miércoles, 24 de junio de 2009

Morphine en oraciones vagas

- Morphine fue un grupo estadounidense de ¿rock?, sin guitarras.
- Morphine fue un trío (cuarteto) poco común: batería, bajo (casi siempre, sólo las dos cuerdas de arriba, las más graves) y saxo... a veces doble.
- Morphine tiene el nombre perfecto para una banda como Morphine.
- Morphine sacó un disco en 1993 -Cure for pain, como dice arriba- que es sencillamente una hermosura. Tienen cuatro más.
- Morphine me pone los pelos de punta con Cure for pain -la canción- y con In spite of me, digna del Lou Reed más tétrico y hermoso.
- Morphine tenía un cantante con nombre de asesino serial, Mark Sandman, que daba escalofríos con su susurro barítono.
- Morphine dio su último show en Italia, y fue lo último que hizo don Sandman en su vida... porque murió arriba del escenario.
- Morphine no es una banda recordada por muchos, lamentablemente.
- Morphine le hizo una fea portada a un disco tan hermoso como este.
- Morphine era sensual, era tierno, era violento, era funk, era jazz, era punk, era placer, era lo que quieras, era lo que sea.
- Morphine era una banda de la puta madre.
- Morphine... si no los escuchaste, no sé qué esperás.











(Cortito y al pie, venía escribiendo mucho...).

lunes, 15 de junio de 2009

Wilco y su canción en la década de la nada

El 30 de noviembre de 2007, hace menos de 2 años, escribí esto: "Ya termina otra década. A la hora de sacar balances musicales, y pensar por qué se caracteriza, lo primero que se me ocurre es... por las vueltas. Vueltas a un sonido retro y retornos de bandas muertas hace tiempo ya, pero que dejaron un legado que ningún otro grupo de 2000 para acá pudo hacer olvidar (aquí, allá y en todas partes)".

Desde ese momento para acá, terminé de confirmar un par de sospechas. La primera es que, en definitiva, la década '00 es la década de la nada y la vuelta atrás. La segunda es una desconfirmación de lo dicho aquella vez. Porque cambio mi elegido en estos años...

Ahora son los chicos de Wilco. Incluso siendo un grupo bastante clásico en sus formas, aunque inquieto estilísticamente, son quienes más han hecho por las canciones en estos años poco rutilantes: magníficos y sutiles, chiquititos y grandilocuentes, épicos y acústicos... Para colmo comandados por un geniecillo que hace de su migraña crónica algo bello (canciones), un duende que es hijo vocal de Neil Young y John Lennon y que forma parte del under yanqui hace ya muchos años (desde su proyecto anterior, Uncle Tupelo) . Jeff Tweedy, de él hablo, es probablemente uno de los autores clave de estos años. Un sensible de la vida, mas no un emo; un compositor taciturno pero no débil ni edulcorado. En síntesis: un arquitecto de los tres minutos perfectos.
En su misión, por supuesto, siempre buscó estar bien rodeado. Por eso Wilco es una finísima banda, un conjunto, y si bien es Tweedy el cerebro compositivo, encuentra en los demás no un grupo de apoyo, sino una banda que le da a cada canción un aura único: entre el fino clasicismo y el toque alternativo necesario.

Pues bien, toda esta parrafada elogiosa no viene porque sí. Por estos días sale un nuevo disco de los muchachos de Chicago -que hace tiempo está en la web y tiene de portada esa insólita imagen de arriba- y es otra obra maestra de la canción. Wilco (the album) nos ofrece once momentos para agradecer con un play casi todos los días: Wilco the song y un rockito de distorsión hasta ahí, ideal para arrancar; Deeper down y la canción enigmática, con el siempre invalorable y necesario aporte de esa bestia llamada Nels Cline en las seis cuerdas; One wing y los acordes perfectos y glamorosos de séptima mayor, una armonía increíble y una melodía mejor; Bull black nova y Velvet Underground se cruza con los Beatles de Come together, para generar una tensión digna de melodrama... Y llega la canción perfecta, cuando se acaban los adjetivos y no hay descripción que valga. Para You and I, donde la voz de don Tweedy cede alguna estrofa para la bella, bellísima (voz de) Feist, el disco llega a un nivel de impecabilidad que, casi, perturba. Y por supuesto, emociona.
¿Y después? Después siguen las canciones notables, algunas alegremente otoñales (I'll fight), otras cuasi fiesteras (Sunny feeling, You never know), y por supuesto, los infaltables bajonazos épicos marca Wilco, esos temitas que parece que te conducen al suicidio y terminan dibujando una sonrisa en tu cara sin que te des cuenta de ello (Solitaire, y el final con Everlasting).

Sólo queda rezar -aunque no seas religioso, si te gustan rezás igual- para que a algún loco se les ocurra traerlos a Argentina, cosa que se rumoreó el año pasado y quedó en la nada. Para así confirmar que Wilco, sobre las tablas, también es lo mejor que uno puede ver en vivo... Porque en los discos ya demostraron que no hay mejor banda sonora en estos días que sus canciones: lánguidas e impalpables. (Ah, ¿todavía no los escuchaste? No tenés perdón de Dios, entonces. Creas o no en Él).

martes, 2 de junio de 2009

Los Piojos y mi defensa personal definitiva

Los Piojos se despidieron el sábado, y algo tenía que comentar.
Partamos de una base: tengo 23 años y desde los 13 que escucho a la banda. Me atrevería a decir que son el único grupo que escuchaba a esa edad y que hoy sigo escuchando. Desde ese momento hasta hoy, mis espectros musicales se ampliaron -mucho, muchísimo- pero ellos siguieron ahí.
Hago esto porque me causa gracia el ensañamiento que suele haber con Los Piojos por parte de un público rockero que suele ser muchas veces prejuicioso, otras tantas elitista y, casi siempre, desinformado. Los Piojos fueron una banda que dividió aguas: a poca gente le dan igual.
A mí no, está claro. Es más: me parece que fueron la mejor banda de su generación, al menos de las que llegaron. Su estilo clásico pero con elementos originales -mezclaron muy bien el rock con la música rioplatense- dio forma a muchas canciones notables, en diferentes marcos musicales que se fueron ampliando con el tiempo, convirtiéndolos en una banda ecléctica como pocas: rock and roll, rock de aires más punk, murga, baladas (con sabor candombero infalible o no, cosa que también aplicaron en sus rocandombes), aproximaciones al tango y el folclore argentinos, funk, reggae y, en los últimos tiempos, algunos roces con la electrónica.

Desde la partida de Dani Buira como baterista, la banda tomó otros rumbos y cambió su esencia rioplatense por un sonido más power. Por lo general, el desencanto de muchos fue de la mano con esa época final, la que engloba sus últimos tres discos de estudio (Verde paisaje del infierno, Máquina de sangre y Civilización). A mí me parece que cuentan con una discografía irreprochable, con puntos altos y otros no tanto, pero sin discos malos: siempre aprobaron.

Creo que el aspecto más elogiable de Los Piojos se encuentra en el show en vivo. Mi suegro, que anda por los cincuenta y pico, me decía el sábado que nunca vio algo así con un grupo de rock: el gancho con la gente, su inmensa popularidad, es algo inexplicable y lógico a la vez. Con un frontman como Andrés Ciro Martínez no podía ser de otra manera. Carismático, con gracia, muchas veces tribunero -ojo: los mismos que le critican eso lo aplauden en bandas extranjeras o en bandas nacionales que fingen lo opuesto, por lo general con un nivel de pose insoportable-, Martínez es, además de un buen cantante menospreciado, uno de los tipos con más presencia escénica que he visto sobre las tablas: logra que todos lo miren a él, de ahí el chiste de que Los Piojos eran Ciro y cuatro músicos sesionistas (cosa que, dicen, era bastante así en el último tiempo, yo no me atrevo a opinar sin información de primera mano, aunque puede ser). Lo importante de toda la cuestión es que siempre brindaron shows en vivo donde pocos en el público se quedaban quietos: Los Piojos contagiaban a cualquiera. Siempre sonaron bien y se preocuparon por brindar un buen espectáculo en cuestiones ajenas a esos tipos tocando arriba del escenario, por lo que su show visual también logró ser en muchas ocasiones imponente, casi de nivel internacional.

Entonces, ¿cuál fue el karma de Los Piojos? Además de contar con un par de hits torpes, cosa que pasa con todas las bandas (por eso siempre creí que para criticar a un grupo es un deber escuchar sus discos), cargaron toda su carrera con el peso de ser una de las bandas estandartes del rock chabón o barrial, un título inventado por no sé quién, sólo con fines denigrantes. Fueron una banda surgida de un barrio, sí, como Almendra y Manal lo fueron… ¿Y? No encuentro mucho sentido en ello. Sí puedo apreciar más aquel mote en un grupo como La Renga, que habla de haber transitado toda la vida las mismas calles, y no está mal. De ahí al desprecio con el que se suele utilizar el término hay un trecho bastante grande.
Algunos, cerca del colmo de la estupidez, se atrevieron a decir que el grupo representó al menemismo en el rock, algo más inexplicable aún.

En fin: la banda surgida en un barrio se transformó en un grupo de estadio, sin vergüenza, con pergaminos y haciendo lo que querían, con el cartelito de independiente llevado con orgullo (y un sello discográfico que incluso de jacta de editar artistas de renombre como Manu Chao). Su partida, guste o no, deja un hueco en el rock argentino: los grandes estadios van a extrañar como resonaban esas melodías dignas de sus estructuras.