sábado, 30 de marzo de 2013

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La Música es del Aire empieza primer grado.

Nunca sospeché que esto iba a durar tanto... y en verdad el mérito no está específicamente en durar, sino en saber que gracias a este medio conocí mucha gente que me hubiera perdido, entre ellos, músicos geniales que admiré y admiro de años y me abrieron las puertas de su casa; compañeros "virtuales" que luego conocí, desde periodistas hasta fotógrafos o sencillos visitantes, gente buenísima que ama y vive la música como yo. También están los que leen, comentan, se acercan, tiran buena onda y alientan. Son fundamentales aunque muchos observen en silencio.

Es un gusto y un laburo hacer esto, pero las satisfacciones fueron muchas más de las que esperaba y siento que recién estamos empezando. Gracias a todos los que leen, a los que vienen de hace tiempo y a los que se suman; a los músicos -muchos, para mi sorpresa- que me pasan sus discos para que los comente aquí (algo que nunca imaginé y me parece un gesto hermoso, y que además le da un valor que ni yo le doy a este espacio a veces).

Para festejar, y hablando de músicos admirables, necesarios y lo suficientemente humildes como para abrirnos las puertas de su casa, en unos días tendrán por aquí la palabra sabia de dos maestros de la música argentina, Florencia Ruiz y Pablo Vidal.

Salud y gracias de vuelta.


miércoles, 27 de marzo de 2013

Miguel, el Padre de los Abuelos

Este extenso texto fue escrito hace unos años... Ayer no lo pude subir pero creo que la demora de un día no cambia nada. A 25 años de la partida física de Miguel Abuelo, un repaso por su historia previo a la fama de los '80:


OYE, NIÑO
Miguel Ángel Peralta nació el 21 de marzo de 1946, en la localidad de Munro, Buenos Aires. De familia humilde, el niño Miguel nunca conoció a su padre, e ingresó a la escuela a los cinco años. No duró mucho: fue expulsado en cuarto grado por malos comportamientos. Su hermana Norma lo levaba a la escuela y él prefería escaparse por ahí hasta que le sacaron la roja por pegarle a una maestra (Miguelito afirmaba que ella “había pegado primero”).
A pesar de no haber terminado el colegio, Peralta tuvo desde chico un fuerte apego a los libros y se convirtió en admirador, con el correr del tiempo y las lecturas, de autores de diversa índole, como Leopoldo Marechal o Antonin Artaud. Debido a la ausencia paterna y la pobreza de su familia, debió trabajar desde chico: repartía leche con un carro tirado por caballos y junto a unos amigos botelleros, compraba sandías en Colegiales para venderlas luego en La Lucila.

Siempre tuvo ese espíritu busca. En una entrevista con Tom Lupo, muchos años después, diría lo siguiente: “A una persona básicamente hay que darle alimentos y educación. Y estas cosas a esta altura son como decir darles vida. Nadie se hace delincuente porque sí. Yo tuve una infancia difícil y zafé por mi trabajo, y ahora que soy un artista integral me debo... no sé como decirlo... A la justicia social, una misión que no solo es patrimonio de los partidos políticos que a veces quieren adueñarse de eso, por razones bastantes conocidas. Además me parece que nos salvamos todos o nos hundimos todos”.

Norma, la hermana que lo llevaba al colegio, lo introdujo en el mundo de la música. Ella, prestigiosa cantante de folklore, comenzó a ser acompañada por su hermanito en reuniones familiares y con amigos. Alguna vez, años más tarde, Miguel recordaría un viaje fugaz en el que sintió que su acercamiento a ese mundo iba a ser definitivo: “Una vez me escapé de mi casa y me fui hasta Salta, tendría unos trece años... me junté con unos salteñitos que cantaban y tocaban. Canté un poquito con ellos y allí comencé a sentir la música parte de mí”.
Por supuesto, el joven causó una instantánea buena impresión en quienes lo escuchaban por la expresividad de su voz, además de un amplio registro. Todos los amigos de Norma, por si fuera poco, estaban ligados a alguna forma de arte, por lo que desde estas épocas Miguel vivió ese entorno.

AQUELLOS DOS LUGARES
Miguel tenía, ya de joven, fuerte espíritu aventurero, quizá por aquello de trabajar cuando niño. En su adolescencia solía escaparse y viajar adonde fuera, donde el destino lo llamara. Así como en Salta tuvo la revelación del canto, en un viaje de regreso de la Costa, conoció a uno de sus grandes amigos. Así lo contó en el libro Tanguito, la verdadera historia, de Víctor Pintos: “A los 18 años yo estaba mezclándome en muchos mundos, con la confusión normal y con la fuerza natural de una persona que tiene capacidad de salir de las situaciones adversas. De esos viajes tengo una historia buenísima. Un día, en un viaje a Mar del Plata, me encontré en la carretera, a las seis de la mañana, haciendo dedo. Yo primero en la ruta, un poquito alejado del cruce de Alpargatas, a unos 200 metros, para que pudiese parar algún auto con tranquilidad. A eso de las seis y media vino un tipo y se puso unos cien metros de donde estaba yo, pero primero, antes que yo. A mí me dio bronca, le hice algunos gestos bastante groseros para que saliera. Salí, salí, le dije, porque sino la cosa se va a poner mal. El tipo no me dio importancia y entonces me acerqué y le dije: 'Mirá, nene, si no te vas de ahí la vas a pasar mal, mejor que te vayas'. Entonces el tipo achicó y me dijo: 'No, disculpá, no pasa nada'. (...) Bueno, el tipo se fue atrás de mí. Y enorme fue mi sorpresa cuando un auto que a mí no me paró, le paró a él. Entonces yo empecé a patear el piso como un perro. Efectivamente, el tipo entró al coche, que me acuerdo que era un cupé buenísimo, y yo me dije: 'Mirá en el coche que se va éste'. Y el coche arrancó y yo lo miraba… pero paró. Se abrió la puerta y el tipo, el mochilero, me hizo un gesto para que viniera rápido, para que subiera. Agarré mis petates y rúmbala, rúmbala, rúmbala. Llegué. ¡Punga! Entré al coche, le dije gracias, todavía confundido, porque el tipo había estado bien, y empezamos el viaje. El chofer era un tipo muy simpático, tenía muy buena música clásica, y me sentí en un buen ambiente. Conversamos sobre poesía, hicimos un viaje cortísimo conversando de poesía a toda máquina y pelando cosas muy interiores. En las Armas yo me bajé, porque el tipo del auto iba a Villa Gesell, y mi amigo siguió con él. Pero antes me dio su dirección, sus datos. Era el conocido, célebre, Pipo Lernoud, brillante periodista, poeta, sangre de lo que hoy se llama música pop nacional”.

Al tiempo, Miguel sumaría al canto -además de cantar en peñas y reuniones con su hermana, formó parte de un grupo folklórico llamado Los Aquí- otra rama artística: la actuación. Comenzó a desarrollar ese aspecto en una obra infantil gestada por -sí, otra vez- su hermana Norma. Además, llegaría por esos días el momento de escribir sus primeras poesías, por si algo faltaba. Con lo poco que sabía de guitarra, les agregaba a esos escritos algún acorde y melodías.
Sin querer, o al menos sin darse cuenta del todo, el joven Peralta ya era un artista integral.

A mediados de los sesenta, por si hiciera falta el último golpe, llegó La Cueva. Aquí se reencontró con Pipo Lernoud; con el ambiente del rock se vio por primera vez. Miguel se instaló al tiempo en la Pensión Norte -ubicada en Carlos Pellegrini y Libertador- que se transformaría en el otro lugar clave para su vuelco a la música. En dicha pensión se hospedaba Mauricio Birabent, Moris, junto a Pajarito Zaguri, ambos miembros de los Beatniks, personajes que también pasaban sus noches entre La Cueva y, luego, La Perla. Tiempo después de ir a visitar a su amigo Miguel, Pipo también decidió dejar su casa y hospedarse allí cuanto fuera necesario.

La dueña de la pensión, solía no cobrarle a Miguel su estadía: nunca tenía guita. Sin embargo, no lo echaba. Había un pequeño inconveniente: Peralta pasaba por una profunda crisis de alcoholismo en aquellos días. Lo contó graciosamente muchos años más tarde, ya repuesto de aquellos dramas, claro: “(En la Pensión Norte) había borrachos, había de todo. Ahí empezó mi relación con La Cueva de Pueyrredón. En esa época, mi vida era muy desordenada. (...) Era chico y vivía dedicado al alcohol. No sé qué pensaba, que era la última etapa de mi vida, no sé. Quería escribir un libro que se llamase Historia universal de la realidad y empujaba el libro con botellas de vino. Vivía con un jonca de vino al lado y me sacaban hecho una basura, me llevaban al hospital, era un drama. Y me encantaba la parte del drama. Yo siempre gocé de una enorme salud, toda mi vida, y entonces era como que jugaba con eso. Supongo que buscaba afecto de alguna manera”. Certifica lo dicho por Miguel, su amigo Lernoud: “Yo empecé a ir seguido a la Pensión Norte porque ahí vivía Miguel, que en esa época estaba borrachísimo, tomaba vino sin parar y veía alucinaciones. Miguel venía del folklore, igual que su hermana. En la Pensión Norte se enamoró de la mujer de Antonio Pérez Estévez, el de Los Beatniks, y por ese lado se copó con el rock. Después yo también me fui a vivir ahí, y empezamos a hacer temas, los que después fueron los primeros de Los Abuelos de la Nada. Y así Miguel empezó a dejar el vino y agarró la mano del rock”.

Lo que no cuenta Lernoud son algunos entretelones: él abandonó la pensión luego de un tiempo de establecerse allí -por falta de dinero para solventar los gastos- y retornó a su hogar. A los días del regreso, fue en busca de su amigo Miguel: le contó a su madre el duro momento que atravesaba sel hombre amigo y, sin dudarlo, lo llevaron a su casa. El futuro abuelo aceptó gustoso la idea: los primigenios Abuelos de la Nada estaban al caer. Miguel viviría por cuatro años en la casa de su gran amigo Pipo, amparado por el cariño de aquella madre que aceptó su llegada.


LOS PRIMEROS ABUELOS
Los primeros Abuelos de la Nada surgieron casi por casualidad. La historia es conocida: un día, Miguel acompañó a su amigo Pipo a la editorial Fermata, de Ben Molar. Lernoud debía arreglar cuestiones contractuales de algunos de sus escritos-canciones, como Ayer nomás, compuesta junto a Moris y, dijo alguna vez Miguel, su amigo y Molar estaban tan compenetrados que él quedó casi escondido en un rincón de la oficina hasta que, de la nada, el “señor Brenner” -el nombre verdadero de Molar era Moisés Smolarchik Brenner- le preguntó qué hacía, y si tenía un grupo. Peralta, rápido de reflejos, contestó que sí. El nombre le brotó en el momento, gracias a una frase de la novela El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal. De un protagonista a otro, salía la frase “padre de los piojos, abuelo de la nada”.
Al instante, Molar le ofreció horas de grabación al aún ficticio grupo, que por ahora tenía en Miguel a su único integrante. Les dijo que volvieran en unos meses, que Jacko Zeller se iba a encargar de la producción. Lernoud se encargó de anotar todos los datos ante la pasividad (para nada casual) de un Miguel sorprendido, que, de hecho, siquiera tuvo que entonar una estrofa o rasguear una guitarra para convencer a Molar; cuando salieron de la reunión, le comentó a Pipo: “¿Te das cuenta en la que nos metimos?”, y Lernoud lo tranquilizó porque en esa época era tarea sencilla encontrar instrumentistas. Claro, se juntaban todos en el mismo lugar. “Vamos ya mismo a la plaza y encontramos a todos los músicos”. Fueron a la plaza, Plaza Francia, lugar de encuentro de las juventudes hippies, a buscar a los futuros Abuelos.

En aquel entonces, Los Gatos ya gozaban del reconocimiento popular. Los Abuelos aparecieron al rato, por lo que fueron contemporáneos a ellos; y anteriores por meses, a Almendra y Manal.
El primer rejunte de Abuelos congregó a un tal Pomo, otro muchacho que estaba a la búsqueda de un grupo y le decían Pappo, y el único sin apodo, Claudio Gabis... Un seleccionado de futuros héroes del rock argentino. Miguel lo cuenta con más gracia: “Fuimos con Pipo y nos encontramos con Pomo y con Norberto Napolitano, Pappo, que por entonces no tocaba en ningún grupo y tenía ganas de comprarse una guitarra eléctrica. Y había más gente pululando como Claudio Gabis y Javier Martínez. Conseguimos un organista, Mayoneso le pusimos, no recuerdo su nombre, era tan simpático, y completamos la formación con los hermanos Lara, que tocaban guitarra rítmica y bajo. Les contamos de la operación, yo tenía unos temas ya compuestos, y en cosa de 15 días estábamos ensayando con equipos Robertone, que funcionaban por poco a pedal, y así nacieron Los Abuelos de la Nada. Y me encanta decir que de una mentira. Digamos que la mentira fue la plataforma para una verdad, porque Los Abuelos de la Nada somos gente de trabajo y también de creatividad”.

Editaron un simple al tiempo de formados, en marzo de 1968, con los temas Diana divaga y Tema en flu sobre el planeta. A pesar de que Pappo no tocó en estos temas, aparecía en la foto de portada del vinilo. Quien ejecutó las seis cuerdas fue Gabis, en lo que fue su presentación y despedida de la banda, ya que formaría Manal al poco tiempo. Según palabras de Abuelo, el disco pegó tanto que empezaron a tocar enseguida. Al tiempo, grabaron Pipo, la serpiente y Lloverá, ahora sí con Napolitano en guitarra. Pero estas gemas vieron la luz recién a comienzos de los noventa, quedaron archivadas entonces.

No pasó mucho más con estos Abuelos, porque Miguel terminó cediendo al deseo de Pappo de tocar blues... y abandonó la banda. Los demás siguieron por un tiempo, con la edición incluida del single En la estación, cantado y compuesto por el mismo Carpo. Los problemas entre Peralta y Napolitano, se encargaron de aclarar con el paso del tiempo, eran sólo de índole musical. Pappo, con su habitual verborrea, recordó alguna vez que “como amigo era un cago de risa, pero musicalmente éramos polos opuestos. No coincidíamos en el género musical”. Miguel fue más explicativo con su decisión: “‘¿Blues?... No bebé’, le dije. “Qué venís con blues, a mí no me va el blues, tengo una coctelera en la cabeza que no me banco, viste, una cantidad de circuitos funcionando a tope, y vos me querés meter la cabeza dentro del cajón del blues. Yo no lo soporto, me creo con capacidad y necesidad para hacer una cosa diferente...”. Más claro, imposible: el errante empezaba un nuevo camino.

MANDIOCA Y EL SOLISTA, DE LA MANO
Tras la partida de los Abuelos, Miguel comenzó su carrera solista, dejándose el apellido adoptado por el grupo; casi al unísono, Jorge Álvarez y Pedro Pujó lanzaron el hoy histórico sello Mandioca y se conectaron con algunos grupos nacientes. Así fue que los primeros discos que editó Mandioca fueron los de Cristina Plate, Manal y el propio Abuelo, en un sencillo que incluía la poética Oye niño y la delirante ¿Nunca te miró una vaca de frente? Estos artistas dieron el puntapié al sello, no sólo con las canciones, sino también con un show que ofició de presentación el 12 de noviembre de 1968, en el Teatro Apolo.

En 1969, llegado el invierno, Mandioca alquiló un sótano en Mar del Plata para que tocaran los grupos del sello y otros que luego se sumarían. Allí también estuvo Abuelo. Poco después se editó un disco llamado Mandioca underground -editado en CD por primera vez recientemente-, que incluía simples de diversos grupos y solistas de la época: Manal (No pibe); Vox Dei (Azúcar amargo) y los propios Abuelos de la Nada de Pappo con la citada En la estación. Dos perlas de la autoría de Peralta quedaron registradas en el disco, grabadas en vivo durante aquella presentación del sello: las bellísimas Mariposas de madera y Levemente o triste.
Al año siguiente se editó otro simple, del tema Hoy seremos campesinos -hecho para Tanguito- junto a una versión alternativa de Mariposas... como lado B. Eran grabaciones del año anterior, inconclusas, que fueron retocadas por Rodolfo Alchourrón, famoso arreglador que ya había colaborado en otras ocasiones con Miguel.

En 1970, conjuntamente, proyectó un grupo que al final tuvo corta vida por sus vaivenes personales. Junto a Pomo Lorenzo en batería y Carlos Cutaia en teclados, El Huevo -tal era el nombre de la agrupación- no prosperó: Miguel se abrió del proyecto a fin de año.
A comienzos de 1971, se presentó en los carnavales veraniegos y en mayo partió hacia Europa, invitado por la madre de Pipo Lernoud, a esta altura una madre para él también. Inicialmente fueron a España, pero el viaje de Miguel tomaría diferentes formas y destinos a cada paso: deambularía por todo el Viejo Continente en busca de nuevos horizontes, llevado por su personalidad bohemia y viajante, primero; y por su arte, luego.


AÑOS EUROPEOS
Miguel Abuelo abandonó momentáneamente la música cuando partió rumbo a Europa. Creyó que iba a sufrir allí los mismos embates que lo habían hartado en la Argentina y, de alguna manera, le habían hecho partir. Es decir, la persecución policial, con esa rutina que significaba caer preso casi diariamente. Por ello, sus primeros años europeos los dedicó a recorrer ciudades, trabajando en cada parada. Viajó y trabajó por España -su lugar era Ibiza, donde conoció a Krisha Bogdan, con quien saldría por un tiempo-, Francia, Suiza e Inglaterra.
En Londres, nació su hijo Gato Azul y con ese acontecimiento retornaron sus ganas de hacer música. Compró una guitarra, volvió a componer luego de mucho tiempo y empezó a tocar en pequeños pubs londinenses, hasta que por un viaje laboral a París, se encontró con Edgardo Cantón, un músico argentino residente en la capital francesa, que quedó impresionado por la manera de cantar de su compatriota. Cantón conocía a un reconocido productor -estaba trabajando para él, de hecho- y le propuso a Miguel hacer algo juntos. El productor era Moshe Naim, que quedó aún más impresionado que Cantón por el estilo único de esa expresiva y peculiar voz. Tardó casi lo mismo que Ben Molar en ofrecerle grabar. Abuelo aceptó y comenzó la búsqueda de músicos. Su compadre musical en un comienzo fue Daniel Sbarra, afamado guitarrista platense por quien Miguel decidió que el proyecto solista fuera banda, de nuevo. Reclutaron a músicos exiliados de Argentina y Chile y comenzaron a grabar.
La banda, que fue bautizada en un principio Hijos de Nada para luego ser simplemente Nada, era, entonces: Miguel en voz y guitarra rítmica; Sbarra en guitarra líder; Carlos Beyris en violoncello; Pinfo Garrigo en bajo; Diego Rodríguez en batería; y Juan Dalera en quena. Ellos, más las colaboraciones ocasionales de algunos músicos invitados, como Gustavo Kerestesachi en mini-moog; Luis Montero en batería; Teca y Verónica en los coros; y Cantón en efectos electrónicos. Corría 1973, y el grupo comenzó a grabar
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Al año siguiente, realizaron una gira por la costa francesa, con el disco ya grabado pero demorado, por inconvenientes en su mezcla final. Según Abuelo, para la gira contaban “con camiones tremendos, con generadores eléctricos y todo”. Las críticas de la prensa fueron altamente elogiosas respecto del espectáculo, aunque la afluencia de público no fue tanta como la algarabía de los críticos especializados. Para colmo, las ideas musicales de Sbarra eran otras: al igual que Pappo en su momento, Daniel le exigía a Miguel que el sonido de la banda siguiera una línea más pesada, cercana a los grandes grupos surgidos a fines de los sesenta y principios de los setenta, como Deep Purple y Led Zeppelin. Ya durante la grabación del disco habían tenido problemas, que se fueron acrecentando durante las presentaciones. El desgaste fue tal que terminó en separación, con un disco ya hecho... pero inédito.
Volvían las correrías para Miguel, que retornó a España.

IR Y VOLVER ABUELO
Después de un tiempo deambulando, Miguel se encontró con un reconocido músico argentino que se había ido del país, harto de la persecución como él. Enseguida hicieron buenas migas y comenzaron a tocar juntos, como dúo y a la gorra. Hablamos de otro Miguel, Cantilo, con quien Abuelo se haría compinche y compañero musical por el resto de su estadía europea; con intermitencias.
El destino lo hizo regresar a Francia, desde donde le llegaron noticias poco agradables: Moshe Naim había editado el disco grabado por Nada, luego de pedirle autorización a Daniel Sbarra. El detalle: el nombre con que salió el vinilo fue Miguel Abuelo et Nada, para hacerlo más identificable a una persona. O sea él, que se enteró de la edición gracias a una carta enviada por el productor, quien además quería reincidir en su intento de un Miguel solista.


El registro es una de las joyas ocultas del rock argentino, un remolino de psicodelia pop, rock pesado y folk, modernísimo para la época en cualquier parte del mundo (y casi inconseguible en Argentina, aunque su edición en vinilo se ve más seguido por las disquerías especializadas últimamente). Por el lanzamiento, Miguel estuvo un tiempo en París, tocando en solitario y comenzó a proyectar y grabar un segundo disco, que finalmente quedó inconcluso. Por ello volvió a España, no sin antes andar por Londres un tiempo. Luego fue a Bruselas y Ámsterdam y, ahí sí, paró en Barcelona y luego en Ibiza. Se reencontró con Cantilo, y al dúo que habían formado antes de la partida a Francia, se agregó otro integrante: Kubero Díaz. Corría 1977, y los tres argentinos andaban las calles con diversa suerte. ¿Qué nombre se pusieron? Sí, ése: Miguel formó unos nuevos Abuelos de la Nada.

En Ibiza, también, conoció a Cachorro López, pero se desencontraron pronto porque López se sumó a un grupo de reggae londinense y dejó España. Aunque el desencuentro no fue sinónimo de incomunicación en este caso, porque siguieron en contacto con la idea de formar unos nuevos Abuelos, una banda moderna que mezclara el rock con la música bailable y el reggae, que gozara de una desfachatez propia de la década que estaba al caer, los ochenta, pero no de la que se iba. Estaban un paso adelante.
Primero planearon armar la banda en Europa, pero luego Cachorro creyó interesante hacerlo en Argentina, regresar al país. Abuelo dudó, pero ante el retorno de Cachorro a Argentina... él vino detrás. Ya era 1980 y nacían los nuevos Abuelos de la Nada, la formación que finalmente quedó inmortalizada.

Cuando se habla de “los Abuelos” no son ni los de los ’60, ni los comandados por Pappo sin Miguel, ni los españoles: “Queremos ser bailables, contagiosos. Hacer pensar sin dar tiempo a pensar. Sin hacerle el coco a nadie. Este país ha sido pisoteado, negado, marginado. Pero yo estoy vivo y dispuesto a vivir. Por esa energía de vida es que abrimos un campo musical de alegría”. Esta fue la presentación que dio Miguel de la formación definitiva, pero es una historia que ya fue contada. Aquí tratamos de destacar su increíble vida más allá de la fama, que llegó tardíamente.
Bailable, contagiosa, pensante, enérgica, alegre. Como sus Abuelos de los ’80, así fue siempre.

jueves, 14 de marzo de 2013

Al aire, peces


-Sólo ocúpate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un día perfecto para peces banana. 
-No veo ninguno -dijo Sybil. 
-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. 
Muy curiosas.
(J. D. Sallinger).
***

Ya repetí hasta el hartazgo -a riesgo de tornarme pesado-, que el rock argentino de los garajes, las cuevas, los bares y las trastiendas está en un grandioso momento. Y lamento tener que repetirlo, pero mes a mes llegan a mis oídos nuevos lanzamientos discográficos/virtuales que me obligan a insistir al respecto.

Esta vez, las buenas nuevas llegan con acento cordobés, pues la provincia de De la Sota (?) no sólo vive del cuarteto que nos provee el querido Carlitos Jiménez. Así lo demuestra el éxito creciente del power trío Eruca Sativa y el sorprendente hit (al menos para mí) de Sol Pereyra con su álbum Comunmixta. Un poquito más abajo, viene asomando la cabeza el entusiasta sello Ringo Discos, que congrega en sus filas grupos ascendentes de la región como Anticasper, Benigno Lunar y Lautremont.
Desde Ringo nos llega el lanzamiento de (chequeen el link literario en el nombre) Un día perfecto para el pez banana con Suba, su larga duración debut. Los UDPPEPB parecen -por lo que uno escucha y sospecha- decididos a establecerse como una referencia ineludible del rock independiente, fronteras afuera de su provincia inclusive. ¿Por qué me atrevo a semejante apuesta? Hay un par de razones...

La primera de ellas se aparece extramusical: el grupo sobrevivió a una deserción durante las sesiones de grabación del álbum (se desligó de la banda Noelia Pantano, una de las dos cantantes) y sin embargo logró reponerse y continuar, acomodando una estructura vocal conformada para dos voces. Quizá el inconveniente se convirtió en una revelación: la voz de Lucila Escalante tiene un peso propio y un encanto suficientes para bancarse sola las canciones. Su manera de cantar -tan peculiar, tan flexible, tan aniñada por momentos- requiere un par de escuchas para comprender que en verdad es irresistible y fundamental para comandar las melodías que el grupo dibuja en garabatos irregulares.


¿Por qué? (Y aquí va el segundo motivo). Porque la linealidad no es precisamente una cualidad de este quinteto cordobés. Hay en cada canción un clima de constante sorpresa -melódica; también rítmica y dinámica- que termina generando vaivenes, llama la atención y obliga a aguzar el oído para percibir mejor detalles, silencios, tensiones. Si buscan algo de fácil acceso… Éste no es el lugar.

Son varios los ejemplos (por no decir todos los tracks de Suba) en los que el desarrollo de las canciones toma caminos inesperados; detalles atrapantes como el silencio de 5 segundos que hay apenas comenzado el álbum, antes de llegar al minuto de Fantasma.
La canción ineludible es México, que será el hit más entrecortado y tramposo de la temporada: parece que todo se endereza hacia un estribillo pero éste nunca llega; hay pasajes instrumentales, estructuras que aparecen y no vuelven a repetirse, coros prolijos... Hasta que un solo de guitarra lleva al grupo al pico del tema y con él, el final.

El ensamble grupal alcanza momentos notables. ¿Ejemplos? Bolsillo (“Antes de dudar, guardame en tu bolsillo”); Macana; las climáticas Caja muda (no se la pierdan) y Bien. Es remarcable a su vez el laburo textural de las guitarras y el sonido global del disco, bien arreglado pero con un sonido de banda, donde todo aporte individual suma y mucho; se escucha. Que el productor asociado del disco sea Mariano Esaín no es un detalle menor; es otro acierto del grupo trabajar bajo la mirada de un músico con tanta experiencia en el rubro. (Quizá la era de los discos lo-fi de las bandas nuevas haya terminado, y está muy bien).

No se pierdan este debut. Salinger estaría orgulloso del enigma sonoro que presentan estos cinco niños cordobeses (y el final es mucho más feliz que el de su pez banana...).
Súbanse a la ola y lo verán mejor.