miércoles, 25 de junio de 2008

20

Veinte años. Esa edad tenía Paul Weller cuando llevó a cabo una de las mejores y más ambiciosas obras del rock de fines de los setenta en Gran Bretaña. Se suele creer que la ambición musical está en la pomposidad pero el caso de él demuestra todo lo contrario: revisitó -y revistió- el mod desde los años del punk y para All mod cons, disco del que estoy hablando -el que sepa inglés, lea: “The lyrics of the song All mod cons features Weller attacking the fact that many of the benefits of fame fall with a lack of commercial success (something he suffered when the Jam's second album This is the modern world failed to be as commercially success as their debut). The lyrics criticize fickle people who attach themselves to people who enjoy success and leave them once that is over. The phrase "all mod cons", short for "all modern conveniences", is a British idiom one might find in housing advertisements. The title is a play on the word mod, in reference to the band being part of the mod revival”-, le agregó a The Jam una dosis de pop clásico británico que no había aparecido en sus dos muestras anteriores.
Veinte años. Y acá se dice que veinte años no son nada. Y el noventa por ciento de los referentes rockeros argentinos tiene el doble de edad. ¡Algunos el triple!

La cosa es simple: Weller, empujado por la ola del punk, se subió a ella por una cuestión generacional, para luego abrirse y abrirla a otros horizontes. En el año del despegue y el quilombo, los Jam editaron dos discos, cercanos a lo que sonaba por todos lados. Aunque se notaba que ahí había otro germen. Este tercer disco fue la confirmación: el homenaje a los Kinks fue una reverencia poco común dentro de la escena a la que pertenecían, anti-dinosaurios. English rose, una de las canciones de amor más perfectas que he escuchado, mostró que ellos no eran un guitarrazo y ya. O sea: no eran los Sex Pistols. Había actitud, pero también algo de fondo: músicos. The Jam lejos estaba de ser Weller a la deriva con dos sesionistas. Quién pudiera tener el bajo de Bruce Foxton en su sala de ensayo, y el esquizo ritmo de Rick Buckler.
La pertenencia punk de esta gran banda, creo, tiene más que ver con una cuestión generacional y actitudinal de sus comienzos: como todo grupo importante, The Jam trascendió el género. Los Ramones, por ejemplo, desarrollaron durante toda su vida musical un estilo con pocas variantes, siempre cercano a su origen. Otros, como Clash y Jam, se fueron despegando. Por eso, los doce componentes de All mod cons conforman un ideal equilibrio entre la bella sonoridad de melodías tranquilas, la velocidad traducida a temas cortos y furibundos -quizá el rasgo que mantiene dentro de disco punk a un álbum que excede notoriamente ese mote pequeño- y canciones indestructibles como la citada English rose, Fly o In the crowd. Y el tipo tenía veinte años.

Pinchen si no probaron esto todavía.

martes, 10 de junio de 2008

Primeras impresiones de un tipo triste

No sé si será por el frío reinante en Buenos Aires -con el comedor de casa como epicentro, claro, o al menos eso piensa mi flaco esqueleto- pero nunca me había pasado que la primera vez que escucho un disco se me ponga la piel de gallina. Recién ahora llego al mundo Leonard Cohen y me arrepiento de haberlo hecho tan tarde.
Aunque más vale tarde que nunca, dicen, y esto lo demuestra perfecto.
Llegué a Songs of Leonard Cohen medio de casualidad: revolviendo en Musimundo encontré un par de discos del hombre en cuestión, y me acordé de que todavía no tenía nada, ni en mp3. Como no tenía la más mínima idea respecto de su discografía, no supe si era uno de grandes éxitos o no (el nombre sembraba la duda). Me gustó la tapa, eso sí. Pero aquel día me olvidé de buscar para ver de qué época era el álbum. Otro día, de vuelta hurgando, lo volví a ver. Ahí sí recurrí a mi regreso a San Google, y me encontré con que era su primer registro, de hace nada menos que 41 años. Leí un poco su biografía y bajé el disco -también Songs from a room y Songs of love and hate, los que le siguen- que quedó colgado en Mi música un par de semanas hasta hace un rato.
La primera impresión que tengo de Cohen me hace pensar en él como la mezcla en partes perfectas entre Bob Dylan y Lou Reed. Ni hablar que uno no se puede guiar por primeras impresiones -o sea, no lo hagan si es que no tienen noción de él- pero es lo primero que me surgió cuando lo escuché cantar: esa voz grave y triste, tan Reed que asusta. No sé si uno copió al otro ni me interesa, adoro esa forma de narrar las canciones, entre el desgano y la melodía. Lo de Dylan quizá vaya más por el lado musical, cercano al Zimmerman más triste y desértico. No hablo de las letras porque todavía no me sumergí en ellas, ahí no puedo comparar.
Podría esperar para hacer un análisis -supuestamente- más profundo del disco y de Cohen en general, pero si un disco te da escalofríos la primera vez que lo escuchás... supongo que tiene que estar bien. Hagan su propia crítica, y de paso me pueden contar si alguna vez les pasó eso. La verdad que está buenísimo.

lunes, 2 de junio de 2008

Observaciones por decantación de cuatro fantásticos

- Cuando un grupo deja a la posteridad una obra excelsa en un período tan breve, suele suceder algo más que particular: todos sus discos son buenísimos y cuesta elegir uno.
- Seru Giran fue uno de esos grupos: sacó cinco discos en igual cantidad de años de vida -uno en vivo- y se me hace imposible decidirme por el mejor.
- Nunca me gustó la calificación de Beatles criollos que les encajaron, no termino de comprenderla del todo. A pesar de algunas similitudes -dos cantantes, a la vez compositores; y la obviedad de que ambas bandas estaban compuestas por cuatro integrantes- nadie puede ser comparado a los cuatro de Liverpool. Quizá sea eso.
- Siempre es bueno volver a Charly. Más allá de que a veces me ofenda o entristezca su presente, repasar sus discos de estas épocas te hace acordar por qué es quien es. Su legado musical ya está, lo que el tipo deja para nuestros oídos es por demás suficiente y no deberíamos exigirle algo que probablemente ya no pueda dar.
- No sé cuántos grupos hubo en Argentina con cuatro músicos tan buenos...
- Recuerdo una aparición televisiva de Pappo -en el programa Tiene la palabra del canal que desinforma- en la que se refirió a los Sui Generis como “un idiota con una flautita y otro con una guitarrita”. Pero cuando lo escuché hablar de Seru Giran, dijo “buena música... pero no rock”.
- Qué gracioso que era Pappo cuando determinaba qué era rock y qué no (acá me fui de tema, perdón).
- El estilo de David Lebón -para cantar, me refiero- es tan irritante... que lo amás. Prueben con Parado en el medio de la vida o San Francisco y el lobo.
- Las portadas de sus discos son horribles. Aunque la de La grasa de las capitales es ironía pura y con eso basta.
- Sus temas instrumentales matan.
- Lástima que nunca sacaron un disco entero dedicado a eso.
- Aquellos destellos de humor genial en las canciones de Charly de los ’80… ¡desaparecieron hace rato!
- Peperina, su último disco de estudio -olvidemos piadosa y necesariamente el registro discográfico del regreso noventero- tiene dos canciones que (me) matan: si alguien me pidiese un breve compilado de García entrarían seguro. Me refiero a Llorando en el espejo y Cinema verité...
- La frialdad de Llorando... es criminal. Su letra, su armonía, el estribillo cantado que no se repite, la línea blanca, el final con el ritmo sostenido... creo que es mi favorita de todo Charly.
- ¿Este país nunca va a tener otro grupo como Seru Giran?...