miércoles, 27 de agosto de 2008

Siempre tan alegre, vos...

Berlin es el tercer disco solista de este arisco hombre del rock llamado Lou Reed. La definición de Wikipedia respecto de él es más que elocuente, cierta en más de un punto; la enciclopedia virtual lo define como una tragic rock opera.
Reed cuenta en Berlin los andares de una muchacha de las calles, Caroline, y su respectiva relación con un yonqui de nombre Jim. Se imaginarán que la historia no es precisamente un cuento de hadas, o una película de Suar... El detalle -esos detalles que nunca son tan pequeños para pasar por alto- es que Caroline es alemana, y el yonqui, yanqui. ¿Y? Siendo un poco rialista, me animaría a afirmar que la puta alemana es nada menos que Nico, la dama que cantara en la primera grabación profesional que hizo Lou en su vida -el glorioso The Velvet Underground & Nico, claro; los de la fotito de arriba- y Jim, un tal James Morrison. Lo gracioso es que di cuenta de esto cuando empecé a buscar info sobre el disco. Claro, cabe explicar que en la vida real, Jim y Nico fueron amantes.
Igual, esto es un dato de color si uno desglosa el álbum desde sus formas musicales...

Berlin agobia por todos lados, ahoga. Desde la siempre cruel y seca forma de cantar del narrador, desarrolla piezas de difícil digestión. Historias sombrías, drogas, depresión, tristeza y violencia son los temas recurrentes, todo en un marco de decadencia extrema como sólo este muchacho lo podría hacer. (Sí, leen bien, todas esas cosas lindas en un solo disco). Además, Lou cuenta con un seleccionado de músicos envidiable -entre ellos, Steve Winwood-, y la producción de Bob Ezrin.
Sólo por ser selectivo y todo lo breve que puedo (nada), voy a elegir las tres piezas que siento como claves en el desarrollo de la obra:
Men of good fortune es la primera. La voz de Reed tiene la expresión justa y necesaria, en especial cuando canta la frase “and me… I just don’t care at all” y te convence totalmente de que, sí, a ese tipo no le importa nada de nada. La sección rítmica del tema es excelente: escuchen el increíble bajo, en esta gema y en todo el disco, de parte de Jack Bruce -afirmativo, el de Cream- y la intensidad lograda. La canción data de épocas primigenias de Velvet, pero recién aquí fue incluida. Decisión acertada de parte de su autor reflotarla para este momento de su carrera.
La segunda pieza clave es The kids, que cuenta cómo Carolinita es alejada de sus hijos por la ley (o sea, le sacan a los pibes por mala madre; según canta el hermano mayor y perdido, de Maximiliano Guerra). Es otro momento -quizá “el” momento- desesperante, de guitarras acústicas pero una densidad que supera ampliamente ese formato. Si uno no supiera de qué habla, podría tomarla como una canción austeramente alegre. Eso, hasta que escucha los llantos de niños al promediar el tema. La Wiki dice al respecto que los pequeños son nada menos que los hijos del productor, quien habría cometido la bestialidad de decirles a sus críos que la madre los había abandonado... ¡para luego grabarlos llorando! (Nota 1: y uno pensaba que el único productor loco era Phil Spector). (Nota 2: Ezrin se encargó de desmentir el mito, pero la gerencia de este blog ha decidido dejar el dato como cierto porque queda bien con la onda del disco). Tan feo suena ese intermezzo desesperante de los niños sollozando y a los gritos por su mami con un fondo musical de acordes mayores, que trajo como resultado la prohibición del tema en muchos países.

La tercera pieza es la clave, y merece este párrafo aparte. Una de las mejores composiciones que Reed haya hecho jamás, tiene todos los elementos de canción perfecta. Otra interpretación majestuosa de su voz, orquestación ídem, pasajes musicales brillantes... No por nada es el cierre del disco, luego de The bed, que narra el suicidio de la dama germana. Sisí, hablo de Sad song. ¿De qué otra forma podría terminar Berlin? Una canción con ese nombre y sentido de la épica triste -ya hablé millones de veces de esto en el blog, así que no explico de vuelta-, con Lou diciendo el estribillo con la voz más grave y fulera que puede, pero acompañado de coros que lo contrastan de fondo; más una sección de cuerdas simple y deliciosa, que repite una melodía que se hará mantra para fundirse en el final. Notable.

En fin, supongo que este es uno de los discos más bajoneros y crueles de la historia del rock... Y si se tiene en cuenta que salió después de su intento solista más reconocido y up, Transformer, no queda más que agradecer por una obra maestra sobre las miserias humanas y todo lo que traen, llevan y dejan. Alguien lo tenía que hacer y nadie lo podría haber hecho mejor que Reed, un pesado de verdad.