viernes, 12 de junio de 2015

Dom La Nena: soy de cualquier lugar






















"Cuanto más viajo, menos sé". ¿Era Harrison el que dijo la frase? Bueno, no importa, lo importante es la frase y no el autor; en este caso y siempre. Pero viene bien si hablamos de Dom La Nena, seudónimo de Dominique Pinto, música de origen brasileño que anduvo de aquí para allá toda su vida, repartida entre viajes y estadías en su país natal, Francia y Argentina, principalmente.

No haré un racconto de su travesía por este mundo (para eso hay unas cuantas entrevistas dando vueltas, mucho más interesantes que una enumeración aquí) pero algo es innegable: la música de Dom refleja su condición de dama errante e inquieta. Como asevera aquel clásico de Los Gatos, es de cualquier lugar y va a cualquier lugar. Su disco Ela (2013) es un primer paso encantador: atraviesa universos dignos de una artista de mundo (poco tiene que ver esto con el pop marketinero global, ojo) que chupa influencias de aquí y allá, y a la vez es tan transparente que cautiva a los segundos de darle play (sospecho que no fui el único que compró al instante).

¿Qué hay en Ela? ¿Qué hay en Soyo, su disco-continuación publicado hace meses? Una cantante suave e hipnótica, una trama que la envuelve sin tapar ese susurro que horada de a poco, con sus respiraciones y su pronunciación delicada. "O vento" es un ejemplo letal de esa amalgama: cuerdas-tornado interviniendo precisas, exactas, descriptivas. Porque si se escucha con atención, el sonido puede describir más que las palabras, mucho más. "El silencio" es otra muestra de un rotundo triunfo tímbrico: los instrumentos no se meten porque sí, porque queden lindos. Esa comunión resulta clave para estas canciones construidas desde la pequeñez y la ¿melancolía?

***

Charly inmortalizó para siempre aquello de que "la alegría no es solo brasilera". OK, pero la melancolía tampoco lleva la etiqueta made in Argentina. Es notorio en ambos discos de Dom (y en el caramelo editado entre ambos, el EP Golondrina) ese tono casi de despedida en versión Indio Solari: dolor dulce. Como si el desarraigo, en el caso de Dominique una elección que reafirma a cada paso y cada melodía (entonces... ¿es desarraigo?) se impregnara en la canción, convirtiéndola en el soundtrack ideal para cualquier película de viajes, abrazos de bienvenida, partidas a un nuevo destino, arribos, salidas, nuevos amigos y así, en un continuum que para La Nena ya cuenta 25 años.

Ni siquiera es necesario comprender lo que dice para tener esa sensación (Pinto canta en portugués, español y francés). Hasta en los temas con huella más brasuca ella imprime un misticismo entre amable y tímido; que no es lo mismo que ingenuo. Aunque el desparpajo de ser una niña se le note ("Sambinha", "La nena soy yo").

Ahí se entrevé lo de artista de mundo: a la manera de Daniel Melingo, pongámosle, que puede ser tanguero reo, hi-fi, cosmopolita y parisino, Dom abre su álbum de viaje y en una página está la samba, en la otra la chanson, etcétera. Todo con aires de y no en el compartimento esperando quien busque con seguridad algo predeterminado o estático. A contramano del borramiento de matices regionales que la industria musical imprime a sus grandes actos, Dominique bebe de aquí y allá, siendo ella misma quien dibuja y desdibuja sus referencias para que salga lo que sale: cuando empezó a componer, lo ha dicho, no esperaba que le salieran estas canciones. Porque ni siquiera esperaba que le salieran canciones.

Hay quienes aseguran que esta es la era del mestizaje, y puede que tengan razón. Pero para eso es menester ir y volver e ir. Ella, además de hacerlo bien lo hace a conciencia (canta, despreocupada, "no tengo casa"). Desea parecerse a las golondrinas y allá va: dando vueltas al mundo y buscándose. Ojalá que no se encuentre nunca, así está bien.


[DOM LA NENA presenta SOYO hoy viernes 12 de junio a las 21 horas en SANTOS4040 (Santos Dumont 4040, Capital Federal). Entradas en Alternativa Teatral.
El sábado 13 hará lo propio en Ciudad Vieja (17 y 71, La Plata). Las entradas anticipadas se consiguen en La Disquería (54 casi esquina 8). 
En tanto, el domingo 14, a las 19 horas, Dom cierra su gira argentina nada menos que en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151, Capital Federal) y con entrada gratuita (se retira 2 horas antes del concierto)]

miércoles, 3 de junio de 2015

Florencia Ruiz: “La música debe nutrirse de una vida luminosa”


Celebrar quince años de discos, canciones y amigos no es cosa de todos los días. Florencia Ruiz lleva ese tiempo grabando discos y compartiendo melodías con sus compañeros de andanzas, de la vida, de la música. Con ellos y, principalmente, con ella, su gran compañera, podremos encontrarnos mañana 25 de octubre en el Centro Cultural Caras y Caretas (Sarmiento 2037, Capital). La celebración se titula así, “Quince años de música”, y los amigos (anoten que son varios: Mono Fontana, Ariel Minimal, Andrés Beeuwsaert, Alejandro Franov, Julián Gándara, Elizabeth Ridolfi, Flopa Lestani, Rosario Bléfari, Jerónimo Izarrualde, Juan Fracchi, Agustín Balbo, Marcelo Lupis, Ignacio Margiotta y Eduardo González Ahumada) irán marchando para acompañar una velada que suponemos extensa y emotiva.

La reciente salida de MA, el disco pensado para editarse en Japón como retrospectiva de su carrera; la última gira por el país oriental, que incluyó la experiencia de llevar a Julián, su hijo de dos años; la música como construcción y en el curso de la vida cotidiana; lo que se verá en el show de mañana… De todo eso hablamos con Florencia, natural, sincera, profunda, misteriosa. Como su música.

¿Cómo es armar un show repasando todo lo hecho en tantos años?
Un show así implica muchos costados a los cuales nunca miré, es nuevo para mí. Por ejemplo, necesitás un asistente, es importante porque son muchos músicos y la idea es que el show vaya. Hay distintos sets, la idea es intercalar y no permitirte caer en un pantano, y eso implica que esté todo ordenado. Para mí el show es indivisible a contar una historia: todos los que van a venir aparecen en ella. Es lindo que vengan a compartir, es algo de la amistad que me resulta muy sanador. Entonces el show tiene que tener eso de poner primera y darle... Se va a grabar, para tenerlo.

¿Con planes de edición?
Por ahora, para tenerlo. Sacamos un disco en vivo en Japón, eso ya está. Yo quería que fuera en vivo de verdad, sin retocar, entonces les dije “bueno, si quieren sacarlo es así, déjenlo así”. Si en la foto estamos despeinados, estamos despeinados (risas).

Además, la formación que armaste para la gira era distinta a la que tenés acá.
Nada que ver. Para mí es otra música, la canción es la misma pero la música es otra. En ese sentido es interesante; además tener un disco editado en Tokio tiene su valor.

No deja de ser una rareza, aunque para vos tocar en Japón ya sea casi una costumbre. De hecho, MA lo armaste para los japoneses ¿cierto?
Sí, el disco en realidad lo hice para los japoneses pero después surgió que saliera acá también, fue iniciativa de [Carlos] Villavicencio y yo dije “bueno, dale, vamos a hacerlo”. Resultó una buena decisión. Creo que está bueno arrancar por ahí, viste cuando decís “quisiera empezar a escuchar a Fulanito, ¿cómo hago?”. Son siete discos ya… Puede que escuches Luz de la noche, el último, pensando que quizá se acerca más a lo que hago en la actualidad. Pero escuchar todo el otro costado también está bueno. En MA cada canción representa un año, entonces escribí algo sobre ese año, sobre esa canción o sobre la grabación; y por qué elegí cada canción. Igual en el show no vamos a tocar el disco entero, elegimos otras canciones y tengo una banda que se adapta a lo que está grabado.

¿Cambiaron los miembros de la banda o son los mismos que te venían acompañando?
Está Jerónimo Izarrualde en batería, que fue quien grabó en Luz de la noche; y trajo a su compañero guitarrista, Agustín Balbo (tocan en la Orquesta Los Amigos del Chango). Después siguen Juan Fracchi en bajo y contrabajo y Eduardo González Ahumada en teclados. Y todos los invitados. Vienen Andrés Beeuwsaert, con quien haremos los temas de piano; Alejandro Franov, con quien haremos los temas más volados y climáticos... Y bueno, con el Mono Fontana y sus músicas del más allá (risas), haré un set. También viene un compañero de años, Julián Gándara, un cellista que hace mucho toca con Charly García; con él compartimos toda una época de limbo, de Mayor a Luz de la noche. Hay algunas canciones que tienen coros, que son de Rosario [Bléfari] y Flopa; viene [Marcelo] Lupis, claro… Él vino a Japón pero ahora se dio que al elegir el repertorio necesitaba un guitarrista, entonces había que encontrar otro sonido. Y Agustín es bastante más chico pero tenemos muchas cosas en común (siempre había tocado con Nacho [Margiotta], que va a estar también). Y bueno, Julián [Semprini] -el baterista- no podía venir porque tenía otro show, así que convoqué a Jerónimo y él trajo a Agustín: estoy muy contenta con la banda, empieza el ensayo y se me dibuja una sonrisa. Esta vez quiero sacar los arreglos tal como están en las grabaciones.

Todo un trabajo…
Se trabaja mucho desde la construcción porque lo más difícil es construir, siempre. Una casa te la tiro abajo en dos horas, pero hacerla lleva dos años. Lo que decía de los pianos: yo quería tener un momento con piano porque siempre suelo encontrar en ese dúo de piano y voz un algo, un clima. Y el Mono no es eso, tampoco lo es Ale y tampoco era Edu. Y sí es Beeuwsaert. Y lo lindo es que ellos están recontentos de que haya cuatro pianistas.

Entienden que es una necesidad. Porque cualquiera de los cuatro, desde lo técnico, podría tocar lo que se va a tocar. Pero cada uno tiene su estilo.
Claro, técnicamente cualquiera lo podría hacer. Ahí está el asunto: a veces uno tiene algo para dar y otra cosa no le sale. Tiene que estar la persona justa, eso es la música: la diversidad. Que todos tenemos un lugar pero donde está nuestro lugar. El conflicto es cuando queremos abarcarlos todos. Necesito que haya una camaradería y una predisposición afectiva muy fuerte con la música. Quise que esté Julián para hacer honor a la historia nuestra y a su vez porque sé que con él suena tu canción y sabés que al tipo le encanta y está ahí. Cuando querés hacer sonar una música se necesita todo un laburo y una interacción. Creo en eso.

Y en tu música se nota que no se puede tocar cualquier cosa, hay aire…
Creo que recién ahora, después de quince años, entendí un poco cómo es armar un grupo. En mi caso no quiero que se generen conflictos, y ése es un defecto muy grande porque capaz termino diciendo “bueno, dejalo que haga el solo” y en el tema equis no había un solo. Estuve revisando mis discos y casi no hay solos. En Luz... dejé para el final las guitarras, quería que toque Ariel [Minimal] entonces le dije “dejame que armemos todo el disco y después vos hacés lo tuyo, que es solear y dejar tu huella donde la canción lo reclame”. Tocó en tres canciones y su aporte es tremendo. Ahora, si quiero tocar esas canciones necesito que haya un guitarrista: Agustín empieza a hacer el solo de “El futuro, flor” y yo tengo ganas de llorar porque es tremendo verlo ahí, “wahhhhh” (imita un sonido de guitarra eléctrica).

¡Llorar para bien, aclaremos! (Risas).
Para bien, de emoción por lo que suena eso, que no es lo mismo que un solo de cualquier otro instrumento. Ese tema es pesado y tiene que ver con una resignación: “qué vas a hacer, así va a ser el futuro, sabelo”. Estaba muy bajoneada, me fui a laburar y me puse el guardapolvo, cosa que nunca en mi vida hacía... “Yo no puedo ver tanta soledad/ tanta indiferencia” ¿entendés? Me dije que si yo no podía hacer algo grande por el futuro iba a empezar por lo micro, aportando mi granito de arena.






















¿Creés que ese pensamiento se traslada a tu música?
Mirá, espero que sí, de corazón. Armando MA escuché entero Correr, que es mi disco más personal porque lo hice en casa, con mis tiempos y muchos invitados. Y me dije “fa, qué bueno que está entrar en esos mundos”. Viendo los invitados, noté que todos siguen siendo amigos. Y lo llamé a Migue [Mr. Miguelius] y le dije “che, quiero que vengas a tocar”. Y me dijo “no, no quiero ir a tocar ¡quiero ir a escuchar!”. Me emocionó esa situación de estar, de compartir, de aportar como sea. Eso es lo que considero valioso, y creo que algo de eso puede quedar. Por eso me cuesta cambiar de banda; pero tengo que pensar en la música, en el fondo es lo más sagrado. Yo quiero estar en la música. Quizá me trastornó un poco la experiencia japonesa, de tantos días y tanto laburo.

¿Esta última fue la gira más larga que hiciste allá?
Sí, cincuenta días, un solo día libre. ¡Y el niño! (Risas). Pero se portó muy bien, la verdad que la-rom-pió. Tuvo un par de escenas al final de la gira: se ponía la mochila y me decía “bueno, mamá, ¿cómo puedo hacer para ir a mi jardín?” (Risas). Y yo le decía “no, hijo, hoy no va a poder ser, hay que esperar”. “¡¿Pero cuándo?! ¡Me tomo el avión!” (Más risas). Así que el próximo año iremos menos días. Ya armaron la gira, viste cómo son ellos...

¿Y cómo llevás eso de saber que todos los años girás por Japón?
Eso me gusta, porque ahora ya sé que el año que viene ese mes no estoy. El tiempo pasa muy rápido, entonces te vas organizando. Este año toqué veintidós veces allá, más otras tres o cuatro veces para prensa y cosas así. Y después, las clases que tuve que dar... Acá no lo hago ni en cinco años (risas).

¿Cómo funcionaba lo de las clases?
Daba clases en jardines de infantes, con Tomohiro [Yahiro, el músico japonés que integra Dos Orientales junto a Hugo Fattoruso] de traductor y con la música de idioma universal: nenes chiquitos con la cabeza así, abierta. Me venía bien porque lo llevaba a Julián a las escuelas… Para los nenes él era un E.T.

¿La reacción de él cuál era? 
Tomohiro me acompañó a parir, entonces para él es natural, todo el tiempo vienen amigos japoneses acá y él está acostumbrado. Su primera gracia fue hacer “cara de chino” (risas). Tendría seis meses, le preguntamos “¿cómo tiene la cara Tomohiro?” y cerró los ojos (más risas). Después no la hizo más, porque no es que lo hacía como burla, Julián ya tiene naturalizado el hecho de las razas. Aparte te morís de la risa porque le preguntás “¿y esto quién te lo dio?” y te contesta “unos amigos míos japoneses” (risas).
Lo de las escuelas estuvo bueno, fuimos a una escuela rara: estaba llena de piletas, fuentones, bañaderas, unas pelopincho. Y los pibes se sacaban la ropa, se metían. ¡Ellos mismos se secaban y se cambiaban al salir! Nenes de tres años, ponele. Me daba un poco de miedo y él estaba agarrado de las piernas al principio, pero lo mandé a jugar.

Más allá de tu miedo, tenías que sacarle esa inseguridad a él.
Claro. Son escuelas libres que quieren criar a sus hijos de otra manera, eso lo banco. Aparte, después no lo vi más: ya estaba en una salita con una nena que tenía una caja llena de alimentos de plástico y Julián le decía “ahora pasame la lechuga”. ¡Y la nenita se la pasaba! (Risas). No sé cómo hacían para comunicarse.

Increíble. Sabés que vas a seguir yendo, y que vas a ir con él por mucho tiempo.
Espero que sí y espero cada vez ir mejor de lo que fui. Primero, íntimamente: con mayor poder de decisión y con ganas de estar más en contacto con un plan copado japonés. Por eso quería ir a dar clases en un jardín, ver cómo era, que Julián fuera y absorbiera un poco de esa situación. Sobre todo porque las escuelas a las que fuimos eran budistas y él va al Mariano Boedo.
Pensándolo, creo que ahí es donde pisé muchas veces el palito: yo necesito que la música sea algo para compartir y a veces la música no es algo para compartir. Ahí está el verdadero secreto.

¿Y qué es la música, una necesidad personal?
La música es una necesidad; pero te lo digo desde el punto de vista de la dedicación. A partir de todo este racconto de cosas sí te digo que en todos estos años en los cuales me decidí a hacer música y a grabar no tuve nunca el tiempo necesario para mi música, para mi obra. Porque hice muchas cosas, les dediqué mi tiempo a otras actividades que me resultan muy importantes. Y creo que algo de eso hay que aprender: yo fui madre y me dediqué a mi hijo porque el tiempo pasa  rápido. Bebé va a ser sólo una vez y pasear por la plaza, cantarle una canción y jugar con él… Es ahora.

Igualmente todo eso va a repercutir, va a estar en tu música.
Sí, aunque hay cosas que no puedo ni quiero hacer porque prefiero estar en casa jugando. Formar una familia es una decisión, y tenés que tener la heladera llena, la torta, la ropa ordenada, la casa bien… Ahí está el asunto: cómo uno quiere vivir. Si salgo a la calle y una vecina me pide que la ayude con algo no le voy a decir “señora, lo lamento, se me ocurrió una idea y tengo que ir a grabar” (risas). No: la voy a ayudar. Yo quiero vivir para mi música pero siento que la música debe nutrirse de una vida copada, luminosa a todo nivel. De hecho (mira el reloj)… vamos a buscar a Julián, sino van a decir “la madre rockera que no viene a buscar a su hijo” (risas finales).


[Publicado en indieHearts el 24 de octubre de 2014. Fotos de Victoria Schwindt]

lunes, 1 de junio de 2015

Maxi Prietto: “La música es para adentro”

-Che, que papi está hablando boludeces…

Maxi Prietto le habla a Esmeralda, su beba de cinco meses que llora de a ratos exigiendo presencia paterna. La trae desde la pieza al comedor y, tras el alimento salvador, Esmeralda vuelve a su cuna (bueno, la lleva el padre) y se duerme. Maxi le mintió: la charla en su casa de Villa Crespo transcurre de tema en tema y, sin querer queriendo, vamos del flamante proyecto Prietto a sus inicios en la música (en verdad, Prietto es su proyecto solista y lo más añejo de su carrera, esta vez reformulado a banda). De boludeces, nada.

La vida musical de Maxi abarca a Norberto el Ruso Verea, su ídolo radial; a Mónica Melo, una profesora del secundario que lo marcó para siempre; a Oscar Alemán y el folclore argentino, descubiertos tarde pero seguro. Y a sus propias criaturas: los discos caseros e iniciáticos, su metejón con el bolero, sus trabajos en el cine. Por supuesto, en el recorrido también aparece Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y Los Espíritus, los grupos con que Prietto, el hombre, se erigió como una de las voces más interesantes, escurridizas y desprejuiciadas del rock argentino de la última década.

La charla empezó por el final o, mejor dicho, por lo que se viene: la inminente presentación de Prietto, el grupo, en la vigesimotercera edición de ese hermoso festejo del rock de abajo, el bienllamado Festipulenta. De ahí, al cosmos:

Vas a estar tocando en el Festipulenta como Prietto, tu banda más reciente. 
¿De qué se trata?
Estamos armando una banda nueva, hacemos algunos covers de boleros y también estamos haciendo un tango, “El día que me quieras” de Gardel; y canciones mías viejas. La formación es Damián Manfredi en contrabajo, Miguel Tennina en teclados con unos efectos medio locos, el Pipe Correa, que es el baterista de Los Espíritus y yo, que toco la guitarra y canto. Estamos muy contentos por cómo está sonando, aunque no sé cómo presentarlo… ya lo van a escuchar (risas).

Para el Festipulenta, la de ustedes va a ser una propuesta muy particular, que alguien pele un bolero ahí no es habitual.
Puede ser. De hecho no estábamos en cartel desde el principio, nos invitaron porque se cayó Fútbol y bueno… es lo que estamos haciendo. Al que va medio manija de rock y descontrol, no sé qué le va a pasar con nuestra música. Me va a tirar con algo (risas).

Esos tiempos se terminaron, me parece. ¿Te pasó alguna vez que te revoleen cosas?
No, que me revoleen algo no. Gritos sí: una vez que tocamos en México con Carla Morrison y Enjambre, dos grupos que allá son muy exitosos, nos engancharon en esa fecha a Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. Abrimos y la gente al principio todo bien, pero después se impacientó… ¡Sáquenlos a estos dos! (risas). Además, después escuché los grupos y la música de ellos no tenía nada que ver con la nuestra. Pero bueno, fue una experiencia.

¿Con este proyecto están pensando un disco ya? ¿O la idea por ahora es tocar?
Estamos grabando acá en casa con unos micrófonos que tengo, grabamos un ensayo y algunos temas me gusta cómo suenan. Como Miguel trabaja de sonidista, vamos a juntar los micrófonos de los dos para armar bien todo y grabar acá, en vivo. Siempre está bueno grabarse para escuchar y develar un poco de qué se trata el proyecto, está bueno saber dónde terminan Los Espíritus y dónde empieza esto.

¿Te pasa recién ahí eso de develar de qué se trata, cuando escuchás al grupo en una grabación?
Sí, lo pienso así: es como para un actor cuando se ve filmado, capaz cree que está haciendo algo pero cuando lo ve, ve realmente lo que está dando. Y capaz en este proyecto pensás que no da para hacer algo muy rockero y así te das cuenta que sí tiene lugar eso, o que ya está pasando. Entonces tenés que poner los micrófonos y grabar, y no trabajar más en algunas canciones. Para no pasarte de rosca también, porque a veces, si tardás mucho en grabar algo, queda sobreensayado. Depende del proyecto, pero en este caso tiene que haber un porcentaje grande de frescura, son casi-baladas, canciones en las que tiene mucha presencia la letra y la banda está ahí, acompañando. Es difícil la parte en que es bastante silencioso todo, tiene que estar muy cuidado.

¿Hay una fecha tentativa para el disco, o preferís no arriesgar?
Es que todavía no sabemos bien de qué se trata, no tenemos cerrada una lista de canciones. Con el disco de boleros que saqué [La última noche] quedé disconforme. Lo hice en enero de 2013, estaba en Capital sin nada que hacer, tenía ganas de estar de vacaciones, hacía calor… y para tratar de pasarla bien acá se me ocurrió grabar boleros porque estaba escuchando eso todos los días. Me propuse grabar un tema todos los días y subirlo a internet: escuchaba un par de canciones, sacaba alguna que me gustaba y la grababa. Pero no me lo tomé como si estuviera haciendo un disco, era una especie de juego; algunos me gusta cómo quedaron y otros no tanto. Entonces estaría bueno grabarlos otra vez y con una banda. Lo mismo me pasa con casi todos los discos solistas que hice, salvo en Casa y Casa II que hay una especie de producción; en los demás es todo muy espontáneo. Siempre me gustó eso, pero ahora me gustaría rescatar algunos temas, armarlos con una banda y darles un lugar, un respeto que no les di.

¿No te conforman en cuanto a producción o en cuanto a ejecución?
En cuanto a todo. No es lo mismo tocar una canción por primera vez, grabarla y no volver a tocarla nunca más... Tiene esa frescura de más (risas). En el momento ni pensaba en eso porque era lo que hacía en los ratos libres que no tocaba con Mariano [Castro], eran canciones que no tenían cabida para tocarlas con él. Ahora veremos cuáles quedan de ésas, tampoco creo que agarre muchas. Hay que ver qué es lo que puedo hacer dentro de eso y a partir de ahí, sí, componer más desde esa temática. Por ahora estamos ensayando “Ay, corazón”, “The error blues”, “Días de sol”, pero estoy seguro de que el disco va a salir. Además, no creo que sea un disco que tenga mucho proceso, va a ser grabado en vivo. Suena todo tan medido que no va a estar sobrecargado.

¿Y como cantante, cómo te llevás con eso de que la voz esté tan al frente?
Es parte del sonido. También estamos haciendo la “Tonada del viejo amor” de Eduardo Falú y tiene una letra que está bueno que esté en primer plano. Igual siempre traté de hacer eso, en los discos con Mariano la voz también está muy al frente, de otra manera y con mucho más volumen. Tratamos los dos de que no haya que escuchar muchas veces un tema para entender la letra. De hecho, el volumen de la voz a veces está en niveles exageradísimos en la mezcla. En ese momento nos pareció que era lo que iba, lo correcto. Bah, un gusto nuestro más que lo correcto.

¿Cómo hacés para ir llevando todos tus proyectos?
Con Mariano hace rato que no estamos tocando, el último show que hicimos fue un Zaguán. Y eso es menos tiempo de ensayos, de fechas, de mezcla de discos...

¿Y por qué se dio así, tocar tan poco con Mariano? No es por mala onda entre ustedes, supongo.
No, pasa que él está en otro momento de su vida en el cual no tiene tanto tiempo para esto, yo soy más manija. La idea era tocar de vez en cuando y lo estuvimos haciendo, pero en un momento eso me empezó a aburrir porque yo quería juntarme para hacer canciones nuevas. Y eso llevaba a que tuviéramos que ensayar más, entonces quedó todo ahí y en algún momento se retomará. Ahora estoy con Prietto y con Los Espíritus; más algunos laburos que me salieron, música para películas y cosas así.

¿Tus trabajos son exclusivamente con la música?
En este momento sí. Hace unos años arranqué con cosas así, a partir de La araña vampiro: Gabriel Medina, su director, fue el que nos metió en esto. Quiso que hiciéramos la música con Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. Y el año pasado -o el otro, no me acuerdo- hizo una miniserie de trece capítulos. Ahí hice toda la música yo, fue un montón. Le di como 75 tracks, una locura: fue un trabajo muy intenso porque me decía “para esto necesitamos esto, para esto otro, esto; acá todo esquizofrénico, acá una música perturbadora, acá algo romántico”. O había una escena en la que el padre de un personaje estaba escuchando música clásica y me pedía que hiciera algo con un piano. Entonces tuve que hacer un montón de cosas por primera vez, estuvo rebueno. La serie se llama Buenos Aires bajo el cielo de Orión. Todavía no me dijeron por dónde va a salir, va a estar en internet pero saldrá por algún canal de aire.

¿Ahora estás con algo?
Después de eso, Martín Piroyanski me pidió que hiciera un bolero para una película que se llama Abril en Nueva York y compuse la canción en base a lo que él me dijo. Y ahora estoy haciendo la música para una película que es medio para adolescentes, futbolera. Actúa el Ruso Verea.

¿Sos futbolero o nada que ver?
Ahora no, cuando era chico me gustaba, jugaba en Chacarita. Pero en un momento leí una entrevista a [Luis] Islas, el arquero de Independiente (yo era de Independiente) y le preguntaban qué opinaba de Deportivo Español, creo. Y al leerlo me di cuenta de que él no era hincha de Independiente, parecía que era de Deportivo Español. En mi inocencia, creía que los jugadores eran hinchas del cuadro en el que jugaban, entonces cuando me enteré de eso me enojé y dije “se van todos a la mierda los de Independiente, ¡que se vayan a cagar!” (Risas). Al mismo me tiempo me compraron una guitarra y empecé a tocar: chau fútbol. Bastante radical lo mío, podría volver a ver un partido de vez en cuando.

Igual para la película no era necesario que fueras fanático, va por otro lado.
Obvio. Flasheé porque está el Ruso Verea. Cuando empecé a tocar la guitarra tenía 11 años, él estaba en La Heavy Rock and Pop y era mi ídolo. Lo escuchaba todo el tiempo porque siempre conocía grupos nuevos y en esa época no había mucha data de metal, entonces para mí era sagrado: todas las noches (estaba a las 12, creo) cerraba la puerta de mi habitación y los ponía. O escuchaba Hermética, Sepultura, me encantaba eso. La cosa es que venía Sepultura a tocar acá, yo quería ir y mi vieja me dijo que no me iba a llevar: “si conseguís a alguien que te lleve, vas”. Justo vino una amiga de mi hermana a visitarla a casa -mi hermana es cuatro años más grande que yo-, y la piba cayó con el novio, que tenía una remera de Megadeth. Entonces yo le dije “ey, che, ¿cómo va, todo bien? ¿No querés llevarme a ver a Sepultura?” (Risas). Y el chabón me dijo que sí, así que fuimos. Cuando terminó el recital, la banda se fue antes de hacer los bises y yo me fui para el fondo a tomar un poco de aire. Llego al fondo y me dicen “che, ¡¿vos qué haces acá solo?!”. ¡Era el Ruso, mi ídolo! (Risas). “¡Eh, qué hacés Ruso!”, le dije, y el chabón me agarró y me sentó con ellos, estaba con otra gente de la radio o de grupos, no sé. Yo no lo podía creer. Estuve ahí, en las rodillas de este tipo…

¿Viste el resto del show con él?
No, cuando salieron a tocar lo empecé a patear como diciendo “bueno, bueno, arranca el recital”. Y él tiró “claro, cómo va a querer estar acá sentado en las rodillas de un viejo, quiere ir a ver el show. Este pibe va a ser rockero” (risas). Esa historia me quedó grabada y ahora que estoy con la peli, tengo que hacer la música emotiva de unas escenas en las que él está alentando a su equipo, me parece muy raro. Esta película es la ópera prima de Mariano Fernández y Gastón Girod, a ellos les conté la historia pero al Ruso no lo conocí (risas). Por suerte salen algunos trabajos así.

¿Y con Los Espíritus ya tienen material para otro disco, cierto?
Con Los Espíritus estamos a pleno, tenemos muchos temas. Calculo que vamos a grabar en abril, se va corriendo la fecha porque ya teníamos la lista y aparecieron un par de temas nuevos, míos y de Santi [Moraes], que cayó con dos o tres que están buenísimos. Entonces nos dijimos “estos temas tienen que estar sí o sí, ¿para qué vamos a ir a grabar ahora?”. ¡Espero que en algún momento dejemos de hacer canciones! (Risas).

Lo que decías de grabar todo en su momento para que no se terminen sumando cosas. Sino no terminás más, o cambia mucho lo que tenías en un principio.
Había una frase de Tom Waits que decía que las canciones eran “como llevar agua con las manos” al estudio porque si no las grabás rápido, cuando llegás no te queda nada de eso que tenías. Acá se tiene un concepto de las producciones más careta, un concepto del pop y de la música que para mí es aburridísimo, esa cosa de controlar todo: están todos obsesionados con lo profesional, lo que está bien y lo que está mal. Me parece que hay una especie de moral rockera que poco tiene que ver con el rock. Yo me siento mucho más identificado con el punk, aunque me guste hacer muchas baladas: me gusta la balada porque me parece que es algo que me sale naturalmente y no tengo historia con eso. Pero cualquier cosa que hago tiene una especie de raíz punk, aunque sean boleros. Porque la verdad… no tengo ganas de tocar punk (risas).

Es más un concepto que un género en tu caso.
Para mí es una ideología, me quedo con toda la parte de estilo de vida. Empecé a tocar en grupos a los 14 y recién me empezó a interesar lo que hacía a los veintipico, toda la otra etapa para mí era como ir con mis amigos y hacer quilombo. Como algunos se juntan y van a jugar al fútbol, a mí me gustaba ir y hacer canciones con dos o tres acordes (los que sabíamos). Después inicié una búsqueda personal, de hacer canciones que dijeran cosas que yo quería decir y que no siguieran los patrones de los géneros. Porque cada género tiene sus lógicas y sus morales: los heavys no van a hablar de cosas femeninas; los punks no van a decir que de vez en cuando toman Coca-Cola. Cada cual dice su chamuyo, y en realidad somos chabones que viven en una ciudad y hacen cosas bastante básicas y normales.

De hecho, está la anécdota de tu viejo cuando le llevaste tus primeras canciones, de viajes en el tren y demás…
Me dijo que yo era un derrotista (risas). Le dije “qué querés boludo, viajo en tren todos los días a trabajar a Florencio Varela, están todas las ventanas rotas, veo nenitos de cinco años sin ropa”. Para mí era muy chocante todo. De hecho, eso quedó en canciones que nunca se mostraron, un disco que se llama Vía Temperley que ni siquiera está subido a Bandcamp y que en las versiones que yo tengo algunos temas saltan porque se me rompieron los CD, y como había pasado el tiempo no me reconocía ni la voz. Nunca me dieron ganas de regrabarlo. Pero en ese momento yo estaba sorprendido porque pasaba de tocar punk a tocar con un tecladito de juguete -que era lo que había en mi casa- y una guitarra criolla, para no tocar la eléctrica y despertar a alguien a la noche.

¿Te grababas de noche mientras todos dormían?
Sí. Estaba contento porque iba a la escuela nocturna. Fui muy mal estudiante: hice turno mañana, turno tarde y turno noche (risas).

Y no quedaban más, si no hubieras ido al turno siguiente (más risas).
Claro. Entonces a lo último mi viejo me dijo “mirá, loco, tenés que trabajar y no vas a estar estirando esta cuestión de la secundaria”. Hice el último año en la nocturna, trabajando de día: ahí empecé a hacer esas canciones que se pegan más a todo lo que hago solista, lo que está en el Bandcamp. Mi viejo me pagaba 15 pesos por día, en ese momento era un montón porque la Quilmes salía 2 pesos y yo lo único que quería era comprar cerveza (risas). Vivía con mi vieja acá, mi viejo vivía en Berazategui y tenía la distribuidora mayorista en Varela. Les vendíamos a los buscas, a los repartidores, los que vendían en los trenes, los que se ponían un kiosquito… Ahí me empecé a curtir, porque acá era medio nene mimado y allá tenía que plantarme con tipos que no te querían pagar; todos quieren pasarte por encima. Pero aprendí mucho de la vida real.

Fueron dos revelaciones en simultáneo, la de esa vida real y la de las canciones.
Sí, fue así. Nunca quise ir a la secundaria, no me aportaba nada. Lo único bueno que me pasó fue tener a Mónica Melo, una profesora de literatura que nos hacía leer cosas alucinantes. A Charles Bukowski y más: Henry Miller, Raymond Carver, Ítalo Calvino, Antonio Tabucchi. Hacía cosas que estaban fuera de programa. Nos dio un fragmento de un poema de Bukowski pero como yo pegué una onda especial con ella y tenía un interés, me decía “de éste leé esto”, entonces yo iba y compraba los libros que me recomendaba. Me re abrió la cabeza. Y lo otro que pasó fue que ahí conocí a Santi, mi mejor amigo y con el que ahora hicimos Los Espíritus. Esto fue en el secundario de la tarde. Lo mejor fue el turno noche, un nivel de impunidad absoluta: eran todos chorros, barrabravas (risas). Había gente grande, me hice amigas que tenían 50 años, era muy divertido. Me quedaron algunas materias colgadas de ahí, igual nunca necesité el título secundario porque sabía que no quería estudiar ninguna carrera.

Sin embargo estudiaste música, después.
Gracias a mi viejo, estuvo buenísimo porque cuando estudié música me cambió la cabeza. Iba a la Escuela Popular de Música del SADEM. Fui dos años, hasta que una semana me pudrí de todos los profesores, tuve varios desencuentros y me fui. Pero me gustó porque rompió esa fantasía de los géneros, empecé a entender la composición y a darme cuenta de que había canciones de grupos punk y de los Beatles que tenían los mismos acordes, las mismas cadencias; me di cuenta de que en el folclore y en el rock había estructuras que eran las mismas, aunque después haya arreglos o instrumentos que van en uno y no en el otro. También descubrí el tango, el jazz -a Django Reinhardt, a Oscar Alemán-, y todo eso me abrió la cabeza, me abrió una puerta gigante. Y destrozó todos esos mitos con los que justificaba los gustos que tenía, que eran simplemente gustos. En ese momento, capaz leía que Lou Reed y los de la Velvet Underground no sabían nada y decía “entonces yo tampoco tengo que saber nada”.

Además eso es mentira. John Cale, por ejemplo, estudió música y tocó con músicos minimalistas como La Monte Young.
Y además es una estupidez. A los periodistas les gusta escribir ese tipo de cosas, crean realidades a partir de eso… y crean generaciones de forros que no saben tocar una mierda (se va tentando hasta no poder hablar más). ¡Entre los cuales estoy yo! (Carcajadas). Cuando estudié me rompieron un poco ese mito y, más importante que eso, me di cuenta de que no sabía nada de música: no sabía cómo estaban hechas las escalas; no sabía quién era Bach; no sabía que además de las 12 notas que usamos en Occidente podía haber muchísimas notas más, que entre Do y Do sostenido también hay un montón de notas. Cuando empezás a darte cuenta de eso no hay mucha diferencia entre Madonna y Megadeth (risas). Las reglas son las mismas, las podés combinar para el lado que vos quieras pero lo más importante de todo es lo que vos querés decir. Ésa es la gracia: decir lo que vos realmente tengas ganas porque es un sentimiento tuyo que no podés dejar afuera de eso que considerás “tu obra”. Estudié dos años nomás, ojo.

Dos años es un montón, se puede aprender mucho.
Sí, entendí de qué se trataba la cosa. No es lo mismo agarrar la guitarra y sentir que estás perdido adentro del instrumento, que decir “bueno, yo agarro este acorde y a partir de este acorde puedo ir para allá”. No sabía las relaciones, ahora es lo que más me gusta. Cuando me puse a sacar “El día que me quieras” -siempre me gustó- vi la cadencia de acordes y la letra que le pusieron y es una animalada; si escuchás las versiones originales y cómo están grabadas, es tremendo.
Igual hay otro síndrome de los músicos: hace poco vi un video de una cantante, no me acuerdo quién era, que arrancaba con solos de todos los músicos. Solo de violín, después de bandoneón, después de piano y recién ahí cantaba ella. ¿Quién quiere escuchar un solo de todos esos salames porque estudiaron en no sé dónde? ¡Respetá la puta canción! (Risas). En ese sentido sí entiendo eso de decir “no aprendas de más”, aunque no creo que sea gente que aprendió de más: son sesionistas. Hay tipos que, como son buenos lectores de partituras, los llaman sobre la hora. Los contratan y tocan. Me parece que subestiman las obras que están tocando y lo que sale es una poronga total que les da de comer. Todo bien, pero estás tocando una canción que hizo un chabón... En ese sentido prefiero a tres pibes tocando la música más desorganizada y caótica pero que la están pasando bien, que esos súpervirtuosos. Son peores, porque si se supone que sabés tanto y no te preocupa lo que estás haciendo…

Significa que en realidad no sabés nada.
Mientras más sabés, más responsabilidad tenés. Y hay un montón de esos, están siempre en el ámbito del jazz, del tango. Cuando empecé a estudiar me dio curiosidad ese ámbito, pero son lugares donde la cerveza está más cara, donde toda la gente está repaqueta, donde no pasa absolutamente nada. Me siento mucho más identificado en el ambiente del rock, más afín. Aunque ahora eso está cambiando por suerte, hay lugares donde tocan bandas de jazz y no está esa frivolidad. Es que si lo pensás ¡en el jazz son todos una manga de drogadictos, de heroinómanos! ¡Son peores que los rockeros! (Risas). Ves a los músicos serios de jazz y pensás en los que lo inventaron, eran todos negros que se iban de joda y se la pasaban tocando de bar en bar, tenían una vida súper bohemia y nocturna. Por supuesto que estudiaban y se dedicaban a su instrumento, pero por una pasión.

No para demostrar.
Es que la música es para adentro, no es para afuera. Las armas son para afuera, los instrumentos son para uno mismo: lo hacés porque te gusta. Si lo transformás en un trabajo sin agregarle esa parte fundamental… Otra de las cosas que me enseñó Mónica Melo y me quedó grabada desde esa época fue sobre el trabajo: nos mostró una foto de un tipo que había ganado el Premio Pulitzer. La foto era de un nenito que detrás tenía a un animal que parecía que se lo estaba por comer; el pibito ya estaba desnutrido. Nos contó que el tipo ganó el premio y al tiempo se suicidó: se sintió culpable por estar haciendo una carrera con algo así, porque el pibe se murió de verdad y él sintió que debería haberlo ayudado [Nota: la historia es la de Kevin Carter, fotógrafo sudafricano que ganó el Pulitzer en 1994 por su foto La niña y el buitre. Kong Nyong, el nene sudanés que aparece en la foto, murió en 2007. Sin embargo, en aquel entonces muchos medios lo dieron por muerto y criticaron a Carter por no rescatarlo]. A raíz de eso, Mónica nos pregunto qué era para nosotros el trabajo: ¿un trabajo es algo por lo que te pagan; o es algo que vos viniste a hacer a este planeta? Nos hacía esta pregunta porque éramos adolescentes y nadie te hace esas preguntas a esa edad, te subestiman. Ella te preguntaba eso y ya no pensabas “ay, quiero ser cajero”, “quiero ser doctor para ganar un montón de plata” (risas).

En ese entonces ya tocabas.
Sí, ahí ya tenía dieciséis o diecisiete años. Ya sabía lo que quería hacer pero me flasheó que la palabra “trabajo”, siempre relacionada al dinero y a enriquecerse, de pronto fuera algo nutritivo que podía servir también para ayudar a los demás. Que sea tu función, qué es lo que vos podés dar. Más allá de lo que te decía antes -que la música es para uno- también tiene esas consecuencias. Me pasa cuando veo una película y están descuartizando a una persona con una sierra eléctrica durante media hora... ¿Cuál es el propósito de mostrarle eso a este mundo? Ya tiene eso fuera de la pantalla todo el tiempo. Es jodido, hay muchos dilemas dentro del arte, porque tampoco podés estar pensando todo el tiempo en qué cosas no decir para no ofender. Eso ya sería una locura.

Y a la vez está la supervivencia. Vos ahora tenés una hija y de alguna manera sabés que tenés que trabajar para ella... Se sabe de músicos que dan un giro a su carrera porque les empieza a ir bien y pasan de tener cierta búsqueda a quedarse en un lugar seguro.
Eso es un bajón, pero hay cosas en las que vos ponés la firma y cosas en las que no. Nunca les diría a Los Espíritus “che, hagamos esta canción porque me parece que va a pegar” si es un tema que no me gusta. Eso no tiene cabida dentro de la propuesta del grupo. Pero si me pagaran por componerle un hit a otro tipo, para que lo cante él, capaz me resultaría muy gracioso (se ríe). No creo que nadie me pague para que yo haga eso porque las casas las construyo todas torcidas (risas). Pero si me hicieran la propuesta, haría unas letras... Sería un desafío bastante bueno, me gustaría hacer música para cajeras que tuviera alguna especie de contenido. Igual hay bastante de eso y la gente agarra lo que quiere.

En una nota te preguntaron qué talento desearías tener y contestaste “Estaría bueno aprender a cantar algún día”. ¿Por qué? ¿Tiene que ver con encontrar una voz propia o con una cuestión más técnica? Pareciera que ya encontraste tu voz.
Sí, es verdad... Pero yo no me considero un buen cantante ni en pedo, estoy lejos de serlo. Fue un poco en chiste, lo que importa en realidad es poder hacer que esa letra que escribiste, que la forma en la que pronuncies, haga que las palabras suenen. Y eso, cuando escucho las grabaciones de Los Espíritus, de Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, creo que está bien hecho. El asunto es que no pego una nota (risas). En las partes en las que hay que hacer ciertos arreglos vocales, te la debo (más risas).

¿Te gustaría mejorar en cuanto a la técnica?
Sí, mínimamente, para no estar tan al límite. Es algo a lo que me cuesta darle importancia, estoy acá en casa tocando la guitarra todo el día, pero sólo canto cuando ensayo y cuando toco. Es muy raro que cante, como viví mucho en departamentos… recién ahora me estoy soltando un poco.

También insistís en no repetirte y tratar de evitar tus propios lugares comunes. ¿Por eso el nuevo proyecto?
Claro, por eso mismo estamos buscando esta formación para después poder decir lo que queramos decir con un sonido en particular. Con Los Espíritus, después de tanto tocar ya tenemos una idea de cuál es el sonido; con este grupo la idea es generar otro clima para desarrollar otro tipo de lírica. Ojo, eso también corre para Los Espíritus: el segundo disco va a ser distinto al primero, van saliendo cosas nuevas y van virando para algún lugar en particular, sólo que podés imaginar por la forma de tocar de cada uno cómo van a darse ciertas cosas, aunque la base de la canción esté yendo para otros lados. Por suerte, somos todos muy abiertos a recibir lo que se trae.


[Publicado en indieHearts el 13 de febrero de 2015]