lunes, 26 de noviembre de 2012

Se buscan

Los mejores discos del año 2012.
Tiren ideas, en especial para el plano internacional.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sábados de Superación



“Quiero caminar con vos, 
y llenarme los ojos de sueños de homeless que sólo saben cantar, que vivirán”.

Esta frase se repite en el estribillo de Los chicos de Orense, la tercera canción de Todos los sábados del mundo, uno de los (tantos) magníficos discos que han aparecido dentro del amplio panorama under local en este 2012 que comienza a saludar su retirada. Las primeras veces que escuché el tema en cuestión no reparé en esta porción del texto, que define a la perfección el estado natural –así suena– de un disco y una banda en plenitud. ¿Será la juventud, serán las ganas, será que el 8N y la lluvia no nos pueden pasar por arriba, serán las drogas, será la joda, será la perdición, será que cuando las canciones te salen derechitas no hay manera de no sonar así? No lo sé, pero todo fluye, quizá gracias a ese estado loser consciente (“yo juego al perdedor porque al fin, sé que ganaremos los dos”) de Valentín y Los Volcanes. De ellos hablamos, platenses desprolijos –como buenos platenses– que esta vez se peinaron un poco y vistieron mejor para la foto.

Y sí. Puede ser la esperanza típica de un joven con gracia, o la (odio esta palabra pero la voy a usar igual) desfachatez de un grupo que arrima como promesa del rock cancionero, la que nos ofrezca versos épicos en los que un grupo marginado por la sociedad canta (maravilloso gesto, mejor imagen: muchos homeless cantando) y luego afirma su resistencia (el "que vivirán"; los primeros estribillos no resuelven ese final). Lo mejor de todo esto es que la foto está en las retinas del protagonista: llena sus ojos de sueños desesperados, sueños que en realidad se relacionan con un amor. Esto funciona bien.

***

Utilizo la cita como un extracto de la relevancia textual y musical omnipresente en Todos los sábados del mundo. Canciones sueltas y bien resueltas, los trece temas del álbum son pequeños objetivos cumplidos de tres minutos y medio. No hay un solo momento flojo. El contenido letrístico, queda claro, es más que original: busca y encuentra buenas, nuevas y breves formas de decir, a veces por medio de la repetición (la tautologiquísima No veo la hora de ver la hora parece insoportable a primera escucha y luego se revela excelente) y siempre con buenas resoluciones, mediante imágenes logradas e ingeniosas o descripciones lo suficientemente enigmáticas como para atraer la atención del escuchante.

Musicalmente, como esbozaba con anterioridad, Los Volcanes han terminado de pulir su sonido y así favorecen las cualidades de sus melodías que, como ejercicios bien resueltos, cuentan con estribillos infalibles. Los teclados se tornan un ingrediente fundamental a la hora de matizar y embellecer la forma, tanto en las partes cantadas como en los pasajes instrumentales, a la vez que la voz de Jo Goyeneche (garganta sin arena) se acopla al sonido hi-fi y sabe cuando arrastrarse y cuando flotar.
El curso del álbum es tan redondo que hasta da satisfacción ir descubriendo los también originales nombres de los temas, tan buenos como las piezas mismas: Si Ud. fuera la muerte, La maravillosa muerte de alguien más, Pequeña Napoleón (tres hits si Los Volcanes fueran un grupo con chapa y radio).

No digan que no les avisé: aquí está uno de los mejores discos independientes de los últimos días. Pueden escucharlo desde el Bandcamp del grupo y comprobar la buena salud de la canción nacional: los días felices quizá sí estén hechos para nosotros.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Un acto de amor. "Hay otra canción"

 
 "No entiendo por qué la gente se asusta de las nuevas ideas. A mí me asustan las viejas". 
John Cage.

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El pasado jueves, el Teatro Coliseo fue testigo de un evento musical tan único como necesario, emotivo para el público y para los muchísimos músicos que salieron a escena. Un evento de esos que hacen falta porque nutren, porque son necesarios para refrescar los rostros. Porque lisa, llana y elementalmente, hacen bien. Siete solistas de la escena cancionística independiente se juntan con una orquesta imponente, dirigida por un pibe de veintisiete años, con un pianista de lujo que arregla los temas de esos siete muchachos para que los 60 orfebres que componen el combo retrabajen la obra. A todo eso le sumamos miles de invitados, de los estelares y de los ignotos, todos ubicados en una misma posición, todos colaboradores de igual importancia.

El párrafo de arriba sirve como una vaga definición de lo que fue Hay otra canción - Un concierto sinfónico, de seguro la presentación cumbre de esos siete solistas que decidieron juntarse y mostrarnos que por debajo de las superficies hay un mundo noble, diverso, cálido, fuerte, mestizo, lumínico, denso, gracioso, analgésico, folclórico, juguetón, inquieto, desprejuiciado, arrabalero y sofisticado. Así son las canciones de -vamos a mencionarlos por orden de aparición en escena el jueves pasado- Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Pablo Grinjot, Alvy Singer, Nacho Rodríguez, Alfonso Barbieri y Pablo Dacal. Y así se desarrolló el espectáculo que brindaron por separado y juntos, con la orquesta, con sus grupos y con sus invitados.


La del 25 de octubre fue una noche -vaya mes para utilizar esta palabra- de lealtad. La decisión de sumar a la Orquesta Académica de Buenos Aires le daba el halo de misterio necesario a la presentación. ¿Cómo iban a quedar esas canciones con tal decorado? ¿Cuán necesaria era esa intervención multitudinaria? ¿Era un gesto elitista o una búsqueda sonora entendible, un juego y un desafío más? El conjunto de preguntas podía funcionar en la previa, pero las incógnitas se despejarían una y cada una desde el instante en que el telón cedió y sonó esa manada de músicos desplegando delicadeza por los aires.

La envolvente que generan tímbricamente los instrumentos de una orquesta suele llevarnos a una emoción que podemos sentir en el cuerpo, un arrullo interno que incluso guía -por su fuerza, por la confusión que genera, por su dulzura, por lo que sea- al llanto. Nunca había escuchado in situ una orquesta -era una experiencia nueva- y la magnitud de su sonido, esa magnitud de cine, tan precisa y homogénea, tan armoniosa, tan (sí) dulce, me generó eso. Las dos damas que me acompañaron sintieron lo mismo, y apuesto que esa sensación atravesó a casi todos los presentes que llenaron el teatro.

Sí, Hay otra canción colmó el Coliseo. Ya les dije en el título: fue un acto de amor, de allá hacia acá y viceversa. De las dos partes: de amor a la música.


La estructura del show tuvo un desarrollo acorde a su magnitud. Ameno y extenso, el concierto se dividió en tres partes. La primera de ellas consistió en una canción per capita, en el orden ya citado arriba. Cada uno de los siete autores acompañados por la orquesta, dirigida por Carlos David Jaimes y capitaneada por el maestro Nico Posse al piano. En el comienzo se notó la conjugación de emoción y nerviosismo en los cantores: Tomi no se podía contener -tuvo la valentía de ser el primero-; a Mantel se le desenchufó la guitarra por darse vuelta a ver la orquesta; Grinjot parecía al borde del llanto; Nacho Rodríguez estaba impávido, sencillamente paralizado. Daban ternuna. El compañero Alfonso Barbieri entró haciendo la V, parado como un Richards vernáculo, por lejos el más distendido; Dacal también parecía en su salsa y la dylaneó con soltura.

Luego, los Muchachos Cancionistas procedieron -manteniendo el orden, sí-, a sets personales de tres canciones: un tema con la orquesta y otros dos con sus grupos y/o invitados. Ellos mismos se entrecruzaban en los temas de otros, set a set. Así, fue desfilando por la pasarela una cantidad de invitados tremebunda. Anoten: Fito Páez -cabe destacar el apoyo constante de un tipo con tanta fama y prestigio a proyectos como éste, algo que viene sucediendo hace años-, Palo Pandolfo, Sebastian Rubin, Juanito el Cantor, Fernando Cabrera, Liliana Vitale, María Ezquiaga, Onda Vaga, Manuel Onis, Pat Morita -actriz estelar-, Fernando Isella, y muchísimos colegas más (perdón si no los nombro a todos, estoy ejercitando mi frágil memoria).

La tercera parte(cita) fue el cierre, claro. Páez, la Orquesta y los Siete. No podía no ser notable: el septeto a los saltos de alegría, al frente; Fito precediendo la tocada con un discurso salpicado de emoción verdadera, sabiendo que lo que sucedía en ese instante era lo que debía suceder en el mundo; la Orquesta Académica de Buenos Aires siendo ovacionada una y otra vez; el público estallando con Hay otra canción, la composición de Spinetta y Páez que ofició de título para esa noche única (literalmente: dicen que no volverá a suceder. Deberían recapacitarlo). Todos esos flashes y la confirmación de que hay una camada de músicos -los que estuvieron aquí presentes y otros tantos más- que continúa en la búsqueda de senderos que culminen en la belleza de una buena canción. Por suerte, hay un público ávido de encontrarse con ellas y, como cantó Nacho en su primera intervención: la música está acá.

Salud, cantores.


[Las fotos que acompañan este texto las tomó Pablo Potapczuk y las cedió gentilmente para este espacio].