viernes, 5 de octubre de 2012

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Se cumple medio siglo de Beatles y aunque suene tonto y obvio decirlo, es raro imaginar un mundo sin ellos, ¿cierto? Y no me refiero a un mundo sin ellos como personalidades destacadas de la cultura o el espectáculo. Digo, un mundo que no sepa o haya sabido quién es el Rebelde John Winston Lennon, un mundo sin el Diplomático y Multifacético Señor Paul McCartney, sin el Tímido Harrison ni el Eternamente Joven y Simpático Ringo Starr... podría haber existido. Lo que suena inconcebible es un mundo sin su música, sola e intangible, simple pero imposible, perla perfecta.

Sus canciones, imperecederas, generaron tal revolución -sí, otra palabra que describa mejor lo que los sucedió no hay- que parecen haber estado allí siempre, en nuestros oídos, nuestro inconsciente, nuestra memoria. Para mi generación en particular siempre estuvieron literalmente ahí, pues existimos después de ellos y nunca sabremos del todo qué pasó con su llegada, el arribo al mundo de esos cuatro marcianos con casco y traje. (Siempre llegamos tarde).

El arribo beatle a los oídos del mundo se dio con Love me do: los tres acordes mayores de una escala en su versión más llana, esos que están en toda canción pop de fuerza (uno-cuatro-cinco); a los que suman -exageremos- una letra simplona que repite y repite la palabra más mencionada en la historia de la música popular cantada en el siglo XX y lo que va del XXI: amor. Algo así como una muestra gratis de lo que vendría: con los elementos que venían explotando otros colegas, ellos dinamitaron un mundo que se pintaba bastante gris. Y fue la primera patada de muchas (no hace falta contarles las medallas a esta altura).

Agradezcamos, entonces, haberles pasado de cerca: hay gentes, cosas, momentos, lugares, que no vuelven a pasar más y a la vez quedan para siempre. La música de los Beatles es una de esas magias, seguro.

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