Zotalis en modo lalalá: silbadora, silabeadora, siguiendo a la cuerda frotada y las notas tenidas de los vientos (comentario nerd: quisiera ver el Manual de instrucciones que Gastón le preparó a la cantante). Que el gesto sea lo que la palabra. El resultado es cálido y sorprendente, como si proyectara el mismísimo campo despejado de la tapa: si le prestás atención, está lleno de pequeños detalles. Ojo, también podría ser la música de la metrópoli moderna, Montevideo, Buenos Aires, París. O mejor, como dice Catupecu Machu, de una metrópoli nueva.
Se escucha acá: http://gastonurioste.bandcamp.com/releases

Sigamos con Reptil, un monstruo hermoso creado por el guitarrista chaqueño Francisco Slepoy. Contemporáneo, perturbador, heavy metal y más. La premisa es jazzera -se parte desde la improvisación con unas pocas pautas- pero tiene elementos de la música contemporánea -se trabaja la forma desde el sonido mínimo- y momentos dignos del rock más experimental -romper todo y empezar de nuevo-, ese que Marcelo Iconomidis pasaba hasta hace poco en La TV Pública. El resultado: muy bien 10, felicitado. Un trío de saxo, guitarra y batería (a Slepoy se le suman Lucas Goicoechea y Andrés Elstein) que se escucha, se sigue y se persigue hasta el infinito y más allá. Y cuando arremeten a guitarra preparada y canto armónico, agarrate. Anímense a "Neptuno" y me cuentan si a ustedes también les da escalofríos.
Se escucha acá: https://kuaimusic.bandcamp.com/album/reptil

Menos perturbador y más ecléctico, el segundo disco de Los Mutantes del Paraná recibe con afecto esta categoría desgenerada que le aplicamos. Noctámbulo se puede bailar a los saltos o escuchar en el más absoluto silencio. No soy demasiado afecto a los grupos que en un solo tema se pasean de aquí para allá... pero los zarateños lo logran sin sonar forzados y desplegando su big band como un abanico que se mueve de la milonga a la cumbia, de la bossa-nova a Carl Stalling y de Explosions in the Sky a Erik Satie (¡"Nocturno" es una gnossiene perdida!). Importante: a pesar de ser instrumentales, todos los temas se pueden cantar, en lo que constituye otra victoria del lalalá. Arenga con cerebro.
Se escucha acá: https://goo.gl/Ek7Y6U

Cierra esta categoría Mecánica celeste, de Leandro Kalén. Lo primero que llama la atención es la cantidad infernal de invitados: son tantos que en el booklet del disco están divididos por tipo de instrumento ejecutado (además de ser muchos, los hay estelares: Litto Nebbia, Hermeto Pascoal, Alambre González, Michiel Borstlap, Juan Carlos Ingaramo y un etcétera casi infinito). El desafío es lograr, con tanta intervención ajena, un álbum que banque su propia coherencia de principio a fin. Y las composiciones de Leandro resuelven ese acertijo: canciones adultas, maduras, resultado de herencias múltiples, aquí matizadas por piezas instrumentales y recitados que funcionan como separadores. La santísima trinidad Nebbia-García-Spinetta tiene su lugar -uno como invitado, los otros versionados- dentro de un repertorio que se acerca al jazz y la música rioplatense, por ejecución y volumen. Pero el cóctel está. Aquello de que "la soledad del tonto es ser indiferente" en "Despertando al diablo" no es un dicho al pasar: se canta rock, se siente otro groove.
Se escucha acá: https://goo.gl/hBTmvc













REVELACIONES

Les juro que con estos seis cerramos. La categoría no necesita tanta explicación, lo que sí vale aclarar es que algunos de estos discos son revelaciones para mí porque desconocía a los autores. De algunos de ellos simplemente no esperaba lo que hicieron. Creo, además, que estos discos no han sido descubiertos al nivel de otros que conforman esta lista y por eso están acá: para que los busquen, los encuentren y los escuchen,

Empecemos por Gonzalo Gamallo, cara visible de La Joven Guarrior y Los Niños y los Locos. Suena ridículo que él esté en la lista -este espacio eligió entre sus discos favoritos de 2013 al tercero de la Guarrior- pero no me esperaba un álbum solista de este tenor, con esa densidad. Gonzalo pone el corazón y los huevos sobre la mesa -para qué decirlo de otra forma si es eso- y pela canciones que pueden separarse en dos tándems: rock and roll irónico y folk tierno. En ambas facetas se cuela un compositor sencillo y crudo, que con su nombre a cuestas se planta ideológicamente en el universo nacional y popular. Desde ahí, hace reír con declamaciones de porro ("Memoria imprudente", inspirado en una entrevista televisiva a Moria Casán), llorar con historias escalofriantes ("Lo que hubiera sucedido", una hermosura) y nos obliga a pensar qué haremos en estos cuatro años de ceofascismo en "Vacaciones largas".
Se escucha acá: http://gonzalogamallo.bandcamp.com/

El disco de Crisologo y los Cuerdos tampoco es una revelación del todo para mí. En 2012 ya había degustado y aprobado su EP Melodías para dar. Pero sabemos que un EP no es un disco y nunca se sabe dónde puede quedar la inspiración cuando los tiempos se triplican y hay que llenar los 45 minutos de un álbum. Pues bien: Manuel Bence Pieres canta "no descansaré/ como un juglar quiero seguir cantando" y lo logra: 11 canciones que respiran psicodelia pop y nos redirigen a clásicos (los Beach Boys maduros, los Zombies, los Beatles, obvio) y modernos (La Perla Irregular, los propios Pels). Las cuerdas -violines, acústicas- y pianos embellecen todo y lo tiñen de un aura romántica indispensable para este modelo de canción. En el medio, Parado en el umbral, la pieza que da nombre al álbum: una delicia orquestal que divide aguas a la manera de los lados de un vinilo. ¿Preciosista? Precioso.
Se escucha acá: http://goo.gl/fVdGrF

Como La valijita rosa de Constanza Cofreces. Un disco diminuto y de apariencia amigable, que va soltando sus capas de dolor a medida que crece el drama en las letras. La voz dulce e inquieta de la autora se retuerce según las obsesiones que la asedien; siempre autorreferencial, va a ser la guía ante cada historia. Se ríe de su propia locura en -sí- Loca como una cabra ("de chiquita me drogaban porque no quería dormir/ como loca desquiciada/ no paraba de reír"); sufre el abandono en Los años me darán la respuesta (el "tu cara se diluye en el tiempo" del final es un gesto de dolor spinetteano). Parece un disco etéreo pero viene recargado... Y decorado al detalle como un cuarto femenino, con banjos, melódicas y lapsteel deliciosos. Entre la belleza chamber de Realidad, la primera canción, y la sordidez final de Salir del silencio, hay un abismo digno de ser observado.
Se escucha acá: https://constanzacofreces.bandcamp.com/releases

El Pendejo pare un duende deforme, que hace de la palabra un desvarío y del sonido un cuchillo -como bien dice el título- En punta (aunque aluda a un buen par de pezones). Eléctrica y electrónica, la música de Guido Aloisi, Lucila Massot y Tiburcio Benegas -ellos son, aunque el librito no diga nada- se hace a sí misma a partir de repeticiones abrasivas, sonido saturado, guitarras acústicas que constituyen un fogón for no one, como si en vez de construirse se fuera destruyendo la madera entre las chispas ("Feliz todo el día"). ¿Puede decirse que lo que se escucha son canciones? Más bien parecen gestos pictóricos, donde las manchas van comiéndose toda posibilidad de una figura identificable... pero algo vemos, algo queda: como en esos juegos donde se fija la mirada y, tras unos segundos de vista borrosa, se apunta hacia una pared blanca y le vemos la jeta a dios. La forma de la deforma, con gospel para zombis ("Hizo el vino") y blues para robots ("Preciosura"). Luche, resista, y vuelva.
Se escucha acá: https://elpendejo.bandcamp.com/releases

Ludovico Zanettini, ladero de El Pendejo en el sello Red, se viste elegante para copar el fondo blanco de El look de la pelea. Lo que se escucha de Puar, su proyecto solista con nombre de banda, es casi como lo que se ve: el lienzo apenas retocado por colores exóticos para el ojo medio. Lo blanco de la portada podría ser el clasicismo del piano (aunque éste emerja desde profundidades llenas de eco y no sea un piano for dummies). ¿Los colores? En los beats programados, en las resonancias, en los pulsos más flotantes, en la propia voz de Ludovico descrbiendo otros beats -los de sus manos y las piernas de una chica en, claro, no podía llamarse de otra forma... "Todo en este beat"-. O en el desmembramiento sonoro de "El regador", una canción que se extingue desde el proceso técnico, atroz. Como si Tanguito se hubiera mudado a Mendoza para sintonizar la música de mañana.
Se escucha acá: http://puar.bandcamp.com/releases

Llegamos al último. Last but not least, el caso José Unidos significa para mí una revelación tardía. Agarré hace poco su gran primer disco, Administración, y casi de la mano cayó este sucesor Lampedusa. La voz de Lucas Colonna es una respuesta lejana al susurro seco de Nick Cave que en el plano local también -tan bien- disemina Juan Pablo Fernández, por citar. Es fiel seguidora del sonido parco del grupo, que en Lampedusa y Boulevard construye antihits o, para decirlo mejor, canciones que son redondas pero se combaten a sí mismas, como si fueran gemas del Robert Smith más optimista tocadas por un ejército de ianescurtis colgados de la soga. Un grupo que canta que el amor es un "gran cliché" no se puede permitir esa culminación tan shiny. Por eso prefiere, en la que podría ser una gran autodefinición de su música, "colores en monocromo". Un susurro que se escucha al palo: para José Unidos la victoria es el sonido desgarrado y desgarbado de, valga la redundancia, Victoria, o el contrabajo saturador de Canción prescripta. Para nosotros también.
Se escucha acá: https://joseunidos.bandcamp.com/album/lampedusa

miércoles, 13 de enero de 2016

Satélite de amor

“Nunca me voy a olvidar del día en que dos amigos me robaron el bolso del club para revisarme lo que tenía adentro: ¡estaban convencidos de que yo era un extraterrestre!”. La frase pertenece a Daniel Melero y se lee en el libro Ahora, antes y después de Gustavo Álvarez Núñez. En el rock argentino hubo (hay) otro gran extraterrestre: Luis Alberto Spinetta. Tanto Melero como el Flaco encarnan en nuestro rock and pop esa vertiente de extrañeza, misterio. Como detalle, una de las canciones más famosas de Spinetta cuenta casi lo mismo que una de las más célebres de Bowie: la historia de un explorador del espacio que queda varado en el infinito (no hace falta la aclaración pero sí: “El anillo del Capitán Beto” y “Space oddity”).

Bowie. Él hizo de su filiación extraterritorial (!) una revolución visual, y le puso el cuerpo a una cruzada que atravesó la música popular del último tercio del siglo XX. Con su rostro mutante y exótico, maquillado de blanco, barbudo, con el pelo rojo, con el pelo largo y rubio, con la pija marcada por pantalones ajustados, con el culo ajustado y movedizo bailando al roce junto a Jagger, peinándose el jopo, listo para boxear, rolinga, tecno. Así se transformó en un paradigma móvil, el que encarna la indefinición: es por excelencia el fronterizo del rock y del pop, ni lo uno ni lo otro; a lo sumo un rato cada uno. Siempre plástico y sexual, a veces seco, difícilmente frío. Aglomerador: en él están Lennon, Dylan, los Stones, James Brown, Elton John; sin él no hubieran estado Cobain, Morrissey, Madonna, Corgan, Robert Smith, los New York Dolls, Jarvis Cocker y los demás (ni hablar Arcade Fire…).



Siempre lo sentí, a la manera de Patti Smith, como una especie de mesías para los desposeídos, el tipo que te salvaba el estado de ánimo. Fueras gay, te vistieras raro o tan solo estuvieras deprimido, ahí flotaba su canto redentor de “Rock and roll suicide”: “I’ll help you with the pain/ You’re not alone”.

Otra de Melero que le cabe a Bowie: “Creo que lo que existe siempre es gente que es del presente. Yo no me considero de vanguardia”. Nunca sabremos si era un simple mortal con una notable tendencia zeliguiana o si, ahora sí… hay vida en Marte.

[Publicado el 12 de enero de 2016 en Artezeta, como parte del saludo del staff al monstruo Bowie. La ilustración del post es obra de Alfonso Barbieri; la foto, quién sabe]