domingo, 30 de marzo de 2008

Drake, ideal para el otoño (Post Aniversario)

Nick Drake nació en Birmania en 1948. Apareció ahí porque era hijo de un importante comerciante que realizaba largos viajes por todo el mundo. Fue allí donde los Drake estaban establecidos en aquel año.
Cuando el alegre Nick tenía la tierna edad de cuatro años, la flía -británica ella- se mudó a Tanworth-in-Arden, localidad cercana a Oxford. El clan Drake tenía mucho dinero gracias a los labores de papito y Nick fue a los mejores colegios -o lo que se supone que son los mejores colegios- y pronto se le inculcó el gusto por la poesía -dicen que le gustaba mucho William Blake-, la pintura y la música clásica. En la escuela empezó a tocar el clarinete, el saxofón y la guitarra.
A los 17 años, Nick y sus amiguitos millonarios realizaron un viaje a Marruecos... y acá el pibe descubrió las drogas. Se supone que fue donde comenzó a componer sus primeras canciones serias (aunque la boludez esa de que las drogas ayudan a componer me tiene podrido. Puede ser que te den ideas para alguna canción, pero… Bueno, mejor sigamos).
La cuestión es que el muchacho inició sus estudios de literatura inglesa en Cambridge y ahí comenzó a llamar la atención de quienes lo oían cantar con su guitarrita esas canciones bellas y tortuosas que componía. Sin contar su magistralmente particular y dejada manera de cantar.
En 1968, Ashley Hutchings -bajista de Fairport Convention, gran grupo folkie de la época- vio tocar a Drake en un concierto benéfico en Londres. Le encantó y, por ello, le habló bien de aquel joven a Joe Boyd, productor capo por esos años, casi siempre de discos de folk. Al año siguiente, con producción de Boyd y la colaboración en algunos temas de los Fairport Convention, Nick editó su primer disco, Five leaves left.
Por supuesto, el debut tuvo muy buenas críticas… pero no vendió bien. El disco apenas fue presentado en directo, ya que su autor no se sentía a gusto tocando, por su excesiva timidez e inseguridad. Más allá de eso, Drake largó los estudios cuando le faltaban meses para recibirse, y decidió dedicarse de lleno a la música. Se peleó con sus padres y se marchó de su pueblo adoptivo para irse a vivir a Londres.

(Ahora, vamos al discón).

Más allá del fracaso comercial, Joe Boyd veía -bien- mucho potencial en la música que hacía Nick. Para Bryter layter, entonces, consiguió la colaboración de algunos músicos reconocidos, como John Cale y dos Beach Boys: Mike Kowalski y Ed Carter. Por supuesto, los FC también seguían ahí. Nueve meses les llevó hacer este bello disco, el más ecléctico y ambicioso de los tres que publicó en vida Nick Drake. Y el menos minimalista de ellos.
Es imposible hablar del disco y saltearse una canción, porque su belleza atrapa de principio a fin. Ergo: voy a describir tema por tema.

Introduction: obertura donde se nota que Nick mamó de siempre la música clásica. Un minuto y medio de ejecución fina: Drake comanda un cíclico arpegio de guitarra acústica mientras se despliegan sutiles, exactas y armoniosas notas de un conjunto de cuerdas, arregladas por Robert Kirby. Sencillamente magistral.

Hazey Jane II: este tema podría ser tranquilamente de Dire Straits, gracias a la guitarra de Richard Thompson. El fraseo vocal que tienen los versos me resulta muy ganchero y atractivo, y vuelve a la melodía muy particular.
Muy bien 10, otra vez, para los arreglos de Robert Kirby, esta vez de vientos.

At the chime of a city clock: Si las dos primeras composiciones no los convencen -algo que considero imposible o inadmisible- esta pieza con ciertos aires enigmáticos hará los honores. Otra vez -sí, otra vez- las cuerdas decoran a la canción preciosamente. También es fundamental el saxo alto de Ray Warleigh, que dibuja melodías por todo el tema.

One of these things first: De pie, señores. Estamos ante una canción perfecta. ¿No es esto una especie de chamamé británico? A quién le importa qué es. Destaca el piano de Paul Harris y la letra, simple y hermosa. Es raramente existencialista y, por momentos, parece ser de amor.
En definitiva, el mundo necesita más canciones como esta.

Hazey Jane I: y sí, se ve que el tipo estaba enganchado con una tal Jane. Acá la llena de preguntas. Mientras, arpegia su guitarra y lo acompañan unas bonitas cuerdas y una percusión que golpea en los momentos necesarios. Cuando canta la frase “Do it for you” eriza la piel.

Bryter layter: ponerle como nombre a un disco el título de un tema instrumental -cuando es en su mayoría cantado- es un acto que refleja confianza en todas las composiciones. Las cuerdas son las que llevan la pauta melódica, una flauta improvisa y Nick... arpegia, como casi siempre. Por supuesto, la pieza es radiante. Era de esperarse.

Fly: aquí aparece por primera vez el gran Cale, tocando la viola y el clave. La instrumentación me hace acordar a algunos temas de los Stones, como As tears go by, Ruby Tuesday o Lady Jane (¿será la misma?). “I just need your star for a day”, pide Nick. A esta altura se nota el contraste entre las líricas y lo que se ofrece musicalmente.

Poor boy: este suena jazzerísimo y tiene momentos de inspirada improvisación. Aunque los coros -de Pat Arnold y Doris Troy, esas típicas negras que siempre cantan bien- le dan un toque gospel. Y también tiene pasajes medio latinos. En fin, es otro temazo más.
Si todavía no se rindieron ante el disco a esta altura de la escucha... les prohíbo moralmente volver a ingresar a este modesto sitio.

Northern sky: otra vez aparece el mago Cale, que casi se adueña por entero del aporte musical en esta pieza. Esta vez toca la celesta, el piano y el órgano. (Comentario aparte: adoro a los músicos multiinstrumentistas). Adoro también las letras de todo Bryter layter. Y el sosiego de este tema, excelente final cantado del disco, una casi canción de cuna. Ah... ¡en este tema Nick rasguea su instrumento!

Sunday: el disco empieza instrumental, se parte al medio instrumental y termina igual. Con otro momento que me suena a enigmático (¿Cómo se explica que una música te suene enigmática? No lo sé ni me importa).
Voces que se van desenvolviendo perfectas, idas y vueltas melódicos, Drake arpegiando de vuelta... Sunday es un resumen perfecto del concepto musical que rodea al disco: exquisitez y profundidad sonora.

Para finalizar, sabrán que, por supuesto, Bryter layter también tuvo excelentes criticas (además de la mía -y en su época, claro). Por supuesto, tampoco vendió mucho.
Drake cayó en una profunda depresión luego del segundo fracaso. A los dos años editó otra obra maestra -otro fracaso comercial más-: Pink moon.
El 25 de noviembre del ‘74, murió de una sobredosis de antidepresivos. Los tomaba para poder dormirse (está claro que lo logró). Nunca se sabrá si su muerte fue un accidente o un suicidio. Lo que sí se sabe es que, con los años, su fracaso en vida se volvió suceso post-mortem, su obra se revalorizó, se editaron unos cuantos discos póstumos y por suerte esas canciones que fueron ignoradas en su tiempo ahora son admiradas por cientos de miles de personas en todo el mundo. Amén.





(Nota al margen:

Señoras y señores: el título no era porque sí. Hoy se cumple un año desde que este ¿emprendimiento? comenzó. La verdad que está bueno hacerlo e intercambiar opiniones sobre música con todos los que andan por aquí. Este espacio está hecho con buena onda, con la intención de compartir la música que amo y me interesa, sin intenciones piratas. Brindo por unos cuantos años más de LMEDA -o por mis ganas de seguir haciéndolo, mejor- y por todos ustedes, amigos internautas: si nadie entrara aquí, esto no existiría. Un abrazo y se aceptan regalos).

miércoles, 26 de marzo de 2008

Sólo con ellos sería mejor


Chorros hijos de puta.
Clase alta fascista.
Idiotas que trabajamos.
Mugrientos periodistas.
Por suerte en el mundo quedan
algunos cuantos artistas.




[Y Silvio Rodríguez es uno de ellos. Este disco -cassette- sonaba mucho en casa cuando yo era pendejo (niño en realidad). Vale la pena apagar la tele un rato y ponerlo, les aseguro que no se van a arrepentir. Podría escribir más sobre él, pero el post anterior fue tan largo que... se ha convertido en la excusa perfecta para que sólo se preocupen por Silvio sin necesidad de mis palabras. Escuchen El necio y alcanza].

lunes, 17 de marzo de 2008

EL DIA QUE VI A DYLAN (y rompí el hechizo)

Aclaración del autor: esto va sin intenciones literarias.
Sólo es un cúmulo de emociones apiladas el 15 de marzo de 2008.




La partida arrancó bastante bien.
El primer colectivo -de casa a San Miguel centro- llegó bastante rápido y me dejó a una cuadra de la parada siguiente. Tenía que esperar el 182, y preguntar cuál de los dos colectivos de esa línea me dejaba en Vélez. No sabía con cuánta frecuencia pasaba este bondi y por eso salí temprano de mi hogar, pero por suerte casi no se tardó: a las 17:27, según el boleto -quien escribe esto no usa reloj ni tiene celular- ya estaba arriba del medio de transporte, directo a Liniers. El colectivo venía casi vacío, y no registré a nadie que tuviera alguna remera o algún signo de estar yendo al mismo lugar que yo.
Durante el viaje, leí la última edición de Barcelona y me reí un buen rato, hasta que, ya en Hurlingham, el periódico se terminó (¿cada vez es más corto o sólo me parece a mí?). Al rato, una señora tocó el timbre para bajar, y el chofer le pidió que lo haga por adelante ya que la puerta de atrás estaba trabada. Cuando llegamos a Palomar -y ya estaba embolado de no tener algo para leer- el colectivero bajó en la parada del centro y le contó a uno de los compañeros el suceso de la puerta. Este fue a mirar, intentó destrabarla... y se encontró con que, en realidad, estaba rota y salida de los ejes. Le dio un consejo poco útil -al menos para mí que pretendía estar ya en el estadio- al chofer: “Bueno... seguí el viaje despacio, y si encontrás otro en el camino, pasale los pasajeros”. Otro era otro colectivo, que por supuesto no encontramos.
A esta altura, sólo quedábamos tres pasajeros. El colectivero les preguntó el destino a los otros dos, no a mí, que ya le había dicho “hasta Vélez” cuando subí, porque no sabía cuánto salía. Seguimos viaje.
Supongo que si poníamos a caminar al lado del 182 a un viejo de 93 años, con asma y bastón, tranquilamente lo pasaba. No creo que haya superado en ningún momento los 40 kilómetros por hora. Todavía quedaba, para colmo, aproximadamente medio viaje por hacer.
Ya en Ramos, el hombre de camisa celeste -que más allá de la velocidad, manejaba con una displicencia que me molestaba sobremanera- hizo de vuelta la pavada de mostrarle la maltrecha puerta a un compañero... que también lucía el espantoso atuendo, claro. No sé muy bien qué pretendía que le dijeran más que “seguí, negro, otra no te queda”. Eso fue lo que hizo el compañero, y eso lo que hizo él: cruzó la barrera, dobló en Rivadavia, y prosiguió con el lerdo y ya insoportable viaje. Ya nervioso, mientras tanto, quien escribe iba maquinando qué se encontraría en aquel show que tanto había esperado. Después de un buen rato, y justo cuando comenzaba a creer que el José Amalfitani quedaba en Rusia, llegamos -llegué- a destino.


Cuando empecé a caminar rumbo al estadio, me extrañó ver camisetas de Vélez Sársfield avanzando en dirección opuesta a mí. No eran dos o tres, eran muchas, y el equipo dirigido por Tocalli jugaba ese día... ¡pero en cancha de San Lorenzo, en el Bajo Flores! Pensé: “éstos deben haber venido a ver el partido a algún bar, o algo así”. Seguí caminando, creyéndome lo que había pensado. Pero seguían apareciendo camisetas con la V azulada, y mis sospechas de que algo extraño había sucedido se acrecentaron cuando, al fin, llegué a la cancha. Ahí ya eran muchos... algo pasó.
Mientras, recordaba que todas las veces que fui a esa cancha a ver a Racing, nunca ganó (y fueron unas cuantas). Aunque ahí lo vi salir campeón, luego de una intenso y apabullante diluvio en las horas previas al partido (con este dato traté de descartar la teoría de que no le caigo bien al Amalfitani). Después recordé el show de los Red Hot Chili Peppers en 2001, también bajo un diluvio de aquellos. Y seguí caminando hasta llegar a -si no me equivoco, algo más que posible por ser un desconocedor de calles- la esquina de Juan B. Justo y Jonte: el Carrefour donde me encontraría con mi acompañante.
En esa esquina, la gente de Vélez ya era una multitud aglomerada por alguna causa en común, estaba claro como el agua que cayó aquellos dos días de 2001 que esos muchachos estaban en actitud piquete. Antes de llegar al supermercado, había visto en un televisor de un kiosquito un videograph que decía “La gente de Vélez se reúne en su estadio”. Lo vi desde afuera, estaba en letras grandes. Creo que el canal que estaba puesto era C5N (nota: puaj). Las cámaras estaban a metros de mi persona, pero seguía sin saber qué carajo pasaba allí. No pregunté. Entré al supermercado, y senté mi trasero en uno de los postes ubicados cerca de la entrada, justo después del interminable estacionamiento. Sabía que era temprano aún, porque había bajado del colectivo a las siete menos veinte. En el estacionamiento del lugar, por supuesto, también había un grupito de hinchas de Vélez. De Zimmerman, lo único que había visto hasta el momento era un tipo que vendía remeras frente al estadio. Nada más.
Después de estar sentado unos minutos, y de escuchar a una hincha velezana contar algo por la mitad -oí de su boca las palabras “micro”, “policía” y “tiros” en una misma oración, esas tres más fuerte que las demás- enfilé para el kiosco de diarios donde, se suponía, debía encontrarme con mi acompañante. Encontré el puestito y me quede parado frente a él, sin saber qué hora era y qué pasaba con toda esa gente, aún. Vi llegar al lugar un par de patrulleros que me alarmaron sobre lo que podía haber sucedido. Y sobre lo que podía suceder desde su llegada.
En el puesto de diarios había otro flaco esperando a alguien, sentado en el costado con su mp3. Después de observarlo y envidiarlo un buen rato -la envidia sana no existe, aclaro, y deseé que su reproductor explote- una señora, más bien una vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio, -vamos a decirlo en castellano- vino y me preguntó “¿se está juntando la gente acá?”. Ustedes y yo sabemos que cuando esas gentes se acercan a uno haciendo una pregunta, es en busca de charla. Pero estaba tan aburrido, que en vez de optar por no darle bola, le contesté “sí, no sé qué pasó, yo vengo a ver a Bob Dylan, estoy esperando a alguien…”. La cara de la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio se iluminó, como pensando “encontré a un boludo que no sabe lo que pasó y... ¡puedo charlar y contarle todo!”. Entonces, la cuasi-anciana procedió: “No, lo que pasó es que mataron a un chico cuando estaba yendo a la cancha de San Lorenzo” (¿por qué la gente pone un “no” antes de empezar una oración?). Y bla bla. Dijo alguna gansada más, la miré -supongo que con mi gentil cara de orto característica- y le dije “espero que no pase nada”. Y repetí: “yo vengo a ver a Bob Dylan”, como diciendo “si se suspende por culpa de eso me corto los huevos y los dejo acá”.
Ese fue el fin de la charla.
Luego la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio siguió camino rumbo al interior del supermercado, con el deber cumplido de haber chusmeado con alguien del tema, cosa que de seguro la desesperaba (cualquier acontecimiento que dé charla con un tercero a ellas les sirve, sea el clima, Maradona, Chávez o el vecinito que se droga).
Yo seguí en la dulce espera (por cierto, ¿quién inventó está estúpida frase hecha? La espera nunca es dulce, casi siempre es insoportable. Pero bueno, volvamos a lo que importa). Del señor de 66 años que iba a ver, nada. Pasó una pareja de jóvenes con remeras de Pink Floyd, y pensé “bueno, somos tres que venimos a ver a Dylan”. Pasaron otros más, esta vez con remeras de Bob Marley. Creí que se habían confundido de Bob, hasta que al rato pasaron otros -también con remeras del ícono reggae- y ahí entré en la duda de quién era el equivocado, si ellos o yo. Capaz lo habían resucitado al otro Bob, qué se yo... a esta altura mi suerte racinguista podía deparar cualquier cosa. Más en este estadio, maldito para mí.
Después de otro rato de espera, con muy poca gente encaminándose hacia el estadio con aspecto de yo voy a ver a Dylan, pregunté la hora a un señor que salía del súper. “Ocho menos cuarto”, me dijo. Se suponía que con mi acompañante nos encontrábamos a las siete y treinta, por lo que mi desesperación iba en aumento. A pesar de haber ido a más de ochenta recitales en 22 años de vida, y después de mucho tiempo de ir a ver shows sin mucha expectativa -no por los shows en particular, sino por mí, que iba a ellos sin pensar mucho a dónde estaba yendo- el 15 de marzo de 2008 estaba particularmente nervioso. Como si fuera a subir al escenario. O peor, quizá.
La cuestión es que seguía esperando, y no llegaba mi acompañante. Crucé las veredas divididas por la calle de ingreso para los autos -donde, dicho sea de paso, un camión intentó pasar y casi tira el cartel de “altura máxima” a la mismísima mierda, hasta que el seguridad del lugar le advirtió al conductor que en el estacionamiento subterráneo no entraba- y esperé desde el otro lado, mirando al kiosco de revistas obsesivamente. Pasó Alfredo Rosso -con quien, presumo, era su mujer-, lo miré y sonreí. Pero no lo saludé, solamente me importaba don Zimmerman (y mi acompañante que no llegaba).
La gente de Vélez seguía merodeando por ahí.
Rompiendo las pelotas por ahí, para mi gusto. (Verán que ya estaba insoportable).
Y al fin, llegó la compañía. Saludo; sorpresa por la presencia de toda la gente de Vélez; un par de palabras más; mi explicación respecto de los hinchas; una ida al kiosco donde había visto el videograph de C5N... y adentro.
Cuando subimos las escaleras del estadio, ambos sentimos que habíamos escalado el monte Everest en 2 minutos. No sé si estamos fuera de estado o que la platea alta es alta de verdad. Un poco de las dos cosas. Cuando accedimos después de la interminable escalada a las gradas, apareció otro de los grandes males de la sociedad: los acomodadores mangueros, mentirosos y coimeros (me explico: la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio había sido el primero). El acomodador manguero, mentiroso y coimero comenzó la función: “Hola chicos, ¿tienen la entradita? Así los ubico... Les explico: ustedes tienen una entrada de noventa pesos, que es al fondo de todo, pero yo los puedo ubicar por el medio, que sale ciento veinte... si quieren, si son buenos…”. Esta lacra de la sociedad creyó que nosotros le íbamos a dar una comisión por ubicarnos en una platea que, además de salir en todos sus sectores noventa pesos -lo de ciento veinte era una total mentira, of course-, no le pertenecía a este desagradabilísimo sujeto. No le dimos bola y bajamos en busca de dos asientos libres, que encontramos pronto.



Recién había empezado Gieco, adecuado acto soporte del hombre de Minnesota. (En la platea había un alambrado que no estaba la última vez que mi persona anduvo por allí. Bastante molesto, por cierto). El vivo de León estaba tocando solo, junto a su guitarra, Como la cigarra. Su show se basó en covers de otros artistas latinoamericanos, según dijo. Hizo temas de Zitarrosa, el Cuchi Leguizamón e Iván Lins; y La guitarra, tema que tuvo “el honor de componer” junto a Atahualpa Yupanqui, incluido en su disco Bandidos rurales. Para la ocasión lo acompañaron un par de músicos invitados. Los presentó a todos, pero yo me acuerdo sólo de un par: Franco Luciani y el Aca Seca Trío. Para el final, quedó Gustavo Santaolalla. Y luego, Gieco solo, como al principio. Pidió las voces de la gente para La memoria, bella canción del disco citado. Luego cantó, a capella, otra belleza de su autoría: Cinco siglos igual. Sorprende que su voz esté tan intacta y limpia con tantos años de carrera. No sorprendía tanto ver el Amalfitani semivacío, aunque sí daba un poco de cosa. Más, pensando que un tal Palau estaba atestando de gente el centro de la ciudad.
Cuando todos creíamos que su set ya terminaba, Raúl Alberto Antonio -sí, se llama así- pidió permiso a la organización para hacer un temita más. ¿La razón? Había llegado al lugar un “amigo”, un “artista muy importante”. Y ahí salió Charly... y Santaolalla de vuelta. A tres guitarras, se mandaron con Pensar en nada, alternando en las voces. Cuando terminaron, la ovación fue merecidamente enorme. García tiró un “todo por Bobby” luego de que la gente coreara su nombre. Se suponía que allí finalizaba esta apertura. Pero no terminaron ahí. Antes de que tiren el acorde inicial, dije en voz alta a mi acompañante “van a tocar El fantasma de Canterville”. Acto seguido, empezaron con ese clásico. Su cara me miró sorprendida, porque había acertado. Era previsible, pero me hice el que sabía y luego procedí a escuchar la canción. La ovación fue más grande aún y, ahora sí, se despidieron. Presiento que podrían haber estado tocando toda la noche, o al menos eso pareció que deseaban (ni hablar si Bob les preguntaba si querían tocar con él).


Pero lo que venía no se podía postergar por ningún crédito local. Con todo respeto.
Supongo que en la charla durante el intermezzo entre show y show olvidé por un rato, sólo un instante, a quién iba a ver.
Hasta que las luces se apagaron.
Y ahí me acordé, y regresé a los nervios del comienzo del día.
Se escuchó una introducción -un fragmento de la Misa Glagolítica de Leós Janácek, según leí por ahí- y luego, un presentador anunciado al “artista de Columbia Records, Bob Dylan”.
Todos enloquecimos.
En los costados del escenario, detalle que omití anteriormente, no había pantallas. Tampoco en el fondo. Estaban situadas en medio del campo de juego, justo en la división entre el campo para la plebe y el campo de los millonarios. Ahí comprendí que Dylan -además de cagarse en todo- quiere que lo vayan a escuchar, no a ver.
Por supuesto, Bob ni dijo “hola”, ni “good night” cuando apareció en escena de la nada. Nada de eso, directo a los bifes.
Empezó marcando la batería. Reconocí el beat al instante... y vaya si Rainy day women #12 & 35 no es un buen cachetazo para empezar. La voz del genio se tornó gruesa y narrativa, menos humorística que en la versión original (pasaron un par de años en el medio). Yo ya podía decir que mi entrada se había pagado sólo con este tema. Me rompí las manos aplaudiendo cuando terminó. Acto seguido, comenzó una progresión de acordes más que familiar... ¡estaba viendo en vivo Lay lady lay! Me agarré la cabeza una y otra vez, y se me puso la piel de gallina (no por el fuerte viento que soplaba, precisamente). El enfermo que escribe esto había estado buscando en las últimas semanas las listas de temas que venía haciendo Zimmerman, y este tema figuraba en poquísimas. No tuve más que agradecer. Y pensar que, en el fondo, la cancha de Vélez no me odiaba tanto. Supuse también que todos los hinchas de dicha institución ya estaban en sus casas. Tampoco me importaba mucho.
Pasó Watching the river flow, un furioso blues con mucha -pero mucha- potencia. La banda suena tremendo. Y muy nítida cuando es necesario. Este fue el último tema que Dylan tocó en guitarra. Cuando finalizó, se ubicó en los teclados, mirando medio de costado al público. Acto seguido, arrancó con una bestial versión de Masters of war, uno de los grandes momentos de la noche. Cuando hizo falta, la narró. Cuando no, la cantó. Demostró que es un intérprete inigualable. Único.
A esta altura, el estadio ya podía derrumbarse, si era por mí. Habría muerto entre escombros, pero feliz. Y eso que recién iba por el cuarto tema.
Al clásico de The freewheelin’... le siguieron los primeros temas de Modern times. The leeve’s gonna break fue tremenda -como todos los momentos cercanos al blues que hubo durante el show. Todo suena elástico, los temas se caen y vuelven. Mucho de eso se le debe a George Recile, el excelente baterista que traía con su ritmo de un lado para el otro las canciones. Luego llegó Spirit on the water. Sonó impecable, con una nitidez que te hacía preguntarte si estabas en un estadio o un pequeño teatro. Además, claro, es una bella canción, una balada jazzera que colma el buen gusto. Los temas de sus últimos discos no fueron versionados, como sí los clásicos. Sin embargo, Things have changed -el tema que le valió a Bob un Oscar, que reposaba en uno de los amplificadores- sí fue versionada, a pesar de ser bastante reciente. Sonó más rústica que su original, pero fue igualmente festejada por todos los presentes. Para seguir, sonó otra del último, otro temazo: Workingman’s blues #2.


El momento que siguió fue otro de los grandes acontecimientos de la noche. La versión de Just like a woman que nos regaló esa tremenda banda, con Dylan amagando el estribillo y la gente cantándolo como en su versión original, fue algo mágico e irrepetible. Ya tenía un nudo en la garganta, a decir verdad. Pero era razonable cualquier emoción luego de ese momento increíble. De hecho, me estoy emocionando nuevamente mientras escribo esto.
Después de la ovación, gigante, Dylan volvió al presente. Tanto en vivo como en los discos, se encarga de demostrar que no vive del pasado. Por eso, otras dos piezas de Modern times siguieron al clasicazo de Blonde on blonde. Primero fue Honest with me, otra demostración de sutileza. Pero quedó opacada al lado de la que es, casi seguro, la mejor canción en los últimos tres discos del genio: When the deal goes down fue increíble. Los arreglos en los temas lentos del último disco sonaron espectacular: otra vez me sentí en un teatro. Hasta que me arrolló Highway 61 Revisited. Punk. Heavy. Pónganle el nombre que quieran, pero no alcanzaría a definir cómo sonó este tema. Fue sencillamente demoledor, otro de “esos” momentos inolvidables. Para apaciguar, siguió otra nueva: la conmovedora Nettie Moore. Copio y pego una oración anterior: “Los arreglos en los temas lentos del último disco sonaron espectacular: otra vez me sentí en un teatro”. Sepan disculpar repeticiones.



El concierto fue alternando entre la furia rockero-blusera y la sofisticación más ligada con el jazz. Las guitarras se entrelazaron perfectas durante toda la noche, pocas veces vi en vivo tan buena conjugación. Estas cosas las pensaba en los pequeños silencios entre tema y tema, entre los aplausos de la gente y los no-agradecimientos de Dylan, que prosiguió con Summer days, el único tema que sonó de Love and theft. La mayoría de las piezas ejecutadas pasaba cómodamente los cinco minutos de duración, pero a nadie parecía importarle. Supongo que ya sabíamos a quién íbamos a ver. Al menos algunos sí.
Lo que vino después fue, quizá, lo que todos esperábamos. Ver en vivo esta canción -llamarla simplemente canción es algo pequeño e injusto, disculpen- se ha convertido en uno de los hechos más relevantes de mi estadía en este mundo (ni hablar que es uno de los grandes momentos en todos los shows que he visto). Sí, señores, hablo de Like a rolling stone, momento de mayor éxtasis en la noche del sábado. El campo vip se desmadró, algo inevitable, y todos terminaron coreando el tema frente al ídolo. Bob la cantó muy diferente al original, e hizo lo mismo que en Just like a woman: dejar silencios en el estribillo, que fueron ocupados por las voces del público. Sospecho que Dylan no sólo canta los temas diferentes al original por el paso del tiempo. Creo que también lo hace para no aburrirse... ¡y para que el público no pueda cantar a la par de él! Si al principio dije que no ponía pantallas para que lo escuchen, esto afirma más aquella sentencia. Imaginarán los que no estuvieron presentes el tenor de la ovación cuando sonó el acorde final de una de las canciones más trascendentales en la historia del rock, sino la más.
A esta altura ya había lagrimeado unas cuántas veces. Y con razón.


La banda y Bob se fueron, y se apagaron las luces del escenario. Como les dije antes, quien escribe esto es tan obsesivo que había chequeado que Robert venía haciendo dos bises por show. Por lo general, tocaba Thunder on the mountain y un clásico: All along the watchtower o Blowin’ in the wind. Siempre eran esos, era raro que apareciese otra canción. En particular, después de escuchar Like a rolling stone me parecía que Thunder... no quedaba tan bien.
Y volvieron a escena.

Ninguno tenía la camiseta de la Selección puesta. No dijeron “hola”. Ni una vez. Todos estaban impasibles e impecables, con los mismos trajes que antes.
Parece que Dylan escuchó mis pensamientos, porque después de hablar por primera vez en la noche -no se asusten, solamente osó decir “gracias por venir esta noche” y luego presentó a los músicos- decidió sacar Thunder on the mountain de la lista para incluir... ¡Stuck inside of mobile with the Memphis blues again! La versión fue genial, mucho más armónica que la original. Y fue otra ovación en la que destrocé con renovado placer las palmas de mis manos.
Ya se venía el final, quedaba una sola según mi intuición. Prefería -a pesar de adorar ambas composiciones- a Blowin’ in the wind por sobre All along the watchtower. Pero Bob empezó con la segunda. Y por supuesto, me compró igual, con una descomunal versión que espero conseguir en algún lado. Cuando terminó, las luces del escenario se apagaron y, cuando volvieron a encenderse, todos los músicos estaban frente al escenario.

Posando.

Esperando el aplauso.

Mirando al público como modelos exhibiendo su ropa.

Así estaban dispuestos.
Después del intenso aplauso, las luces no se apagaron... y Dylan encaró para su lugar, junto al teclado.
Iban a tocar una más.
Algo que no hacen nunca (lo dice el insano que miro las últimas veinte listas, y si mal no recuerda, una sola vez pasó eso). Por supuesto, la que sonó fue Blowin’ in the wind, para dejarme y dejarnos más enloquecido/s que antes. Su versión slow fue grandiosa. Y ver a Dylan tocando la armónica es una imagen tan fuerte...
Otra vez, el poeta y su banda posaron frente al escenario, y una nueva ovación bajó desde las tribunas del estadio.
Así culminaron dos horas de magia que nunca voy a olvidar.
Presumo que nunca voy a terminar de caer en la cuenta de que he visto al que considero el artista más trascendental del rock.
¿O fue un sueño?
Despiértenme si fue así. No, mejor no. Prefiero pensar que mi hechizo con la cancha de Vélez fue roto por un viejo de 66 años que será por siempre joven... Gracias Bob. ¡Estás igual!

(Si alguien encuentra el audio del show por ahí, por favor avise. Ah, las fotos son de la RS, creo. No me acuerdo de dónde las saqué).

jueves, 13 de marzo de 2008

Flopa Lestani: Las segundas partes pueden ser buenas

Segunda y última parte de la charla con Flopa Lestani. (Quien no haya leído la primera parte, aquí está). En esta segunda vuelta, Flopa habla de canciones propias y ajenas, nos cuenta de un proyecto futuro junto a Gabo Ferro, Ariel Minimal, Emilio del Guercio, Roque Narvaja y Litto Nebbia (!), y hablamos de los grandes festivales, la fama, la piratería... Todo acá, más abajo:

TEXTOS: Santiago Segura
FOTOS: Evelyn Villalba


PIRATAS SON LOS DEMÁS

¿Qué opinas de la piratería y de las opciones para eso que da internet?
Piratería hubo siempre, y no dejará de haberla. Lo que me parece importante es diferenciar entre quien lucra con ello y quien no. El que no lucra para mí no es un pirata.
Habría que adentrarse en el terreno leguleyo de la propiedad intelectual para discutir quién le roba a quién, y quién vive a costa quién. Piratería y prostitución, lo más viejo del mundo. Las discográficas multinacionales vienen a ser como grandes cafishos, por eso enloquecen viendo las "pérdidas" con la libre circulación del material que producen "sus" artistas. O sea, ¡se quejan de que la gente les roba a ellos lo que ellos le roban a los artistas!
Hay nuevas formas de consumir a las que la sociedad se va adaptando, y donde lo legal no va de la mano de lo moral, y viceversa. ¿Cómo es, entonces... generar consumidores adictos al "llame ya" está bien y copiar un disco y ponerlo en un servidor para su descarga gratuita está mal?
Lo que lamento, y quizá sea algo sintomático de mi edad, es que se pierda la idea del álbum, del disco-objeto, del conjunto de canciones agrupadas y ordenadas de determinada manera, con un comienzo y un fin. El consumo de música digital tiende, por un lado, a una acumulación ridícula de información imposible de asimilar, y por otro, a la fragmentación, a escuchar uno o dos temas y no una obra entera, cosa que me resulta un poco superficial.

DE CANCIONES E INFLUENCIAS

¿Cuál crees que es tu mejor canción?
(Piensa unos cuantos segundos) ¡Qué difícil eso!

¡Por eso te hago la pregunta! (Risas).
(Sigue pensando). Sangre fría, creo. Es la más concreta, concisa y redondita.

Me sorprendiste, pensé que me ibas a decir otra
¿Cómo cuál?

No sé, por lo general es bastante diferente la visión del artista...
Bueno, vos me preguntaste cuál es la que más me gusta a mí. Yo te puedo hacer la opción dos de la pregunta, que sería cuáles son las que sé que más gustan, que son Vino bajo el sol, Vengas conmigo y Debajo del álbum blancoEl álbum blanco es redondita también, pero para mí Sangre fría es como más sintética, en todo. Abre y cierra.

¿Te gusta cuando te sale una canción diferente a lo que se supone que es tu estilo?
En realidad siempre me suenan a mí. Pero la sensación que sí tengo cuando hago una canción que me sale medio redonda es “esto se lo afané a alguien”. Y llamo a mis amigos, se las toco a ellos…

¿Pero con qué te pasa, con las melodías?
Algo en general, pienso “acá hay algo… esto no lo inventé yo…”. En realidad creo que no inventé nada, ¿no? Todo estaba hecho y el resto es una licuadora por la que pasa y, bueno, sale otra cosa. Pero me pasa mucho, le muestro una canción a mis amigos y les digo: “che, ¿vos no tenés una canción así?”, porque realmente dudo, quizá es algo que ya escuché y no me di cuenta y lo mandé.

¿Y te pasó encontrar alguna?
Me pasó con Total, cuando lo estábamos mezclando, que empecé a escuchar My name is Luka de Suzzane Vega. Y la pongo y te la puedo cantar arriba. Se lo digo a los chicos y me dicen que nada que ver, pero hay 4 o 5 compases que saco una letra y pongo la otra y queda. Ni sé si tiene los mismos acordes o no.

¿Y te molesta eso o no?
No, no me molesta. Me gusta porque es un tema que me gusta. Me molestaría si fuese algo que hiciera a propósito, pero no llegaría a ese punto, me detendría antes.

Bueno, muchos lo han hecho, robar pedacitos de canciones…
¡Muchos hacen tantas cosas! (Risas). Está en cada uno eso, es algo que lo vas encontrando. Yo, cuando recién empezaba a tocar, quería sonar como tal banda, tener una banda que sonara como Bauhaus y Jesus and Mary Chain. Realmente quería eso. Y ahora no quiero parecerme a algo, si me parezco a algo es una consecuencia lógica del bagaje que traigo, pero no busco “sonar cómo”.

¿Por quién empezaste a tocar?
Por The Smiths y The Cure.

Ahora parece que viene The Cure... (N. de la R., cuando hicimos la nota se rumoreaban los Cure para el Quilmes, cosa que, está a la vista, se pinchó).
¿En serio? Otro más que me lo dice… No me hagan crear falsas expectativas… (Risas).

…A FESTIVALES MEGAESPONSOREADOS

Los quieren traer para el Quilmes Rock… ¿Qué opinás de esos festivales?
No me gustan para nada. Me parece una locura que un festival lleve el nombre de una marca. Y me parece una barbaridad que el estadio de Obras se llame Pepsi Music, tendría que estar prohibido.

¿No tocarías ahí?
Mirá, del Pepsi Music me nombraron una vez por error en uno de esos listados sabana. El año pasado no, el otro. No me acuerdo.

¿Por error o te metieron para que compre alguno la entrada?¡
Quién iba a comprar si ni se leía la letra! (risas). O sea, era un número más... ¡Setecientas ochenta bandas! (lo grita como anunciando una publicidad). Bueno, yo era la 742, ponele. Me enteré por un flaco que vino y me dijo, “che, así que vas a tocar en el Pepsi”. Le dije que no y me avisó que estaba en la página, anunciada ahí y todo. Entonces, les mandé un mail a los de Pop Art: “Mirá, no sé si hubo un error o qué, porque a mí la verdad nadie me contactó, pero estoy figurando en la lista del Pepsi”. Me contestan: “Ay, disculpá, fue un error. Igual estaríamos muy interesados de que vos estés...”.

¡Ah, ojo! No fue un error entonces…
Pasó esto: para marzo de 2006, se hizo un festival, Cancionera, que organizaban unas pibas del sur, Juana Chang y Martina Vior. Re buena onda las dos, haciendo todo a pulmón, habían conseguido la Plaza Armenia para tocar, tocaban todas chicas… Y yo dije bueno, OK, es de onda, voy con la guitarra. Después me vinieron con que para ese festival, en realidad, querían hacer un compilado que iban a repartir gratis el día del show, por el Día de la Mujer -cosa que ya bastante me hincha las pelotas- y que lo iba a hacer Pop Art. Y yo dije… ¿Pop Art? ¡Pop Art no hace nada de onda! Si lo hacés vos yo voy y toco de onda. Hacés vos el compilado: voy y toco de onda, pero a Pop Art no le hago nada de onda, porque Pop-Art-no-hace-nada-de-onda.
Además, después tampoco quiero quedar pegada como una artista de Pop Art, yo no tengo nada que ver con ellos. Entonces les dije: “voy y toco, pero para el compilado no me cuentes”. Muchas que estaban ahí se quedaron como sorprendidas, porque lo que ellas querían era estar en el compilado. No me interesó. Y bueno, la cuestión es que cuando salió la grilla del Pepsi, yo aparecí entre todas las pibas que habían estado en el compilado, que se llamó Divas del Rock.

¿Y festivales como Cosquín te parecen lo mismo?
La verdad a Cosquín no fui nunca, ni a tocar ni de público, pero me parece mucho más copado en ese sentido: es “Cosquín”, lleva el nombre de la ciudad donde se realiza el festival. No me importa, que le pongan un nombre de fantasía… “Festival Ventana”, y listo. Que después la plata, vengan y la pongan -porque bueno, hace falta plata para los eventos, y hay gente que tiene que ponerla. Pero una cosa es que haya un sponsor y otra que el evento lleve el nombre del sponsor. Por ejemplo, en la última publicidad del Personal Fest, que estaban los de la peluca azul, yo veía los carteles en la calle y no decía quién tocaba, o te tiraba tres de los que venían de afuera. ¿Y el resto? Mirá, fui a un Personal, que fue cuando vino Morrissey, y me pareció toda una forrada. Primero, me parece bastante mal organizado el tema de los tres escenarios, porque te están vendiendo que podés ver ochenta mil cosas cuando en realidad todos sabemos que podes ver...

Podés ver cinco...
Ves cinco y al quinto te explota la cabeza, porque cuántos recitales podes ver uno atrás del otro. ¿Cuánto te da la cabeza para asimilar? Capaz decís “tengo que ir a ver esto porque ya lo pagué, porque estoy acá... y bueno, estoy acá”. Y eso en el mejor de los casos... Hay gente que se lo pasa hablando por teléfono (risas).

También pasa que va mucha gente a la que no le interesa...
Va gente porque es un evento al que hay que ir, se pierde la cosa de ver al artista. Además, el sonido muchas veces no favorece. Pero hay mucha falta de respeto a los músicos, esa cosa de estar en un escenario y que en el de al lado empiece a tocar alguien... y vos dejaste de escuchar. O como le pasó a Brian Storming, creo -la vez que te digo-: estaban tocando y del otro escenario salió no me acuerdo qué banda de afuera, y quedaron treinta personas. Hacés una puesta, escenario, todo, ochenta mil luces...

Y se te van todos.
Hay mucha gente que le interesa participar de eso porque después los filman y los pasan en Much Music. A mí la verdad que esas cosas no me interesan porque si no la voy a pasar bien ahí, no va. Si no sos un músico más o menos importante, te tienen corriendo. Diez minutos para armar… ¡y a las nueve de la noche la pulserita que te dan no te sirve ni para tomar agua! Y no pagan. O empiezan a pagar un cachet muy bajo a artistas que son bastante conocidos. El resto, todos los que ves en la letra chiquita, van por el pancho y la coca. Se supone que ellos te dan chapa.

Y capaz en el Pepsi te ven veinte personas porque tocás a las tres de la tarde…
Eso es aparte, al margen. Es bueno que te pueda conocer gente que de otra forma no te va a ver. Eso puede estar bueno. Pero si las condiciones no son buenas, sabés que le estás haciendo el caldo a otro, porque en realidad los están usando. ¡Ellos realmente sienten que te están haciendo un favor! “Porque a vos te sirve, porque para vos es promoción” (pone voz de ejecutiva de Pop Art)... ¡Me cago en eso!

Yo leí por ahí que a muchas bandas importantes, cuando firman el contrato con Pop Art, les viene incluido en él tocar gratis en el Pepsi
Ese siempre fue el negocio de las discográficas que se convierten en productoras de eventos. Apuestan a que a vos te vaya bien. Te dicen “bueno, vos hacés esto, a vos te sirve porque para vos es promoción y nosotros te damos un lugar que de otra forma no tenés”, lo cual es cierto. Pero ¿qué pasa? Vos dos o tres años después la pegás, y ellos te chuparon todo ese tiempo. Y con eso hacen plata, de la cual vos no ves un centavo. Terminás siendo un producto que ponen en una góndola, la gente te lleva, te lleva y te lleva... pero a vos no te da nada.

Digamos que nunca vamos a ver tu nombre en uno de esos festivales, imposible…
No, no digo que nunca ni que imposible. Digo que es muy difícil, ¿sabés por qué? Porque yo les dije “yo voy y toco, pero quiero tanta plata por este show”. Y me dijeron “noooo, esa plata no te la podemos pagar”. “Y bueno, entonces yo no puedo ir a tocar”.

Te querían convencer diciéndote las mismas pavadas que a los demás
El tipo no lo podía creer. Y yo hablándole como si fuese Madonna, a mí no se me cae ninguna. Estuve ahí, a punto de firmar el contrato, y me dijeron: “bueno, pero no te damos nada, tenés que traer sonidista y plomos”. Y yo ya había arreglado un cachet, más bajo respecto del que habia pedido, había negociado. Cuando me encontré con que tenía que ir con por lo menos tres personas más… Porque aparte después estás ahí, laburando, corriendo, te tenés que llevar todas tus cosas. No es algo relajado para un show de veinte minutos.
Yo, si voy con mi guitarrita, decido si cobro más, si cobro menos. Pero si voy con gente, a los músicos les pago, al sonidista le pago. Entonces les dije que teníamos que reconversarlo. Y el tipo me dijo que no, que no podía ser. Le pregunté si ni siquiera lo iba a consultar y me dijo que no. Y yo: “bueno, chau”. Lo dejé con el contrato ahí. Por ahí comercialmente no me vaya muy bien con esa postura, pero no me gusta todo eso.


LOS RETORNOS, EL NUEVO PROYECTO Y LA FAMA

¿Qué opinás de esta ola de regresos híper auspiciados que hubo últimamente?
¿El de Soda Stereo?

El de Soda y los de bandas de afuera
En un punto me parece que está bien. El de Soda Stereo está bueno, me parece que hay mucha gente que empezó a escucharlos cuando ya no existían. Y no es que son dinosaurios que están robando: está bien, no hicieron nada nuevo -mejor, en realidad-, tocaron todos los hits, los temas que la gente quería escucha. Y se llenaron de plata... no tengo nada contra ellos, menos mal que lo hicieron ahora. Esas cosas no me parece que estén mal. Y de alguna forma, me parece que Soda Stereo, nos guste o no, es algo que está más o menos vivo, se sigue escuchando. Y tuvo influencia no sólo en la música argentina sino también en la latinoamericana: escuchás bandas chilenas, venezolanas... ¡y suenan a ellos! También me parece bueno, por ejemplo, que Los Gatos hayan vuelto, resucitado.

¿Fuiste a verlos?
No, la verdad, pero me parece bueno en el caso de Litto, que es un tipo que no para de hacer. Ese espíritu me parece buenísimo. Es más, aún ahora de Los Gatos mucho no conozco, cosas argentinas he escuchado de los ochenta para adelante, pero él me interesa como hacedor. Más allá de que te guste más o menos lo que hace, o que te guste más una época que otra -eso te va a pasar con cualquiera que tenga cuarenta años de carrera. Si me decís Spinetta, yo prefiero al Spinetta de Pescado, Invisible y Almendra que al de ahora, pero bueno, ya está. Hay tipos que con muy pocas cosas que han hecho en su carrera justifican el resto de su existencia... Charly García: ya está, desde el noventa no entendí nada de él, no me llega, no le puedo entrar, ¡pero el tipo hizo cosas que ya justifican su existencia! Punto. Indiscutido.

¿Lo conocés a Nebbia?
Sí. Es más, estamos juntos en un proyecto que vamos a hacer con Roque Narvaja, Emilio del Güercio, Gabo y Minimal.

¿Cómo es eso? ¿Van a hacer un disco?
Sí, con un par de canciones de cada uno, hechas también medio entre todos, en colectivo... básicamente acústico, creo.

Es interesante por la mezcla generacional
Nos mostramos un par de temas cada uno, está bueno... A mí me parece una experiencia de la que voy a aprender un montón de cosas, trabajar con tipos que hace tanto que están. Inventaron el rock acá, antes estaba el folclore... o El Club del Clan. Está buenísimo que sigan con ganas de hacer cosas y que no se hayan quedado en esa de hacer lo mismo siempre. El caso de Emilio es muy particular, el chabón se dedicó a pintar, tiene un disco que no terminó nunca… es interesante.

¿Y para cuándo saldría?
Ni idea... El más pila es Litto porque el disco saldría por Melopea. Igual, empezó todo al revés que el trío: nos juntamos en el estudio prácticamente sin conocer los temas que vamos a hacer; después veremos si lo presentamos en vivo, cómo y cuándo. No creo que estemos todos en todos los temas, cantando todos. Va a haber que arreglarse un poco...

Digamos que ya surgió diferente a Flopa Manza Minimal
Sí. Aparte me metí en esa, como de lo acústico... cuando empecé era la única forma que tenía de salir a tocar sin complicarme la vida. Después se dio el trío y todos empezaron a compararnos con PorSuiGieco y yo no tenía ni idea qué era. Pero no fue algo planeado. Eso también lo tocó a Litto respecto al trío, porque dijo “¡esto es lo que habíamos nosotros cuando éramos pendejos!”. Todo vuelve aunque no se quiera.

Y es verdad. Los que arrancaron el rock acá se juntaban a componer, a sacar cosas, como hicieron ustedes...
Tiene una cosa medio de... (piensa). La palabra “hippie” es un poco fuerte porque tiene otras connotaciones que hay gente a la que le copa y otros que no. Copan es una palabra hippie, de paso (risas). Pero, volviendo, hay una cosa de desinterés. No de desinterés en hacerlo sino de desinterés externo, de hacer por hacer, por juntarse.

Eso ya se perdió bastante
Se perdió porque, en general, lo que manda hoy es esa cosa de ser figura... No importa el mérito. Si eso fuera algo...

Ustedes van por otro lado
Es que de eso no te queda nada, de esa popularidad efervescente. ¿De qué te sirve que de repente te vea todo el mundo y después desaparecer? Es como una luz que se prende y que se apaga. Cuando vos venís haciendo la tuya por tu caminito, tardás más, es el camino largo, pero es mejor.

El otro día lo vi a Leo García en Canal A, en el programa de Fernando Peña...
(Interrumpe como sabiendo lo que voy a decir y choca las manos) Yo también, yo también... Me deprimí.

¿Viste lo que dijo? (N. de la R.: García dijo que un artista "tiene que ser famoso porque si no, no logra su objetivo")
Una barbaridad. Me parece que perdió el rumbo. Lo lamento, porque me parece re talentoso, me gusta mucho cuando está solo, cantando con la guitarra. Fue uno de los primeros en volver a eso ahora, hay que reconocerlo. Pero está en otra, su objetivo es otro, ser famoso. Ojalá que lo logre y le vaya bien. Para mí la fama es algo que te llega como consecuencia de acciones, si vos buscás la fama por la fama… podés salir en policiales también. Salgo en bolas acá a la esquina y en una semana me hago famosa... Si voy a Patinando por un sueño también. Pero no busco eso.


BONUS TRACKS

¿Qué canción te gustaría haber compuesto?
I’m only sleeping, de Lennon-McCartney. O Sozinho de Caetano Veloso.

¿Qué cinco discos salvarías de un incendio?
Contando con que en un incendio no hay mucho tiempo de ponerse a elegir, manoteo la caja que tiene todo The Smiths y Morrissey, y me estoy llevando más de veinte. Si querés un top five:
Rubber soul (The Beatles)
Hatful of hollow (The Smiths)
Blood on the tracks (Bob Dylan)
Blue (Joni Mitchell)
Muito (Caetano Veloso).

miércoles, 5 de marzo de 2008

Charlando con músicos: hoy, Flopa Lestani


Nueva sección en La Música es del Aire. Para no aburrir siempre con escritos míos, se me ocurrió comenzar una serie de charlas con músicos. Digo charlas porque no me pongo en un lugar tan periodístico, aquí solo van a ver las preguntas que se le ocurren a alguien que ama la música y que intercambia ideas y despeja dudas sobre artistas que le interesan. Sólo eso. Trataré de ir al grano sin explicaciones de “cómo nos encontramos con X”, descripciones de hogares, bares y lugares, ni nada por el estilo.
La primera que cedió a esta idea con muy buena onda -gracias de vuelta, de verdad- fue Flopa, que hace muy poquito editó un disco hermoso llamado Emoción Homicida. Aquí va la primera parte de la charla, que la disfruten:

TEXTOS: Santiago Segura
FOTOS: Evelyn Villalba

EMOCIÓN HOMICIDA
¿Por qué Emoción Homicida?
No soy muy original para los nombres, es una metáfora. Emoción Homicida es el nombre de una canción, que en una parte dice "...tu risa, el impacto de un golpe de emoción homicida"... de ahí viene. Suena medio oscuro el título, pero en realidad no habla de un sujeto que tiene un impulso asesino, sino de la emoción como sujeto que tiene un poder asesino sobre uno mismo. A ver, volviendo a la canción, la persona de la que estás enamorado/a te sonríe, te mira, y vos te sentís morir, que el corazón se te para por un instante antes de empezar a latir rápido y fuerte, a eso le llamo yo una emoción homicida. Aplica para cualquier emoción extrema, no necesariamente violenta.

En el disco ronda un concepto de lo efímero, en las letras e incluso en la duración de las canciones: ¿Es casual o intencional?
En casualidades mucho no creo, pero tampoco fue algo intencional. No escribo letras que narren historias, y si tienen una historia detrás tiendo a fragmentarla y reducirla a lo fundamental. Lo que tengo que decir queda dicho en no muchas líneas, en general. Así que no le doy muchas más vueltas para hacer un tema más largo o más complejo de lo que realmente es. A veces lo intento, pero a la larga los temas se imponen como surgen, como si ellos supieran antes que yo cómo van a ser, y no me resisto a eso, los dejo ser.
En cuanto a la temática, sí hay varias alusiones a lo pasajero, al transcurrir del tiempo. Como que el mundo se construye de instancias que se suceden, y por más duraderas que parezcan las cosas, siempre están mutando y nos posicionan en un lugar distinto. Haciendo un análisis a posteriori, supongo que tendrá que ver con eso, uno se aviva con el tiempo de que la vida son momentos, de que "para siempre" no existe, es una ilusión. Pero a la vez, está esa sensación de atemporalidad intensa que es siempre en tiempo presente, y que nos hace sentir anclados en un sentimiento que, más tarde o más temprano, para mejor o peor, pasará.

¿Por qué pasó tanto tiempo entre disco y disco? ¿Tanto cuesta bancar un disco independiente, o hay otras razones?
Bueno, ¡ahí tenés una gran suma de momentos! (risas). Son mis tiempos, qué se yo. Por un lado, me gusta madurar las canciones, hacer algo que me agrade, me convenza, me deje conforme, y que se arrime lo más posible a lo que tengo en la cabeza sobre cada canción y sobre el disco entero, como algo más conceptual. Y por otro lado, la verdad es que no tengo mucha disciplina, me enquilombo, y a veces cuelgo un poco (risas). Así que no sé, es un poco la suma de todo eso, soy perfeccionista y algo pudorosa, y tampoco tengo apuro, nadie me corre. Soy tortuga en el horóscopo Maya... ¿eso explica algo?
Y sí, cuesta bancarse de manera independiente, yo no ahorro en un año lo que sale hacer un disco. Tampoco me quejo, es lo que elijo, mientras pueda, no me interesa que un sello me edite un disco para darme las chirolas de mi propio laburo. Conceptualmente, no es lo mismo el 100% de 2 que el 2% de 100, hay un 98% de diferencia, y ahí reside la valoración de lo que yo hago. El día que reciba una oferta interesante para editar, te cuento...

¿Este disco está pensado más en formato 'banda' que el anterior?
Sí, de una. El anterior fue casi dogma, instrumentación uniforme y cero plugins. Este tiene mentiritas... de esas que a uno le gustan escuchar. Y la selección de temas del repertorio también responde al formato de banda con el que estoy tocando desde hace un par de años, con Ravioli y Kabusacki. Si bien en EH hay 3 temas acústicos, predomina el sonido de banda rock. Musicalmente es más optimista, y las letras... digamos que mantienen un optimismo trágico, diría Gombrowicz.

¿Considerás poesía a tus letras?
No, para nada, creo que algunas pueden ser algo poéticas, pero no poesía. La poesía tiene una musicalidad propia, que es exclusiva de la palabra, y yo escribo pensando en una melodía sobre una secuencia de acordes. En inglés existe un término muy lindo para las letras de canciones, que es lyrics.


RECORDANDO VIEJAS ÉPOCAS

¿Te acordas cuál fue la primera canción que aprendiste a tocar?
Smoke on the water de Deep Purple, en el bajo.

¿Y la primera que hiciste?
Si la recordara preferiría olvidarla... Las primeras canciones que hice eran pésimas, sobre todo esas letras de adolescente torturada, ¡por diosss! Lamento decepcionarte, pero no tengo un Barro tal vez compuesto en preescolar... (risas).

¿Cómo recordás los proyectos musicales en los que participaste?
Con cariño, todos. Mi formación musical proviene de toda la gente con la que toqué, así que gran parte de lo que sé se lo debo a mis compañeros de ruta, desde la banda de heavy que tenía en el colegio hasta mi banda actual.

¿Va a haber un Flopa Manza Minimal 2, o no está pensado? 
Puede haber... eso o algo parecido, pero no está pensado por el momento. La idea no fue la de formar un grupo, sino de juntarnos y ver qué pasaba, y lo que pasó fue que salió un disco bárbaro. A veces está bien que existan cosas únicas, sin segundas partes. Las segundas partes, en general, suelen tener intenciones taquilleras.

¿Se dan cuenta de la repercusión que tomó el disco con los años?
Lo de la repercusión es algo paradojal. En su momento el disco tuvo buenas críticas en los medios, pero hubo un delay importante hasta que se corrió la voz de que existía el combo, y para entonces ya no estábamos tocando. Una vez fuimos a la Mega -la radio del rock nacional, ¿viste?- hablamos dos pavadas, pasaron dos temas, y al terminar nos dijeron: "si la gente llama y pide los temas, los pasamos, si no... no". Obviamente, no llamó nadie y nunca más sonó el disco en esa radio.

¿Cómo ves desde adentro lo que hacen los grupos de Azione Artigianale, más otros como Valle de Muñecas? Parece que fueran una especie de comunidad aparte del rock argentino.
¿Decís que somos bichos raros? (Risas). Tenemos una filosofía similar -aunque no idéntica- del hacer por medios propios. En realidad, cada uno hace la suya, y en lo que podemos nos damos una mano, y cuando algo de lo que hace otro nos gusta, buscamos compartirlo de alguna manera. Azione no es una empresa, no es una productora, no hay capital de inversión, cada uno se manda a fabricar sus discos como quiere y puede, compartimos data que nos resulta útil, a veces tocamos juntos, somos amigos de Pez, y usamos el logo del pizzero en nuestros discos en vez de poner nada o cualquier otra imagen-records alusiva. Eso tiene sus pros y sus contras, pero lo que lo hace incomparable a cualquier otro sello es justamente eso, ¡que no lo es! ¡Es como una asociación ilícita! (risas). Lo cierto es que sin querer se armó un catálogo suculento, los músicos interactuamos, y hay -humildemente, por la parte que me toca- un núcleo de gente con talento. Y sí... formamos parte de una especie de comunidad, pero dentro del rock, no aparte. Pasa que al rock se lo viene fagocitando la uniformidad, y entonces todo aquello que resulte diferente parece quedar aislado.

[Próximamente, se va la segunda].